Fotografía antigua de una Pensión Soto. Tomada del TikTok de Pablo Peluka (Chile).
El mito de la Pensión Soto fue una compañía de largo tiro para la historia de la prostitución urbana de Chile. El eslogan de “Pensión Soto: casa, comida y poto”, a veces también “cama, comida y poto”, se sobreentendía entre los conocedores del tema y perduró así por muchas décadas su nombre para referirse, de manera parcialmente discreta, a las salidas hacia la remolienda y sus cahuines con techo. Trataron de corregirla también a la promesa de “casa, comida y porotos”, pero la bola de nieve ya había sido echada por la pendiente y la popularidad general de la pensión que, al parecer, no era tan de fantasías, ya había dejado su huella al paso por todo el imaginario nacional.
De acuerdo a Radomiro Spotorno en su “Glosario del amor chileno”, la Pensión Soto se refiere a “estar en situación óptima, donde se dispone graciosamente de tres cosas fundamentales para la vida: albergue, sustento y amor”. Entonces, era típico que a los cafiches, los jefes de hogar irresponsables y los hijos flojos eludiendo trabajo o estudios se les señalara como hospedados en la supuesta pensión. “¡Esta no es la Pensión Soto!”, espetaban las cansadas dueñas de casa a sus maridos o retoños holgazanes. A los mantenidos se los asociaba también con una tal Pensión Sotillo, Astudillo o Sotolillo (al parecer por Sottolichio, apellido del famoso empresario creador del espectáculo del Picaresque): “casa, comida y plata para el bolsillo”. Otros preferían señalar más sencillamente a la Pensión Matta, que garantiza “casa, comida y plata”, mientras que los más soeces van por la Pensión Regina, que va con “casa, comida y vagina”.
El origen de tal asociación, de acuerdo al lingüista boliviano Waldo Peña Cazas en “Lenguaje y libertad y otros ensayos”, estaría en “las casas de pensión donde además de la comida y el albergue se goza de los favores de la dueña (casa, comida y poto)”. Esta observación nos devuelve a la época en que muchas casitas de huifa pequeñas asumían fachadas de otros negocios como cafés o alojamientos, para poder trabajar esquivando los garrotes de las autoridades. En estos particulares hostales o residenciales, entonces, los pensionistas recibían también servicios sexuales por parte de la dueña o encargada y, si las tenía, de sus niñas trabajando como mucamas, lo que se incluía en el pago general o bien contaba con una tarifa especial.
Cabe recordar que las pensiones estaban en una categoría bastante inferior y modesta del comercio de alojamientos, incluso menor a los de hoteles modestos de los años diez a cincuenta, aproximadamente. Abundaban especialmente en barrios cercanos a estaciones del ferrocarril, como sucedía alrededor de la Plaza Argentina en la Alameda y en el entorno del Mercado Central, destacando antiguos casos como la Pensión Uribe de calle Chacabuco y las llamadas Italiana y Central de las primeras cuadras de Matucana. También "sobraban" en sectores como calle San Diego, como la Pensión Fornós, en San Francisco con casos como la Pensión Génova, y en Independencia o Recoleta con sus propios ejemplos. Dado que muchas pensiones tenían cocinerías y cantinas a buen precio, sin embargo, se volvían relativamente conocidas y concurridas, no sólo por los estudiantes o trabajadores de provincia quienes llegaban a hospedarse en ellas.
Sin embargo, por hallarse siempre relacionadas con los “barrios chinos” para el caso de la capital, era frecuente también que las pensiones recibieran parte importante de la actividad prostibular que imperaba en esos territorios, al menos ya en las horas nocturnas. Otras eran derechamente casitas de huifa o de citas como las descritas, con los favores disponibles de la regenta o sus trabajadoras. El mismo ambiente folclórico de la remolienda más constituida se alojaba en estos sitios, entonces, y así nos encontramos con hechos tan interesantes como que el eximio cuequero Mario Catalán Portilla había comenzado su aventura artística con sólo nueve años de vida y cantando en una pensión del barrio de La Vega Central, llamada El As de Bastos, de acuerdo a sus propias confesiones en una entrevista hecha poco antes de su muerte para el diario “Las Últimas Noticias” del 5 de septiembre de 1979.
Destacado fue también el caso de la Pensión Madrileña, ubicada en calle 21 de Mayo, muy conocida a principios del siglo XX y por algunas décadas más, ofreciendo sus “ricos caldos” a los trasnochados. Cerca estuvieron el Hotel Majestic de la misma vía, la Pensión Los Sports de calle Bandera, en donde se instaló después el club La Cabaña, la Pensión Federico Eusales Zamora de la misma calle y la de doña Teresa Ramírez Moragué de calle Zañartu, actual Aillavilú. Del otro lado del río, brillaban casos como el Pensionado Universitario Belisario Torres de Lastra con La Paz, la pensión de Maruri en donde alojaron Pablo Neruda y Tomás Lago, y la pensión-cafetería La Charito de calle Salas, sólo por nombrar algunos. Incluso la famosa cantina de El Quita Penas del barrio de los cementerios, funcionaba en sus inicios como posada con pensionado según Oreste Plath, asilando en ella al trágico poeta maldito Pedro Antonio González antes de morir consumido por sus propios vicios relacionados con la botella.
Se trataba de lugares bravos, también, en los que siempre había denuncias y visitas obligadas de la policía, especialmente por sospechas de prostitución o de tráfico de sustancias ilícitas. El mencionado Majestic, por ejemplo, que no era más que una pensión de mejor pelo con restaurante y bar inglés en calle 21 de Mayo enfrente de San Pablo, fue sancionado con una orden de clausura en cierta ocasión, como señala Góngora Escobedo en su libro sobre la prostitución de Santiago: se había confirmado que, durante las noches, recibía a mujeres que llegaban acompañadas de sus clientes para “ejercer la prostitución clandestina”, según el parte respectivo. Y, cuando el abogado y músico Carlos Aldunate Cordovez fue encontrado muerto en otra pensión del mismo barrio Mapocho, se descubrió que su dentadura había sido intervenida para robar al muerto las tapaduras de oro, como recordaba un articulista en "La Nación" del lunes 27 de marzo de 1944.
La última cuadra de calle 21 de Mayo junto al Mercado Central, en donde estaban algunas populares pero también oscuras pensiones de la época. Imagen de Obder W. Heffer Bisset, probablemente hacia 1910-1920, publicada por Pedro Encina en el Flickr de Santiago Nostálgico.
Aviso de una actividad de instituciones deportivas en la Pensión Los Sports, en "La Nación" del 21 de julio de 1925. Ubicado en calle Bandera 755, el lugar era un negocio de alojamiento y cocina ubicado en el pecaminoso barrio bohemio de Mapocho.
"La Pensión Soto... Se cambió a la Peni", revista de la Compañía Picaresque del Teatro Cousiño, en aviso de la prensa santiaguina de junio de 1957.
Todo aquel sucio ambiente y sus enredos con la noche pecaminosa hicieron que la creatividad nacional estableciera, entonces, la existencia de una supuesta Pensión Soto con “casa, comida y poto” para referirse al servicio completo de una buena remolienda pero en la disponibilidad de una compañera capaz de ofrecer todos esos beneficios, sea de manera pasajera o permanente. Se decía también que la buena atención dispensada por las familias al novio de alguna hija era un equivalente a la Pensión Soto para este último, generando situaciones en las que el complacido abusaba de la hospitalidad, aunque con la tranquilidad de los padres vigilando de cerca a la pareja.
Los cuequeros urbanos, por su lado, atribuían a El Baucha (Luis Hernán Araneda, miembro
de Los Chileneros) la letra de una famosa canción de su repertorio titulada “En
una noche de farra”, grabada también por artistas como Los Hermanos Campos, en
la que se menciona a la alegórica pensión de las antologías huiferas y quizá nos aporte pistas sobre su origen:
En una noche de farra
y después de un alboroto
y después de un alboroto
entre tonadas y cuecas
conocí, conocí a la Berta Soto
en una, en una noche de farra.
Yo le entregué cantando
mi corazón
ella dijo ser dueña
de una pensión
yo le entregué cantando
mi corazón.
De una pensión, ay si
la pensión Soto
tiene casa y comida
y hartos porotos
Especial para el roto
la pensión Soto.
Del mismo modo, la Pensión Soto reaparecía frecuentemente invocada en las rutinas humorísticas y las presentaciones del género revisteril de la bohemia chilena durante su edad de oro, pues era seguro que todos entre el público sabían a qué se refería semejante apelación, siempre de connotaciones picantes. En 1957, por ejemplo, la Compañía Picaresque del Teatro Cousiño hizo debutar en esta misma sala su nueva revista titulada “La Pensión Soto... Se cambió a la Peni”, en la que participaron artistas tales como Aquilino, Ada Liz, Oliver, Aloha Alvarado y cerca de 100 integrantes en el numeroso elenco completo.
Años después, en 1971, una parcela del sector El Arrayán, propiedad de un conocido personaje y que -según el chisme- era facilitada para los supuestos encuentros amorosos de altas figuras afines al gobierno del presidente Salvador Allende, fue llamada por lo mismo la Pensión Soto entre los vecinos testigos de esos movimientos y, por supuesto, entre la incisiva prensa opositora. El propio Partido Socialista había sido objeto de mofas editoriales por coincidir sus iniciales con las de aquella imaginaria pensión, además, como hizo notar alguna vez el antipoeta Nicanor Parra. En nuestra época, en cambio, está vigente el concepto a través de ejemplos como la obra teatral titulada “La Pensión Soto”, comedia policial de Aladín Catalán.
Dice la misma leyenda, sin embargo, que la Pensión Soto efectivamente existió y que fue un lugar real de la ciudad de Santiago o Valparaíso (en donde la tradición hablaba de una tal tía Celia o Ceci Soto del sector puerto, además), digno portador de la fama que se le atribuye en la tradición y sus hipotéticos servicios. Otros hablan de la Berta Soto, como la revisada cueca. Habría funcionado como motel parejero y refugio de toda clase de beodos vividores, además de ser conocido por su cocina económica en horas de almuerzo y cena. Muchos lupanares de la época también adoptaban el rasgo y giro de pensiones y hoteles en esos años buscando eludir las restricciones, por lo que puede haberse tratado de un caso similar, o quizá de varios simultáneos.
Consultando las guías antiguas y las páginas de periódicos de los años veinte parece verificarse la existencia de una Pensión Soto real de Santiago, algo parcialmente respaldado incluso por alguna fotografía antigua de un inmueble de dos pisos y ventanas con balconetes de forja que llevaba este mismo nombre, aunque desconocemos cuál fue su ubicación. Hubo también un famoso Hotel Soto en la ciudad de Ovalle, frecuentado por políticos y personalidades públicas en los años treinta y cuarenta, con sus propios mitos encima. Quedará en la penumbra, sin embargo, toda capacidad actual para tratar de precisar si tales presencias tuvieron o no que ver con el surgimiento de la noción que tomó su nombre como epónimo, por haber ofrecido “de todo”, no sólo techo y pan.
A pesar de lo conocido que llegó a ser el mito de la Pensión Soto en la cultura chilena, sin embargo, cabe señalar que el mismo concepto tiene mucho de internacional, por lo que quizá no sea nativo: ha existido también en Perú, Bolivia y parte de Argentina. En la televisión peruana incluso se transmitía una serie-comedia titulada “Pensión Soto”, en tiempos recientes, aunque en este caso no pasó de ser sólo una evocación al nombre más que a su malicioso significado, ya que su divisa promocional era “casa, comida y mucho alboroto”.
Finalmente, cabe señalar que la misma creatividad compartida ha dado origen a otra fábula casi arquetípica de la diversión trasnochadora y remoledora, además, prima de la Pensión Soto. Hablamos de la Pensión Angulo, que garantiza básicamente lo mismo: “casa, comida y culo”. Por su parte, el profesor Emilio Rivano Fisher incluyó en su “Dictionary of chilean slang” otros pésimos ejemplos como Pensión San Antonio, con “casa, comida, poto y… ¡matrimonio!”; o la Pensión Padilla, con “casa, comida, poto y ¡ladillas!”, y la Pensión Lo Hermida, que ofrece “casa, comida, poto y ¡SIDA!”.
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