La casa de tolerancia de Huemul 1970, en donde tuvo lugar la muerte del joven Santiago Segundo Ramírez. Imágenes de la revista "Sucesos", 26 de julio de 1917.
Hemos hablado ya de la influencia que la frenética remolienda de calle Aldunate tuvo sobre su vecina, la calle Roberto Espinoza. Sin embargo, mucho antes de que esta última recibiera tal nombre en los años treinta, la vía se llamaba calle Huemul, misma razón por la que la población obrera construida al final de Espinoza, al poniente del barrio Matadero Franklin entre 1911 y 1918, lleva el título de barrio Huemul.
Huemul fue conocida en aquellos años por sus casas bloques sin jardín y sus cités de principios del siglo XX, algunos incluso más antiguos. Hoy luce como una vía con barrios de encanto pintoresco e histórico, pero en otros tiempos era un vecindario atrapado entre aquella intensa huifa del pasado, entre la mencionada calle Aldunate y también Nataniel Cox, sin contar las transversales y plazas cercanas. Se extendía hacia el sur hasta los límites de la ciudad de entonces, en el Zanjón de la Aguada y los deslindes del Llano Subercaseaux, precisamente hasta la población Huemul.
Nacida hacia 1870 como calle en las inmediaciones en lo que sería la Plaza Almagro, a principios del siglo siguiente la temida Huemul era un verdadero depósito de prostitución primitiva y en condiciones bastante brutas, recovecos en donde el asesinato violento se había vuelto cosa no sólo muy posible, sino realmente habitual. Más o menos desde 1910 hasta 1930 la cantidad de crímenes que ocurrieron en aquellas manzanas, todas relacionadas directa o indirectamente con el ambiente nocturno y prostibulario, habían hecho que la poco eficiente policía de vigilancia de aquellos años prácticamente se rindiera ante los hechos, incapaz de controlar la cantidad de delitos que se cometían a diario allí.
1917 fue un año especialmente violento y con varios mártires de la remolienda y la criminalidad de Huemul, según parece. Aquel año policial allí partió en un conventillo cercano al cruce con calle Coquimbo, aunque esta vez fue en pleno día: a las 13:30 horas del miércoles 17 de enero de 1917, cuando dos inocentes confiteros llamados Luis Ahumada Zúñiga y Tomás Álvarez Miranda llegaron al sector para entregar un pedido de pasteles. Ellos habían dejado su carretoncito repartidor por el lado de Coquimbo, cuando desde el sucucho conventillero, albergue de toda clase de vicios y temido por su ambiente violento, salió una turba de maleantes quienes robaron el mismo carro, intentando ocultarlo dentro del pasaje. Los principales involucrados en el robo arrendaban habitaciones a una oscura mujer con pésimos antecedentes y conocida por la policía: Francisca Granado, "amparadora" profesional de ladrones.
Al percatarse del robo Zúñiga y Álvarez dieron aviso a la Sexta Comisaría, siendo atendidos por el comisario primero Pablo Toro y el guardián tercero José Umaña. Ambos llegaron a caballo hasta el conventillo señalado por los afectados en donde estaba secuestrado su carrito de pasteles. Sin embargo, apenas ingresaron a esa cueva siniestra fueron atacados por una jauría delincuentes, arrojados al suelo y arrastrado violentamente hasta el interior de una residencia, siendo golpeados y amenazados de muerte en una de las sucias piezas. Uno de los policías logró sacar su revolver y a punta de disparos y cachazos lograron escapar, pero la turba volvió a acorralarloscon palos y piedras. Toro y Umaña estaban al borde de perder la batalla cuando llegó al lugar, providencialmente, un refuerzo de 20 guardianes de la Sexta Comisaría al mando del inspector Luis Valenzuela y los subinspectores Luis Silva y Pedro Donoso. Al mismo tiempo, arribaban al lugar diez guardianes de la Cuarta Comisaría. Esto se debía a un llamado telefónico hecho a por tiempo el dueño de un almacén al lado de la salida oriente del conventillo, en Cochrane 869 y propiedad de la firma Goridrón y Cía.
Los ladrones se vieron rápidamente superados y aquellos que no salieron corriendo como pollos sin cabeza terminaron detenidos aquella tarde: José Hinojosa, José Montecinos, Juan Castro, Ernesto Sepúlveda, Eliseo Contreras, Carlos Martínez, Alamiro Salas, Ramón Jiménez, Eduardo Salinas y Gregorio Ramos, todos con antecedentes delictuales. Los demás se consideraron fugitivos, incluido uno cuya mano estaba severamente herida y otros con contusiones. También fue llevada ante la justicia la señora Granado. El diario "La Nación" del día siguiente comentaba como preámbulo sobre el caso:
La calle Huemul ha tenido siempre fama de ser foco de malhechores. Los maleteros y ladrones tienen en ella su cuartel general. Es raro el transeúnte honrado que entrada la noche se aventura a cruzarla y de hacerlo, es raro también el caso en que nada le acontezca.
La policía misma transita por allí con recelo y siempre lo hace de a caballo y en patrullas.
Una vez más ha testificado Huemul su reputación de antro de facinerosos.
Cumpliendo con la sentencia editorial sobre lo peligroso que era el barrio de entonces, posteriormente, el sábado 4 de abril, llegó hasta la Sexta Comisaría doña María Castillo Leiva, residente de calle Aconcagua entre San Diego y Gálvez (actual Zenteno), poniendo en conocimiento a las autoridades de que su marido, don Juan Leiva Cáceres, había muerto a las diez de la mañana. El deceso había ocurrido en calle Huemul 829 pero, según la viuda, tenía información relevante confirmando que el sujeto había sido envenenado. Sólo unos días después, la prensa del lunes 9 informaba ahora que, durante la noche, un tal Luis Jofré había atacado en la misma calle a Miguel Rodríguez, causándole una grave lesión cortopunzante en la espalda para robarle 100 pesos.
Cabe insistir en que la precariedad y falta de preparación del personal policial era un problema notorio en aquellos barrios, al punto de que los malhechores contaban con incluso con mejores recursos y herramientas en muchos casos, haciendo temer a los agentes de entrar a esos espacios inexpugnables, como señalaba "La Nación". El lunes 25 de junio, de hecho, el mismo periódico denunciaba ahora la presencia de un prostíbulo en la dirección de Huemul 485, en un inmueble que desapareció después con la construcción del Parque Almagro. Este lupanar era regentado por Marcos Andrade y Amelia Sandoval, otros rufianes conocidos por la policía y lo tribunales, el primero de ambos dedicado a capitanear también bandas de criminales que operaban en el sector. "Se nos dice que la policía hasta cierto punto le teme a este sujeto, como también a la Sandoval y de ahí que pasen por alto los escándalos y secuestros de menores de edad que cometen en ese lenocinio", agregaba la nota llamando a la pronta clausura del mismo.
Imagen del fallecido muchacho Ramírez y del agente Rojas encargado de las primeras indagatorias. Imágenes de la revista "Sucesos", 26 de julio de 1917.
Interiores de la casa de Huemul en donde murió Ramírez. Imágenes de la revista "Sucesos", 26 de julio de 1917.
Calle Roberto Espinoza, ex Huemul, también fue parte del barrio y del ambiente de prostitución emanado desde calle Aldunate. Estas cuadras vistas desde el cruce con Sargento Aldea guardan el secreto de sus propias historias. Imagen publicada en el diario "La Segunda", abril de 1981.
Se creía que aquellos iban a ser los peores casos del año en calle Huemul amenazando la vida de guardias policiales y comprometiendo a los muchos rincones orgiásticos del mismo barrio, cuando vino a suceder algo mucho más grave e intrigante en sus viejos recovecos de barrios antiguos...
En la dirección de Huemul 1970, cerca de General Gana, había una cierta cantidad de personas divirtiéndose bulliciosamente en la madrugada del martes 17 de julio de 1917, casa de huifa ocupada y explotada por Mercedes Sepúlveda (María Sepúlveda, en algunos medios) y su sobrina Adriana Valdés, ambas residentes allí. El ruido de la fiesta fue suficiente para que el guardián destinado a la vigilancia de la calle lo advirtiera, según se supo después, pero no hubo intervención de él en aquel momento. Tal vez pesó la advertencia que había hecho la prensa al respecto, sobre el temor de los vigilantes a los mandamases del ambiente pecaminoso de Huemul.
Sin embargo, el hacer la vista gorda duró esa noche en la policía hasta que, de un momento a otro y ya pasada una hora, estalló un gran alboroto involucrando a la misma casa y despertando a los vecinos. Advertido de lo que ocurrió, el guardián llegó hasta allá acompañado de un sargento quien también fue puesto en conocimiento del asunto, con la idea de inspeccionar el lugar. Empero, la dueña de la casa se negó a permitirles el ingreso frustrando sus intenciones y desanimando el deseo de los agentes para revisar el lugar.
Parecía que todo quedaba en nada cuando, temprano en la mañana del día miércoles 18, a las siete horas, llegaba ante el oficial de guardia de la Cuarta Comisaría don Rodolfo Román, con una alarmante denuncia. Era don Santiago Ramírez, domiciliado en calle San Francisco 1869: aseguraba haber recibido noticias de que su hijo del mismo nombre, un muchacho de 21 años, se encontraba muy enfermo y herido en una casa de la calle Huemul, postrado en un vieja cama. Entonces, el propio señor Ramírez había ido hasta aquella residencia de inmediato, constatando que su hijo estaba allá y en tan pésimo estado, inconsciente. A pesar de su intención de llevarlo con él para que recibiese atención médica, Santiago Segundo Ramírez falleció allí mismo justo en esos minutos y ante su angustiado padre, sin despertar.
El comisario Carlos Castro se hizo cargo del asunto y ordenó ir a buscar el cadáver del muchacho, para concretar su traslado hasta la morgue y poder realizar allí los peritajes correspondientes, al tiempo que se continuaba con la investigación. Gracias a estas diligencias pudo establecerse que, hasta la misma residencia del misterioso incidente de la madrugada del martes, había llegado en una victoria el veinteañero Ramírez acompañado por una mujer de nombre Julia Valdivieso, además de tres sujetos identificados como Arturo Castillo, Miguel Moreno (Maillo en ciertos medios) y uno más cuyo nombre no pudo ser precisado en aquellas primeras pesquisas. Allí en la casa de tolerancia todos los visitantes bebieron y cantaron durante un rato, para luego retirarse.
Por razones entonces desconocidas, los sujetos regresaron en el carruaje a la misma dirección, y fue allí cuando comenzó a escucharse un violento conato, haciendo salir con el alboroto a la dueña de casa. Inmediatamente después, Ramírez fue hallado por ella tendido y gravemente herido, con la cabeza abierta, como señalaba la siguiente edición de revista "Sucesos" del 20 de julio:
Más tarde volvieron, sintiéndose un altercado al bajar del coche y que al salir la dueña de casa María Sepúlveda encontró sobre la vereda al joven Ramírez, herido en la cabeza en la parte del cerebro, lo tomó en sus brazos y lo llevo a su propio lecho donde falleció a pesar de los cuidados que se le prodigaron.
Por otra parte se agrega que el tercer individuo que acompañaba a Ramírez y cuyo nombre no se conoce había subido al coche diciendo al auriga: "Sigue ligero, yo respondo por todo".
La actitud de la cabrona, más que un acto humanitario con su cliente, parece más bien un burdo intento por evitar ver comprometido su cahuín con los recién ocurridos hechos de sangre. Como sea, ella acabó detenida por el agente Manuel Rojas, el mismo quien había sido encargado de las primeras investigaciones e interrogatorios, al igual que las tres personas identificadas que acompañaban a Ramírez en la fatídica noche, más un sujeto llamado Segundo Castro quien también fue parte de los hechos.
La noticia paseaba ya por las páginas de los periódicos cuando, el miércoles 25, llegaría a presentarse voluntariamente ante el juez que llevaba el caso, señor De la Fuente, el prófugo de nombre desconocido. Se trataba de Enrique Pizarro, a quien se tomó testimonio en el tribunal siendo llevado después a la Cárcel Pública en calidad de investigado y posible culpable.
Las versiones eran totalmente contradictorias entre todos los detenidos, todos intentando zafarse de las responsabilidades y de su participación en lo sucedido. A pensar de todo, el juez pudo establecer la muerte de Ramírez como resultado de una riña con los supuestos "amigos", embobados con el alcohol y la euforia de aquella madrugada.
Pero Huemul demostró que aún podía causar más dolores de cabeza a la tranquilidad pública: cerca de las Fiestas Patrias de ese año, por ejemplo, en el almacén del número 1463, entre Victoria y Pedro Lagos, el señor Arturo Gargari Bravo fue objeto de un sanguinario ataque a puñaladas por parte de un sujeto al que aseguró no conocer. El agredido puso resistencia pero no pudo evitar una gran herida en el rostro, por la que fue a parar a la Asistencia Pública. La misma actividad prostibular era la que atraía a muchos sujetos de este tipo, lamentablemente, tanto los interesados en el mercado sexual como aquellos que iban a buscar otros clientes de la remolienda como sus presas.
Por si fuera poco, el lunes 22 de octubre, a las 19 horas, fue violentamente asaltada la joven Balbina Valenzuela Reyes en la esquina de Huemul con Copiapó, por otra pandilla de la misma calaña. La mujer recibió varias bofetadas y golpes por el grupo de ladrones quienes, a pesar de todo y gracias a la resistencia de la víctima, no lograron arrebatarle un maletín con dinero. La prensa criticó en la oportunidad la nula presencia de la policía en el lugar, denunciando que se trataba de algo ya habitual en esos barrios.
Varios años más persistirían los peligros mortales de calle Huemul, entonces, fomentados principalmente por el ambiente marginal que provocaba la actividad de los lupanares y casas de diversiones en las peligrosas noches de esos barrios. Otra faz tendría, sin embargo, a partir de los años treinta y llamándose ya Roberto Espinoza, con una nueva generación de prostíbulos más populares y en un hábitat menos cavernario que antes.
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