LAS HEROÍNAS DE CALLE ELEUTERIO RAMÍREZ

Calle Nataniel Cox con Eleuterio Ramírez, del archivo Chilectra y fechada el 4 de mayo de 1920. La fotografía permite bosquejar algo sobre el aspecto que tenía el barrio y que conservó por varias décadas más.

Directamente relacionada con la clásica prostitución del eje de calle San Diego y el llamado Barrio Latino al sur de la Alameda, hasta cierto punto -también- dependiente o recíproca con ella, hallaremos una actividad notable en la tradicional calle Eleuterio Ramírez, aunque ofreciendo algo parecido a lo que podía verse en Cóndor, Marín, Eyzaguirre o Lingue. Esto, porque los reinos de la huifa en tales vecindarios se cruzaban o se fusionaban entre sí, haciendo a veces poco práctica la intención de trazarle límites más allá de meras estimaciones. Sin embargo, había algunos elementos que permiten reconocer a Eleuterio Ramírez como una identidad propia dentro de la remolienda santiaguina de los años de apogeo para el rubro, como veremos a continuación.

Paralela a calle Tarapacá, esa misma vía con el nombre del escenario en donde se dio el heroico sacrificio del coronel Eleuterio Ramírez en 1879, la arteria que hasta hoy lo recuerda en aquellos barrios se llamaba antaño calle del Carrascal, algo que ha causado ciertas confusiones de interpretación posteriores con respecto de la avenida Carrascal, ubicada cerca del Mapocho en la comuna de Quinta Normal y que también arrastra algunos episodios propios e interesantes para la historia de la remolienda santiaguina. Esto explica el título de la obra “Carrascal, boca abajo” de Luis Rivano, además, dedicada a esos mismos reinos en torno a la calle San Diego.

Fue después de la Guerra del 79, entonces, cuando se homenajeó al bravo héroe militar chileno colocando su hombre a la misma ex arteria Carrascal, mientras que la cercana calle del Pilón pasó a ser Tarapacá, el poblado escenario de su sacrificio. Se creía que con ello la deuda nacional de gratitud y reconocimiento por su muerte en la terrible batalla de la quebrada del río tarapaqueño quedaría saldada ad eternum... Pero sabemos de sobra que al destino le encanta burlarse de las buenas voluntades y de los grandes afanes humanos.

Para mala fortuna de la memoria del llamado León de Tarapacá, entonces, sucedió que la entonces tímida y esporádica prostitución que aparecía a veces en la flamante calle Eleuterio Ramírez estaba haciéndose inusitadamente abundante en sólo unos pocos años, llegando a instalarse toda clase de ofertas de remolienda y cantinas complementarias que provocarían furor más o menos desde los años del Centenario Nacional: desde las chiquillas a patín y las casitas de huifa más roñosas, hasta verdaderos centros culturales formados en torno a la misma actividad y con la mejor clientela, atendidos incluso por las niñas que residían en las mismas sedes y recibían verdaderas “capacitaciones” en el oficio.

En un buen lupanar de calle Eleuterio Ramírez, entonces, podía encontrarse de todo para la satisfacción: compañía, bebida, comida, música y hasta espacios para charlas o tertulias entre amigos. Los folcloristas se dejaban caer como zancudos sedientos en estos mismos cuarteles, llevando su música hasta horas de madrugada, del mismo modo que las fiestas dirigidas por las propias cabronas atraían al público de los espectáculos en los teatros del barrio San Diego, o al menos a aquellos decididos a no irse a la cama a dormir.

La cantidad de prostitutas que se veían en esas varias cuadras y después hasta las proximidades de Santa Rosa por el oriente, inclusive, llevaron al ilustrador y periodista Jorge Coke Délano a compararlo con el histórico distrito “rojo” de Yoshiwara, en la actual ciudad de Tokio. Con el tiempo, sin embargo, el punto neurálgico de la actividad se fue desplazando y concentrando hacia las cuadras que cruzaban con Serrano, San Francisco, Santa Rosa, San Isidro y Carmen, de mismo modo que las fuentes de soda, restaurantes y cafés que complacían el resto de las trasnochadas.

La relación que muchos clientes lograban con las niñas del barrio también parece haber sido diferente a la de otros casos de Santiago: era, quizá, la que estaba más lejos de ser meramente sexual, con frecuencia volviéndose realmente amistosa y acompañada de algunos encuentros consensuados dados también fuera de ese sector urbano. En aquel período, además, tal vez su único competidor importante dentro de la capital era la calle Maipú cerca de la Estación Central, pero contaban que esta no lograba alcanzar a Eleuterio Ramírez en cuanto a prestigio y calidad de la oferta. De hecho, hacia la misma época nuevos burdeles de calle García Reyes en barrio Yungay intentaron darle la pelea de público trayendo prostitutas de origen francés y otras nacionalidades, con relativos resultados.

La entonces conocida fachada del establecimiento de la Casa de Cena Jacquin en Eleuterio Ramírez, año 1915. Atendía durante toda la noche a los hambrientos.

Reconstrucción de una casa colonial en la esquina de Santa Rosa con Eleuterio Ramírez, según el pintor José Anfruns Roca en 1921. Imagen en las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Ilustración de la casa de tolerancia de doña María Luisa en calle Eleuterio Ramírez, hecha por Coke Délano para sus memorias.

Barrio de calle Arturo Prat esquina Tarapacá, mirando hacia Eleuterio Ramírez. Fotografiada del archivo Chilectra fechada el 4 de mayo 1920.

Hacia la segunda o tercera década del siglo XX, entonces, calle Eleuterio Ramírez comenzó a recibir el profano mote popular El Útero Ramírez, por la misma razón que ya se había vuelto una de las vías más pícaramente reconocibles de la ciudad. Cierto mito decía incluso que la prostitución en ella había sido promovida por el mismísimo presidente Arturo Alessandri Palma, interesado también en terminar de apropiarse del apodo León de Tarapacá. Como se puede recordar, el futuro mandatario había sido llamado de esta forma por sus partidarios liberales y la prensa afín a su candidatura tras los incidentes registrados en las elecciones que lo llevaron al Senado con la representación tarapaqueña, en 1915, aunque parecía persistir mucho de mito en toda esa historia sobre su ascenso al sillón presidencial. Las fechas, sin embargo, hacen altamente improbable el que pueda achacarse a Alessandri el auge prostibular que tomó a la calle con el nombre del León de Tarapacá del 79, aunque sí es cierto que el mayor despliegue de la actividad parece coincidir con el mismo largo período en que se dan sus tres mandatos supremos: entre fines de la República Parlamentaria y principios de la República Presidencial. Puede que exista alguna pizca de verdad en esta leyenda, después de todo.

En su “Historia de Chile, 1891-1973. La sociedad chilena en el cambio de siglo, 1891-1920”, el historiador Gonzalo Vial Correa saca del olvido a algunas de las famosas y refinadas huifas de calle Eleuterio Ramírez, como aquellas de las tías Sofía Rocha y María Luisa, esta última muy respetada en el ambiente y con un salón literario donde recibía a importantes visitas de la intelectualidad joven, incluido el ilustrador y escritor Jorge Coke Délano. Destacaba también a doña Jesús Cedrón, de origen peruano, quien supo imprimir a su casita de remolienda un valioso elemento adicional que la convertiría en requerido restaurante, además: la gastronomía de su patria.

Necesitamos hacer un acápite aquí: en efecto, la entonces famosa Cedrón preparaba en la cocina de su boliche exquisitos guisos del recetario limeño, recibiendo en los comedores y salas de reunión a “grandes señores, ministros de Estado, parlamentarios y no pocos petimetres”, dice Vial Correa, todos ellos bien atendidos y regaloneados por la propia dueña. Observando cuáles fueron los tiempos de su apogeo en la capital, nos surge la pregunta de si doña Jesús acaso fue parte de las varias peruanas que se vinieron a Chile tras la Guerra del Pacífico, incluso por lealtad al país o por haberse emparejado con soldados chilenos. Con menos duda podemos afirmar que debe tratarse de una de las primeras cocineras de este origen establecidas en Santiago, categoría pionera que diferentes chef y empresarios gastronómicos de su mismo país quisieron adjudicarse pero en tiempos muy posteriores, más cercanos a los actuales.

Otra de las casas más famosas del mismo barrio fue la de Elvira Silva, específicamente en la dirección de Eleuterio Ramírez 630, entre San Isidro y Santa Rosa. La regenta no pocas veces tuvo alguna clase de conflicto con la policía, sin embargo, pues parece que era un poco arisca ante las reglamentaciones. Casi enfrente de ella estaba la tía Cenobia Ulloa Flores, también sancionada en los años veinte por ser sorprendida violando el código sanitario. Su burdel se encontraba específicamente en Eleuterio Ramírez 655, en un inmueble que arrendaba a Pedro José Navarrete.

En un rubro muy diferente, en tanto, en el 736 de la calle estuvo ubicada la casa de cena Jacquín, concurridísimo local fundado a principios de siglo por el bohemio comerciante chileno-francés Eduardo Jacquin, dueño de la Quinta Los Sauces de Cerro Navia. Tomado después por don Pedro Hernández, si bien era un restaurante de amanecida que ofrecía cazuela de ave, valdivianos, caldos, mariscos y pescados, se encontraba en el mismo camino dorsal de los prostíbulos entre Santa Rosa y San Francisco, negocios que lo proveían de concurrentes trasnochados logrando con ellos la perfecta simbiosis de atracciones cruzadas. En 1917, este restaurante de los remoledores se había cambiado al 723 de la misma calle. Ya en otras manos pasó a ser el cabaret Submarino Chileno, conocido también como el Submarino de Plaza Almagro por su proximidad al ambiente y público de este parque. Era la época en que lo frecuentaba el temido Cabro Eulalio, rey de aquellas manzanas, además de las muchas prostitutas que continuaron con la actividad en la misma calle en los años treinta.

Varios moteles y casas de citas existían esos mismos aquellos años en calle Eleuterio Ramírez. Sin embargo, habían arribado a ella también formas de delincuencia más violentas, ya que muchos rufianes de los bajos fondos irían a visitarla una vez que comenzaron a desaparecer sus lenocinios de mejor perfil, no sólo Eulalio o sus amigos y cómplices. Una nueva generación de comerciantes llegó a establecerse allí, entonces, como un tal Juan Danso Miranda de 24 años, domiciliado en el 866 y quien, curiosamente, en febrero de 1938 asesinó con una cortaplumas a Hernán Riquelme Ibarra, músico de 21 años, casi en frente de la propia casa del agresor y por razones que la prensa no supo explicar bien.

Los desaparecidos conventillos de Eleuterio Ramírez: el conocido como De los Músicos y el que tenía por acceso un túnel en un muro. Imágenes publicadas en el diario "La Segunda" de abril de 1981.

Fachada del restaurante La Picada de Elianita, en el barrio de Eleuterio Ramírez, dirección de San Isidro 266. Imagen publicada en el diario "La Segunda" de abril de 1981.

El popular bar La Pipa de Serrano, en calle Serrano 299 esquina de Eleuterio Ramírez. Imagen publicada en el diario "La Segunda" de abril de 1981.

La cantina, fuente de soda y restaurante El Rosalito, remontada al período de esplendor en la remolienda de calle Eleuterio Ramírez. Imagen publicada en el diario "La Segunda" de abril de 1981.

Aquella tendencia no siempre fue algo esencialmente perjudicial para los intereses de la sociedad, sin embargo: en julio de 1951, por ejemplo, los secuestradores y verdugos de un lustrabotas llamado Manuel Jesús Espinoza pudieron ser capturados luego de que una asilada de la misma calle informara a la Brigada Móvil sobre sus identidades, pues los ubicaba por ser concurrentes habituales del barrio "rojo". Era sabido, además, que los detectives siempre partían hasta los prostíbulos para interrogar a posibles conocedoras de prófugos en esta clase de situaciones, atendiendo a la costumbre de los rufianes de antaño: ir a celebrar y empezar a gastar en remolienda lo obtenido en sus fechorías.

Con el señalado retiro paulatino de los lenocinios más elegantes, otras casitas o niñas del oficio encontraban lugar propio en opciones más modestas de la misma calle, como los conventillos que allí existían desde sus orígenes. Varios se encontraban en el tramo entre San Isidro y Serrano, mientras entre ellos el comercio popular encontraría ejemplos como la panadería Perla, con anexo para comestibles, un destartalado salón de pool, las bebidas al paso de El Rosal y, casi vecina, la cantina y fuente de soda El Rosalito, en Eleuterio Ramírez 779. Por el lado de San Francisco, en cambio, estuvo el restaurante San Carlos, en la acera norte. Un cronista quien firma Panurgo (Juan Rubén Valenzuela), en la edición del diario "La Segunda" del 28 de abril de 1981, agrega que fue a conocer este boliche con mesón "donde hay un gigantón que atiende, y allí entro en palique con (al parecer de la casa), Mariíta, una linda y curvilínea niña de 21 años que me acepta con todo amor un refresco". Hasta poco antes también fue conocido un local del sector: el llamado Los Pisos Blancos, "histórico figón que tuvo sus años de brío y que ahora muestra sus alicaídas cortinas metálicas, bajadas para siempre".

El mismo reportero comenta la existencia de un conventillo cercano, en el ya desaparecido 731 de Eleuterio Ramírez, al que se debía entrar por un forado en el muro parecido a un túnel, preguntándose si acaso habría sido la inspiración de Ernesto Sábato. Otro espacio residencial era llamado Conventillo de los Músicos, nombre de seguro ganado por la presencia allí de estos trabajadores. Agrega Panurgo que, cerca del bar Vigorelli, parece haber tenido una casita la mítica tía Guillermina, la famosa regenta con huifa histórica en calle San Camilo, "y a su frente, el gineceo de Julio Pérez". Sea o no preciso este dato, la proximidad de barrios sí permitió algunos intercambios también con los famosos Callejones de Ricantén, así como la concurrencia de los clientes a establecimientos cercanos entre los que estuvo el café Iris, que para entonces había sido remodelado y convertido en el Gran Hotel.

Aunque el apogeo de los prostíbulos de calle Eleuterio Ramírez se había extendido hasta los años sesenta o setenta antes de comenzar a decaer, según nuestros cálculos, habiendo recibido a muchas ex asiladas de barrios también extintos como Los Callejones, la huifa persistirá largo tiempo después pero con formas ya totalmente decadentes y aún más sombreadas por la delincuencia que llegó a instalarse con mayor fuerza que antes en aquellos recovecos y veredas. De los boliches "blancos" que sobrevivían en el barrio hacia inicios de los ochenta, con la actividad sexual ya viniendo a la baja, destacaban La Picada de Elianita, restaurante ubicado en San Isidro 266 en un edificio de influencia art decó y balcones estrechos que aún existe, aunque con otro tipo de establecimiento en su zócalo.

Todavía en los años noventa, de hecho, era posible encontrar chiquillas al pie del cañón acercándose a sectores como el bar Las Tejas o las inmediaciones de los Braseros de Lucifer, para intentar atraer a los descarriados hacia sus secretas guaridas de amor en la calle con nombre de héroe. Pero ya era gente joven, acostumbrada a nuevas libertades sexuales y cada vez menos interesada en la vieja remolienda prostibular, por supuesto. El último de los establecimientos tipo bares y restaurantes que existía desde aquella época de huifa desatada en el barrio y que seguían siendo atracción del público nocherniego fue La Pipa de Serrano, conocido también como Las Pipas, cuyo caserón de chicha y chancho en Serrano 299 esquina Eleuterio Ramírez pasó a ser un establecimiento de comida y bebida diferente en tiempos muy recientes, sin conservar el nombre.

Hoy en día es posible encontrar algunos ejemplos de la prostitución por allí mismo en Eleuterio Ramírez, pues nunca se fue ni se irá del todo. Empero, como invariablemente sucede, ya corresponden al modelo clásico: en su mayoría calzan en la figura del trabajo sexual concertado por citas virtuales o la llamada con denuesto como prostitución “por prepago”.

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