
Un desaparecido fragmento de fachadas en calle Eyzaguirre, poco antes de ser demolidos, en Google Street View.
El amplio sector de cuadras de calle Eyzaguirre con Santa Rosa albergaba, hasta hace pocos años, a las agónicas últimas casitas de remolienda que quedaban de la época en que este rubro tuvo algo así como su esplendor por todos esos mismos barrios indescifrables. Dados sus colores exteriores, aunque ya estaban bastante deslavados, una solitaria ermita de esos reinos fue llamada la Casa Roja o la Casa Rosa: para muchos, pues, era el indicador final de que Eyzaguirre alguna vez estuvo contagiada del alternativo efecto mariposa que aleteaba en los todos alrededores de la Pequeña Broadway de calle San Diego, como sucedía también a la vía Eleuterio Ramírez, Ligue y la Plaza Almagro.
Hubo una época, desde fines de los años veinte o principios de los treinta, sin embargo, en que aquellas cuadras relucieron de coloridas y brillantes notas de amor, con música instrumental saliendo entre las ventanas, farolitos orbitados por polillas y chiquillas paradas en las puertas, mostrando sus atributos entre la ropa, o a veces casi sin ella. Eso de noche, cuando mandaba el Diablo, porque de día la calle estaba lánguida y bastante olvidada por Dios y las autoridades terrenales, algo que se notaba en su aspecto, falta de aseo y ausencia de ornato. A inicios de 1928, de hecho, hubo reclamos públicos de los vecinos del sector oriente, entre Carmen y San Isidro, porque desde diciembre del año anterior no estaban pasando por allí los carretones recolectores de basura, lo que provocó grandes problemas sanitarios en plenos calores veraniegos.
Hasta aquella vía llegaban los infatigables nocherniegos y beodos en sus horas favoritas, entonces, visitando sitios como el restaurante de la Ñata Inés, mítico boliche que atendía en horas nocturnas a los concurrentes de los mismos lupanares y moteles; o bien la botillería del director radial don Alfredo Lieux, abierta en la misma calle para felicidad de los trasnochadores. Más cerca de San Diego, en Eyzaguirre 1070, estaba el restaurante Trocadero, conocido en el lugar desde los años veinte y que, desde 1940, fue también la sede del flamante Chaco Fútbol Club del barrio San Diego. Tierra de folcloristas, por lo demás, entre los que encontramos una arpista y un guitarrista ofreciendo su música en los avisos económicos de los diarios para la fiesta del próximo Año Nuevo de 1935, en el Pasaje Lira número 30, esa suerte de extensión hacia el sur de la ya vista calle Lingue hasta la propia Eyzaguirre. Y es porque este tipo de artistas habitaba el barrio precisamente a causa de la cantidad de empleo que encontraban en los clubes, pequeñas quintas y burdeles.
El carácter obrero del mismo vecindario se notaba en la presencia de sedes sociales como el Comité Único de la Construcción y la Unión Industrial de Obreros Metalúrgicos, que en esos mismos años tenían su local y salón de reuniones en la dirección de Eyzaguirre 1149, hacia el poniente. Este sitio, ubicado en donde está ahora un edificio universitario, fue también parte de los inagotables atractivos bohemios del vecindario pues se organizaron en él varias veladas, presentaciones artísticas, matinés, fiestas bailables y comedias teatrales organizadas por la misma agrupación del Comité Único y otras agrupaciones sindicales. Muchas de las chiquillas asiladas o residentes del entorno solían aparecer durante el día en los cafés y restaurantes de este vecindario.
Ya a mediados del siglo, sin embargo, la calle figuraba en una lista negra de las que ofrecían propiedades con arriendos usureros, aprovechándose de la demanda y cotización que había logrado. Esto se tradujo en algunas denuncias en los periódicos contra la Caja de Propietarios de Chile. Algunas de las viviendas señaladas estaban dentro de la zona “roja” o en los límites de la misma, y también flotaban alrededor de ella otros tipos de delitos como el tráfico de droga y los que ponían en juego la seguridad.
Uno de los negocios del tipo cahuín más conocidos del barrio, quizá el principal de sus burdeles inclusive si obviamos al cabaret de la Ñata Inés, fue el de Don Vitelio, apodo o pseudónimo que usaba el hábil regente llamado en realidad Juan Soto. Ubicado en el cruce de Eyzaguirre con Serrano, muy cerca de la Basílica de los Sacramentinos y la Plaza Almagro, se decía que este cuartel tuvo las mariposas más lindas de la calle, pero que también era frecuentado por peligrosos hampones de la época y la misma zona geográfica. Hablando en simple, fue un prostíbulo con cantina clandestina, operando por largos años sin perder sus atractivos todavía a fines de los sesenta, y parece que incluso hasta después de algún cambio de propietario.
Lo propio sucedía en el oscuro y sucio boliche llamado La Pata, en la acera sur oriente de la misma calle Eyzaguirre entre Arturo Prat y San Diego, establecimiento tipo restaurante y taberna que también servía como otro de los centros de encuentro con la prostitución en sus comedores. El nombre derivaba quizá del cálido y sabroso caldo de pata que se preparaba allí para los comensales de trasnoche. Era visitado por maleantes como el Che Jorge, además de ser recordado en la literatura como un lugar en donde el temido Cabro Eulalio, rey del hampa en Plaza Almagro, dio muerte a un sujeto en un altercado entre guapos.
A mayor abundamiento, en el relato "La Pata, los ciegos y el Cabro Eulalio" del cronista Raúl Morales Álvarez (quien tuvo allí mismo un curioso encontrón con Che Jorge, además) hay detalles del incidente de marras: una vez se armó una rosca que terminó con la banda de un matón tratando de dar muerte al Cabro. Este había exigido a un sujeto pedir perdón a un cantante ciego al que su contrincante había ofendido, cuando el invidente pasaba pidiendo dinero mesa por mesa después de tocar un tango con su grupo de músicos. Estos artistas de ojos mustios solían pasar al mismo local después de reventar las ganancias del día anterior entre las prostitutas de Eyzaguirre, justamente. Por la intervención del guapo en la escena, entonces, se desató la discusión: el abusón quiso “cobrar” con su grupo de bravucones pero, para desgracia de ellos, el arma de fuego de Eulalio respondió eficazmente al ataque, dando muerte al cabecilla para luego arrancar de La Pata y perderse en la ciudad.

Fotografías eróticas antiguas. La remolienda de calle Eyzaguirre conservó mucho del aspecto más clásico y hasta romántico de la prostitución.

Aviso de los cafés Ducal de calle Eyzguirre y Aquiles de Monjitas, en "La Nación" del 6 de septiembre de 1942, publicitando las cafeteras industriales de la marca La Victoria Arduino.

El local del entonces ya desaparecido cabaret Ñata Inés de Eyzaguirre, en fotografía de 1963 publicada por revista "En Viaje".

Un fragmento de la remolienda náufraga de calle Eyzaguirre, cuando ya estaba agónica, en captura del Google Street View hacia el año 2015.

Imagen del operativo realizado en Eyzaguirre casi enfrente de Nueva de Valdés, en el que se desbarató un intento por revitalizar la actividad de prostitución en el lugar. Fotografía publicada por el noticiero televisivo Meganoticias.
Cerca de allí, en Arturo Prat con Eyzaguirre estaba el café Ducal, también conocido y muy visitado en su tiempo. Este establecimiento tenía la particularidad de ser uno de los primeros en introducir la tecnología de las cafeteras express, en este caso una de la marca italiana La Victoria Arduino de Turino, en los años cuarenta. Su representante exclusivo, el señor Diego Ferruggiaro, también implementó con estos recursos técnicos el café Aquiles de calle Monjitas cerca de San Antonio.
Más tarde, las residencias de Eyzaguirre se habían vuelto ya un largo trazado pecaminoso que iba prácticamente desde su inicio en calle Carmen hasta su desembocadura sobre San Ignacio de Loyola, invadiendo también las vías atravesadas. El rubro no perdonaba ni al ascetismo del cercano Santísimo Sacramento, en Arturo Prat con Santa Isabel. Permanecían así como retazos de la época en que gobernaban amazonas pioneras como Violeta del Solar, también llamada Luz Violeta, dama venida desde Valparaíso a Santiago y quien había comenzado su vida como meretriz en una pequeña habitación que alquilaba en la misma calle. Aunque se dedicó después a sus propios negocios, no pudo zafarse del apodo La Siete Millones, alusivo a la supuesta cantidad de hombres que habían estado en su muy ocupada cama. Todavía era recordada por algunos veteranos hacia inicios del actual siglo, curiosamente.
Juan Florit, poeta y uno de los fundadores del grupo Ariel, decía también que había salido una noche de aquellas con su amigo y colega Rosamel del Valle, desde la casa de este último en Santa Rosa, hacia los prostíbulos del mismo vecindario. Ambos amigos lo hicieron disfrazados de tortilleros “con unos guardapolvos que nos facilitaron unos merceros españoles de la calle Santa Rosa”, cargando también un farol al que quedaban pocos vidrios, más dos canastos con tortillas y huevos duros. Simulando ser vendedores de estos bocadillos, entonces, pasearon por aquellas calles non sanctas (así las llama Florit) hasta llegar al sector de los lenocinios y llamar la atención de las asiladas, a quienes regalaron su mercadería.
Muchos de aquellos prostíbulos trascendían incluso a la vida de sus fundadoras o regentas, curiosamente. Uno muy conocido en su tiempo, por ejemplo, estuvo ubicado en la desaparecida dirección de Eyzaguirre 721, entre San Francisco y Santa Rosa: cuando perdió a su anciana patrona por causas naturales, hacia fines de la década del setenta según entendemos, como aún quedaba leal clientela para el mismo comenzó a ser dirigido desde ese momento por dos de las mujeres que trabajaban en el lugar, llamadas Luisa y Silvia. Prolongaron así un poco más la vida del local ya en el período de los descuentos del barrio, antes de ser demolido.
Las últimas prostitutas que quedaban en Eyzaguirre, al menos las que contaban allí con un cuartel propio, fueron desalojadas hacia el otoño de 2012 por decisión municipal. Se cuenta que había una casita con más de 80 años de funcionamiento en el mismo lugar, por aquel entonces, algo que sorprendió a algunos reporteros. A pesar de los intentos de las trabajadoras por desobedecer la norma y continuar operando de manera clandestina, el lupanar terminó cerrando sus puertas irreversiblemente, aunque con la mayoría de sus reclutadas siendo ya extranjeras de raza negra y en funciones no como residentes, para nada esbeltas y muy mal vestidas según alegaban los criticones. Era sólo la etapa final de una larga agonía, entonces.
Ricardo Chamorro, autor de la crónica “Eje San Diego”, escribió por aquellos años un perfecto retrato del decadente aspecto que ofrecía lo poco que quedaba de la prostitución de Eyzaguirre, ya tan lejos de los años de Don Vitelio, de la Ñata Inés, la Casa Roja o de las visitas de jóvenes intelectuales en esos barrios, entre ellos Pablo Neruda y Alberto Rojas Jiménez. Dice en una de sus publicaciones digitales, entonces:
Al que se anime a pasearse por esas ignotas regiones del barrio San Diego, le pasará algo: le subirá el ego. Porque de las casas de Eyzaguirre un grupo de mujeronas de alguna edad, le gritarán invitaciones, silbidos y cosas como “se le perdió algo mi niño. Venga a pasar la pena por acá”. Eran prostitutas que por 5 lucas ofrecían llevarlo a uno a las piezas de más adentro. La escena no era fácil de digerir si es que no se está acostumbrado. Alguna vez hablé con un taxista del sector y me dijo que era una especie de botadero de putas. Pasé un par de veces por allí, pero no estaba lo suficientemente desesperado como para recurrir a sus servicios.
En el mismo tramo de cuadra del 700 se prolongó la actividad unos pocos años más, a pesar de las demoliciones: todavía entonces aparecían mujeres chilenas y extranjeras sentadas en las entradas de algunas de esas viejas residencias, algunas de ellas en ruinas. Una suerte de hotelucho clandestino facilitaba los servicios en el barrio, nos informaron. Dicen que otras paseaban por el inicio del cercano callejón de Nueva de Valdés, además. En la misma Eyzaguirre casi enfrente de esta calle, en contra de todo lo esperable a estas alturas del partido, volvió a abrirse un nuevo foco de corroída y miserable prostitución dentro de un edificio con un cité, el que fue desbaratado en enero de 2025 con una arremetida policial y municipal, descubriéndose también evidencia de narcográfico y explotación de mujeres extranjeras.
Así pues, en la telaraña de los hilos del tiempo había quedado atrapada la memoria de la calle que, en sus perdidos tiempos de energía humana y profana, fue uno de los impensados “barrios rojos” de Santiago Centro: de los más antiguos, luego de los más longevos y, finalmente, de los más agonizantes. La destrucción de antiguas viviendas y nuevos proyectos inmobiliarios han terminado por hacer desaparecer casi la totalidad de esas huellas del pasado, como un desesperado y urgente blanqueamiento de prontuario para calle Eyzaguirre.
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