GINECEOS, MANCEBÍAS Y CRÍMENES EN CALLE ALDUNATE

Esquina de la alguna vez temida cuadra de Aldunate entre Santiago y Santiaguillo, con varios caídos en otra época. Imagen publicada en el diario "La Segunda", abril de 1981.

Calle Aldunate aún existe con este nombre en el centro de la capital chilena, pero en el pasado era mucho más colorida, alegre y también peligrosa de lo que podría creerse hoy, incluso con una mirada zahorí. Alcanzó una gran popularidad en el conocimiento de los vividores santiaguinos, de hecho, fama que se prolongó por casi medio siglo. Esta vía va paralela a calle San Ignacio de Loyola pero, hacia principios del siglo XX y cuando ya se ofrecía como centro de diversiones nocturnas y prostitución, abarcaba un tramo levemente diferente al de hoy: desde la desaparecida calle Lacunza, por el norte y en donde está ahora el final del Parque Almagro, hasta pasada la calle Ñuble por el sur, ya en las puertas del barrio Matadero y Franklin.

Como puede suponer, entonces, no costó mucho para que Aldunate se tornara otra de las principales arterias tomadas por los lupanares y contubernios folclóricos de aquellos años. Lo propio sucedía en parte con su vecina calle Lord Cochrane, otro núcleo prostibular desde los tiempos en que era llamada aún calle Duarte en el siglo XIX, especialmente entre Lacunza y Eyzaguirre, incluso con escenas de exhibicionismo denunciadas por la revista satírica “El Padre Padilla” en 1884… Así de antigua era ya la buena y mala identidad del barrio, muy cercano a la Escuela Militar y el Parque Cousiño.

En su sección del diario "La Segunda" del viernes 3 de abril de 1981, titulada "Rincones, plazas y vericuetos", el cronista Panurgo (Juan Rubén Valenzuela, uno de los más grandes conocedores de la vieja noche santiaguina) nos hace esta pequeña revelación involucrando al barrio de marras:

Si hubo calles prostibularias -aunque haya remilgados que ahora quieran ocultarlo- ellas fueron 10 de Julio, Roberto Espinoza y Aldunate. Para no pecar de impertinente, pensando en parajes actualmente sin mácula, no agrego otras vecindades. Me parece, sí, que el nombre de muchas dueñas de casas de la remolienda han quedado fijas en la tradición, en aquellas consejas que salen ahora de bocas desdentadas de galanes que fueron y de ninfas inconstantes que ya no son margaritas.

De noche llegué a esos céntricos extramuros. Valga la paradoja, y vale porque tozudos caserones, a tan pocas cuadras de la avenida del Libertador O'Higgins, estarían más en su salsa en desvencijados arrabales.

Y a medida que caminaba, ¡oh, brujerías de la noche!, retornaron del ayer rostros perdidos y domicilios claves desde cuyo interior brotaban tañidos de arpa, guitarra y piano, y voces atipadas o recias que lanzaban destartaladas victrolas.

En realidad, aquellos lupanares dieron mucha animación a las noches: Lucerío, canciones ebrias, riñas intempestivas, silbatos de policías y el grito estridente de vendedores de tortillas.

En otra ocasión, entrevistado por Emilio Bakit para el diario "La Segunda" del martes 4 de julio de 1989, Valenzuela recordaba otros detalles de su vida en el barrio Lacunza, conocido como el Conventillo del Diablo: iba desde San Ignacio hasta Lord Cochrane, cruzando Aldunate, Roberto Espinoza y Nataniel Cox. Sin embargo, entre Aldunate y San Ignacio existía también un intrigante y peligroso conventillo llamado el Cité Blanco, al que se atrevió a entrar en una ocasión, envalentonado y logrando salir vivo. Según recordaba, había en Lacunza gente "más buena que mala... Pero se notaban más los malos". Agregaba la nota con los recuerdos de Valenzuela sobre los personajes del barrio, para entonces ya retirado de los ruedos:

Como el Daniel "de Lacunza". El apellido verdadero se perdió en el tiempo. Era un malandra... como de tango. Se supo adaptar a los nuevos tiempos: uno de los primeros masaje-sauna y topless del barrio, se deben a su empuje empresarial. Y... de tal palo tal astilla: el hijo de Daniel de Lacunza murió asesinado, en Francia, durante una vendetta de mafias. "Cuando recibió el ataúd con el cuerpo, al Daniel de Lacunza se le despertaron, ya muy tarde, los sentimientos paternales", rememora, condolido, Juan Rubén Valenzuela.

Había también un señor llamado don Pipo, o Pipo del Carrito, pues trabajaba haciendo fletes en el barrio en su particular carretón llegando a hacer cierta fortuna con este trabajo. Hombre muy delgado y de aspecto mortuorio, siempre llegaba a la hora y cargando su carro hasta lo inverosímil.

Aldunate en los mapas. Izquierda: "Plano de Santiago" de Ernesto Ansart, 1875. Centro: "Plano general de la ciudad de Santiago" de Nicanor Boloña, 1911. Derecha: detalle de "Plano de Santiago" del Instituto Geográfico Militar en 1958. La calle Lacunza fue por largo tiempo su inicio, pero desapareció al construirse el Parque Almagro.

El bar y restaurante La Nación, Diez de Julio con Aldunate, pocos años después de tomar las riendas don Carlos López. Aviso publicado en el diario "La Nación", diciembre de 1943.

Calle Roberto Espinoza también fue parte del barrio y del ambiente emanado desde calle Aldunate. Estas cuadras vistas desde el cruce con Sargento Aldea guardan el secreto de sus propias historias. Imagen publicada en el diario "La Segunda", abril de 1981.

El ambiente artístico podía enredarse con el de la jarana sexual y sortear los peligros. A mediados de los años veinte, por ejemplo, en un prostíbulo de la misma calle Aldunate fue reclutada Anita, una bailarina devenida por necesidad en meretriz, por una compañía de revistas para sus presentaciones. Esta empresa estaba formada por los periodistas Salvador Reyes y Guillermo Canales más el artista Páez D'Alphonse, quien era el artista principal en escena. Como vimos en otro artículo de este sitio, organizaron una presentación entre el último nombrado y Anita como las estrellas principales en la sala American Cinema, en Arturo Prat con Alonso de Ovalle, pero el descontrolado público acabó destruyendo e inutilizando el lugar aquella noche. Afortunadamente para la curvilínea Anita, pudo realizar otras presentaciones y salir de gira a Perú con D'Alphonse, dejando las sombras del barrio al menos por un tiempo.

La tanda nocturna y los moteles del terror fueron parte de aquel paisaje, probablemente con muchos -o la mayoría de ellos- operando en forma clandestina. Como era frecuente en esta clase de vecindarios, además, muchos músicos y folcloristas se sintieron atraídos e incluso había una academia musical en la dirección de Aldunate 785, llegando a calle Copiapó. De acuerdo al relato de Zacarías Norambuena en uno de los textos escogidos para la obra “Voces de la ciudad. Historias de barrios de Santiago” (“Barrio Matadero”, publicado en 1999), Aldunate también era reconocible por la cantidad de talleres de calzado y de trabajos artesanales en cuero que había prácticamente casa por medio, todos de carácter familiar, impregnándola de los olores volátiles de los pegamentos con solventes. Sabemos que una importante fábrica de este rubro estuvo en el número 1665, el taller de don Luis Guajardo, mientras que el 1382 fue de Calzados Topsy, empresa de don Juan Penrous con cerca de 20 empleados aportando al rasgo obrero del vecindario.

Al menos tres clubes de fútbol barrial tuvieron sede en calle Aldunate: el Deprotivo Lacunza, en la cuadra del 400, el Juventud Avenza en el 800 y el Sport Junior en el 1800. En más de una ocasión organizaron bailes y otros eventos sociales en sus respectivos cuarteles. Estos eran territorios para valientes, sin embargo, de constante atención policial y con algunos casos de cierta connotación social sucedidos durante el larguísimo período en el que acogió a aquella efervescente remolienda de Santiago, ofreciendo sus formas más tradicionales y clásicas. Su influencia como núcleo de actividad huifera había llegado incluso a calles paralelas como Roberto Espinoza, antigua Huemul, prolongándose por bastantes años, no sólo con actividad sexual remunerada.

Inevitablemente, la sangre también corrió allí, y varias veces. Sirva de ejemplo lo sucedido el lunes 16 de julio de 1934, cuando la policía encontró el cadáver del joven Domingo Morales, de 23 años, tirado en la complicada y por algunos temida esquina de Aldunate con calle Santiago, en la cuadra que se forma con Santiaguillo paralela a esta última y que en el siglo XIX había sido el final de misma calle Aldunate. El cuerpo del sujeto, quien vivía en San Ignacio 1350, presentaba una gran cantidad de puñadas en el pecho y el abdomen, una forma de morir que se iría haciendo bastante repetida en estos dominios de la vieja remolienda. Sujetos como el zapatero Manuel Donoso Donoso, residente en calle Ruiz Tagle al poniente de Santiago, llegarían a historia local en Aldunate por sus fechorías con arma blanca, hacia la misma época.

Tres años después, la prensa informaba que, el lunes 11 de octubre de 1937, apareció dentro de una casa-solar de Aldunate a la altura del 900 un cadáver con varias cuchilladas, que se identificó después como el cuerpo de un comerciante ambulante de 39 años, de apellido Pavez Ortiz. Su asesino resultó ser David Sepúlveda Díaz, detenido al día siguiente por efectivos de Carabineros de Chile y quien confesó que el móvil era por una exigua y casi ridícula deuda de dinero.

Desde aquel oscuro pasado del barrio infectado de burdeles y cantinas que complementaban la huifa, entonces, los recuerdos de Panurgo traían de vuelta antros como el café Universo, bullicioso sitio de Lord Cochrane con Diez de Julio a una cuadra de Aldunate, "hoy sepultados sus ecos por un edificio de departamentos", aclara en 1981. El cronista lo conocía desde los tiempos en que llegaba a él durante las noches con sus libros de estudiante "tras qué fantasiosas aventuras" en la zona.

Sin embargo, uno de los boliches más populares del barrio estaba a poca distancia, en Diez de Julio 1439 esquina con Aldunate, hoy convertido en una desarmaduría automotriz: el bar y restaurante La Nación. Nacido en los años veinte y abierto hasta las horas de la madrugada, llegó a ser conocido por sus buenos platillos de cocina española, cola de mono y empanadas de pino vendidas en masa especialmente durante los sábado, aunque tuvo más de un dueño antes de estabilizarse al mando de don Carlos López, quien atendía en persona al público. Cuando Panurgo ve el local cerrado tantos años después, dejará escrito en "La Segunda":

Pero fue en la esquina de Aldunate con 10 de Julio donde sentí desmoronarse mis evocaciones. Ahí hay unas cortinas metálicas oxidadas que hoy nada de vida encubren y correspondieron a un concurrido restaurante. "La Nación" tenía por nombre y llegó a tener bastante prestigio por sus sabrosas comidas. Recuerdo unos callos a la madrileña que me reconciliaban con la dura existencia.

Cerrado a piedra y lodo le vi, macilento y triste, y con un cartel impropiamente esperanzado: "Se vende". Créanme que ante esa cruda realidad apuré el paso, y me fui a buscar otros recodos, otras añoranzas...

Calle Aldunate a inicios de los ochenta, cuando la enorme mayoría de sus antiguos lupanares y casas de citas eran sólo un recuerdo de veteranos como los que aparecen en la escena. Imagen publicada en el diario "La Segunda", abril de 1981.

Aspecto de uno de los conventillos del barrio de calle Aldunate. Imagen publicada en el diario "La Segunda", abril de 1981.

Reconstrucción aproximada del grupo de residencias desaparecidas de calle Aldunate con avenida Matta, en donde existió la última casita de remolienda al estilo clásico de la misma vía.

En los tiempos del cronista redactando esas líneas, la magia huifera de Aldunate ya se apagaba por completo, quedando no más que algunos casos decadentes y tristes de lo que había sido su apogeo, del mismo modo que sucedía con Eleuterio Ramírez, Maipú, Mapocho y otros barrios "rojos" del plano santiaguino. La seguridad del lugar empeoraba también con la huida de los campanilleros, las chiquillas y el deambular de los trasnochados ya cada vez más ausentes.

Un horrible nuevo homicidio tuvo lugar allí el 18 de abril de 1968, protagonizado por un delincuente habitual de nombre Carlos Contreras Gómez, alias el Peloduro, mientras andaba de farra con sus cómplices Juan Ceballos Parraguez, alias el Corbata, y Arnoldo McKak Gimenez, alias el Mono, ambos recién salidos de la cárcel hacía dos días. El trío no tuvo mejor idea que asesinar a sangre gría a un transeúnte para robarle su dinero y seguir de fiesta en un lupanar de Aldunate del que acababan de salir, pues ya habían gastado todo el dinero que llevaban. Los tres brutos habían ido desde el burdel hasta un restaurante del mismo barrio, en Roberto Espinoza con Diez de Julio: allí vieron a quien sería su víctima, un sujeto que había estado en el mismo burdel de Aldunate, al que siguieron cuando salió del negocio con la intención de asaltarlo. A pesar de que no opuso resistencia, Peloduro le asestó una estocada mortal en el corazón para despojarlo de un miserable botín de dos escudos y una cajetilla de cigarrillos, que era todo lo que había en los bolsillos del muerto.

Posteriormente, otro cruel asesinato vino a tener lugar allí en la madrugada a inicios de febrero de 1970, cuando Héctor Mario Valenzuela, de 40 años, fue ultimado por un desconocido con un tiro de revólver en el pecho, enfrente de la dirección de Aldunate 1335, otra vez cerca de la esquina con calle Santiago y en una de las cuadras más complicadas para la integridad humana en toda la vía, como hemos visto. La víctima era un conocido indigente del barrio, ex mecánico del sector Club Hípico quien ahora pasaba las noches en una hospedería, y su muerte motivó una serie de redadas e interrogatorios en el barrio de Aldunate espantando todavía a más guapos, chulos y chiquillas que quedaban en el sector.

Cosas nuevas sucedían, en tanto. En el 1159 de Roberto Espinoza, por ejemplo, llegó a residir en los años setenta el escritor y poeta italiano Gianni Migliano, en el lugar que antes había sido de una fábrica de tejidos llamada Penélope. El ilustre autor instaló en el mismo sitio una peña literaria que fue llamada Il Parnasso y, tras un receso durante el año 1977, reinauguró con una gran "chicha de honor" y concurrentes entre los que estuvieron el investigador y cronista Oreste Plath más representantes de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH).

El golpe de gracia para la diversión pecadora en el lado norte del barrio de calle Aldunate parece sobrevenir con la gran demolición de esas cuadras al inicio de la arteria, por las que se extendió la Plaza Almagro para dejarlo convertida en el gran parque actual, entre 1983 y 1985, obra seguida de la creación del actual barrio universitario que allí vemos. Los restos de la prostitución que quedaba y sus tinieblas buscaron refugio en andanzas solitarias de las ya crecidas niñas o en cuchitriles ubicados más al sur de la misma, incluido el peligroso sector de Aldunate entre Santiago y Santiaguillo.

La quizás última de las casitas de remolienda que existía allí y que cumplía con el clásico modelo de las mismas estuvo en Aldunate 1060 haciendo esquina con avenida Matta. Fue regentado por famosas tías como Carmen (o Carmela) Franccini en sus inicios, hacia 1920, y más tarde por Antonia Bonilla, asesinada en un confuso incidente en 1955. Como vimos en un artículo dedicado especialmente a este caramanchel sexual, terminó sus servicios en los años noventa y cuando funcionaba también como lúgubre casa de citas. El cierre se produjo luego de varios problemas con la justicia y clausuras, acabando el inmueble vendido y demolido. Actualmente, existe allí el Edificio Jardines del Parque O’Higgins.

Comentarios