No toda la prostitución con techo se asentaba en las llamadas casitas de tolerancia, pues este mercado tenía bastante variedad en su oferta. En el período entre los siglos XIX y XX se denunciaba ya la existencia de un tipo adicional o complementario de establecimientos de comercio sexual, o diríamos más bien paralelo a las huifas: los cafés chinos o asiáticos. Correspondían a locales así llamados por la nacionalidad de varios de sus dueños precursores de esta clase de negocios, según observarán después autores como Jaime Collyer en su "Chile con pecado concebido". Semejante título era sólo un resquicio piadoso para el negocio que realmente se escondía detrás de semejante nomenclatura, muchas veces contando con la protección o complicidad de quienes alquilaban los espacios físicos para que operaran comercialmente.
Tales boliches fueron también, en cierta forma, ancestros de los cafés topless
criollos y hasta de los cafés con piernas, aclaramos desde ya que manteniendo las proporciones.
Empero, los chinos operaban tras esta cortina, en realidad, como una versión bastante desvergonzada y
directamente relacionada con el ejercicio de la prostitución y la hotelería
sexual, ofrecida de forma clandestina y muy por encima de sus atribuciones
legales y permisos. Desde el primero que existió hasta el último que haya logrado ser clausurado pasado el medio siglo, fueron realmente una jaqueca constante para las autoridades del ramo.
A mayor abundamiento, así como los antiguos negocios llamados despachos tenían también algo de cantinas y casas de juego tras su fachada de almacenes o pulperías de barrios, en los hechos sucedía que los cafés chinos eran pequeños lenocinios con el equivalente a los actuales moteles, pero con camuflaje de chincheles, figones, cafeterías y salones modestos. Solían tener sus mejores horas durante la noche, razón por las que se les llamó frecuentemente cafés nocturnos. Más pequeños y humildes que las casas de cena y de canto, se ofrecía en ellos comida y bebida, siempre atendidos por las niñas. Podía haber música también, desde algún momento con acento principalmente folclórico y como sucedía en el resto de la remolienda de la capital.
Los cafés chinos eran muy antiguos en el circuito, además: Roberto Páez Constenla, en su interesante obra “Cafés,
comidas y vida cotidiana. La Serena en el siglo XIX (1856-1892)”, localiza el
aviso de lo que parece ser un establecimiento con esta misma clase de giro,
propietado por alguien quien firmaba J.E.H., en el periódico “El Coquimbo” del
lunes 22 de diciembre de 1879. El dueño invitaba a los serenenses interesados a
celebrar la Pascua y el Año Nuevo en su negocio, pero sin revelar la dirección:
eso quedaba como desafío para los clientes que decidieran concurrir, o acaso era tan conocido en el medioambiente que no requería de más coordenadas ni claves.
Nótese que aquello sucedía en plena Guerra del Pacífico, además, conflicto en cuyo final muchos esclavos chinos o culíes de los campos y las covaderas peruanas se incorporaron a Chile tras comenzar a ser liberados por Patricio Lynch en 1880 después del desembarco de Chimbote, siendo asimilada también parte de ellos también con los territorios en donde estaban presentes al sur de Perú. Conocido es el caso del batallón del ciudadano chino Quintín Quintana, quien participó a favor del general Manuel Baquedano y los chilenos durante la Campaña de Lima y concluyó sus días trabajando en la policía de Santiago. La tradición suponía que elementos vinculados a aquellos ciudadanos fueron quienes crearon y regentaron los señalados cafés en sus años de mayor popularidad, ya que los culíes o sus hijos figurarán entre las primeras generaciones de ciudadanos con tal origen establecidos en el país, haciendo con ello que llevaran su gentilicio o el mote de asiáticos. Empero, si acaso existía ya el mismo modelo de negocio clandestino antes de aquella época, con o sin tal nombre, esto significaría que no era algo de creación especialmente suya o de sus descendientes, sino que el café nocturno provenían de la propia inventiva criolla.
Por su parte, el redactor satírico Juan Rafael Allende, alias El Pequén, aludía a la misma clase de negocios en una nota de la revista “El Padre Padilla” del 27 de diciembre de 1894, también relativa a la Nochebuena por la que, al parecer, muchos señores cristianos no guardaban estricta observancia moral. Comentado por Daniel Palma Alvarado en un artículo de la revista “Historia” de julio-diciembre de 2004, titulado “De apetitos y cañas. El consumo de alimentos y bebidas en Santiago a fines del siglo XIX”, decía dicho texto dejando a la interpretación qué alcance dar al gentilicio chino (si el folclórico o el más pícaro):
Ya pasó, con toda su corte de olorosa albahaca, brevas curadas, duraznos maduros por fuerza y sandías verdes! Pasó con toda su corte de provocativas muchachas, de curados y curadas, viejas y viejos verdes por fuerza de... los polvos o coloretes; de la alegre zamacueca y de los amorosos coloquios bajo el ala protectora de algún cariñoso chino.
Hubo claras señales de la existencia de cafés chinos en calles de barrio Mapocho y el antiguo sector de Las Ramadas, por cierto. De acuerdo a lo que describe Armando de Ramón en su principal libro sobre la historia de Santiago, aquellos no eran más que “un encierro de corrupción y del más escandaloso comercio de mujeres que, embrutecidas por el vicio y el licor, ofrecen al público el más grave espectáculo”. Un informe de 1891, por ejemplo, ya hacía un penoso retrato de las calles San Pablo, Mapocho, San Antonio, Esmeralda y 21 de Mayo, señalándolas como atestadas de cafés chinos: existían por lo menos 20 de ellos en aquel cuadrante de vías.
Por su función análoga a la de un motel o casa de citas, además, fue común en la concurrencia de parejas fogosas hasta los cafés chinos. En parte, es lo que se desprende también de la cita que el historiador Maximiliano Salinas hace de un texto de la gaceta “El Padre Padilla” del 31 de marzo de 1888, refiriéndose a las hipocresías de la Semana Santa:
En Santiago tienen los hijos del Celeste Imperio 50 piguchenes. Entrando a cada uno cinco parejas cada diez minutos, y durando la fiesta aquellas tres horas, tendremos que en la noche del Jueves Santo 4.500 vírgenes pasaron de los brazos del fanatismo a los brazos de la seducción.
Vista de la antigua Plaza Almagro hacia la Parroquia del Santísimo Sacramento, desde la esquina de Inés de Aguilera con Gálvez (hoy Zenteno), hasta donde llegaba entonces su área verde. Barrio San Diego y sus adyacentes tuvo muchos cafés chinos en el pasado. Fuente imagen: sitio Lacunza Barrio de Santiago.
Hotel Alameda, ex Hotel Melossi y Brink, al lado de la Estación Central y la Plaza Argentina de los tranvías, en una revista "En Viaje" de 1939. El vecindario de los ferrocarriles fue otra famosa concentración de prostíbulos, casas de juego y cafés chinos en Santiago.
Ex Plaza de las Ramadas (hoy Corregidor Zañartu) y el edificio de la Posada del Corregidor, hacia 1926, poco antes de la desaparición del inmueble con entrada de arco del fondo, propiedad de las monjas del Buen Pastor. También fueron conocidos los cafés chinos de la calle Las Ramadas, actual Esmeralda. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial, Museo Histórico Nacional (Donación de la Familia Larraín Peña).
Recreación de un dormitorio con el aspecto de las habitaciones que había en las casas de citas tipo cafés chinos.
Estación Chuquicamata, en el tramo final del ferrocarril donde creció el pecaminoso pueblo de Punta de Rieles. Los cafés chinos también abundaron en el territorio minero de Chile. Fuente imagen: captura del canal Atacama TV.
Ya en 1895, en la edición del periódico “El Chileno” del 23 de junio se confirma la abundancia de la misma clase de establecimientos en Santiago, especialmente en calles como San Antonio y Esmeralda. Consultando archivos de la jefatura de la Oficina de Casas de Tolerancia con un registro de cafés chinos informados a la Intendencia de Santiago en 1900, varios de ellos violando las distancias legales a templos y colegios además, Ana Carolina Gálvez Comandini entrega una nómina de arrendatarios de las propiedades en su memoria de título “De lacra social a proletaria urbana. La novela social y el imaginario de la prostitución urbana en Chile: 1902-1940” (Universidad de Chile, 2011), base de su posterior trabajo publicado "Ganar con el cuerpo". En la lista, donde figuraban algunas de distinguidas personalidades de la élite capitalina, nos encontramos con los siguientes cafés chinos identificados:
- Pedro Acho: San Antonio 819, arrendatario. Pagaba 200 pesos mensuales, y ya contaba cuatro años establecido. Se encontraba a 108 metros del Colegio de Niñas del Dispensario de la Caridad, en Esmeralda entre 21 de Mayo y San Antonio.
- Manuel González: San Antonio 42, arrendatario. Pagaba 200 pesos al mes y completaba nueve años establecido allí. A 120 metros de la Iglesia de San Francisco de la Alameda.
- José López: Esmeralda 826, arrendatario de don Eleodoro Yáñez, destacado político liberal. Pagaba 90 pesos mensuales. Llevaba ya 15 años establecido. Estaba a sólo 2o metros del mencionado colegio de niñas de la misma calle.
- Manuel González: Esmeralda 837, arrendatario. Pagaba 150 pesos mensuales y estaba allí desde hacía cuatro años.
- José Vásquez: Esmeralda 847, arrendatario de don Emilio Astaburuaga, señor miembro de una aristocrática y antigua familia capitalina. Pagaba 70 pesos mensuales y llevaba 20 años establecido. A 15 metros del colegio de la calle.
- Lorenzo Abon: 21 de Mayo 877, arrendatario de don Augusto Matte, reputado banquero y parlamentario. Paga 600 pesos y llevaba diez años establecido. A 148 metros de la Iglesia de la Caridad de la misma calle.
- Juan Joh: San Pablo 1097, arrendatario. Pagaba 300 pesos y estaba establecido desde hacía diez años. A 50 metros de la Iglesia de la Merced.
- Antonio Sánchez: Rosas 941, arrendatario. Pagaba 190 pesos y contaba 12 años establecido.
- José Ortiz: Claras (actual Mac-Iver) 380, arrendatario. Pagaba 160 pesos y estaba en el lugar desde hacía diez meses. A sólo 20 metros de la Iglesia de la Merced.
- Juan Sánchez: Mapocho 838. Pagaba 140 pesos y cumplía dos años establecido.
- José Aguirre: Manuel Rodríguez 32, arrendatario. Pagaba 90 pesos y contaba nueve años establecido.
- Fernando Lea: San Pablo esquina Colegio, arrendatario. Pagaba 205 pesos desde hacía seis meses allí. A 15 metros de la Escuela Elemental de Hombres N° 10.
- José Jiménez: Alameda de las Delicias 2907, arrendatario. Pagaba 180 pesos, establecido hacía un año.
- Antonio Spa: Alameda de las Delicias 2793, arrendatario. Pagaba 300 pesos al mes desde hacía un año.
- José Jiménez: Matucana 9, arrendatario. Pagaba 100 pesos mensuales y llevaba dos años establecido.
- Juan Azú: Matucana 7, arrendatario. Pagaba 70 pesos al mes desde hacía un año y ocho meses.
- Manuel Franco: Alameda de las Delicias 2698, arrendatario del destacado arquitecto Manuel Aldunate. Pagaba 120 pesos al mes desde hacía cinco meses, tiempo que llevaba allí establecido. A 145 metros de la Iglesia de la Recoleta Franciscana.
- Antonio León: Independencia 403. Pagaba 120 pesos al mes y contaba cuatro meses establecido. A 140 metros de la Escuela Mixta N° 16.
- Manuel Franco: Recoleta 71. Pagaba diez pesos mensuales y llevaba siete años establecido.
- Fernando León: Recoleta 93. Pagaba 90 pesos al mes y completaba cinco años establecido. A 140 metros de la Recoleta Franciscana.
- Antonio Flores: Instituto (hoy Alonso de Ovalle) 1052, propietario del lugar hacía 30 años. A 50 metros de la puerta del Internado del Instituto Nacional.
- Joaquín Azú: Instituto 1076, arrendatario. Pagaba 240 pesos y contaba nueve años establecido. A 80 metros del Instituto Nacional.
- José Conci (o Concé): Instituto 1114 (o 1119), arrendatario. Pagaba 35 pesos al mes y contaba seis años establecido. A 45 metros del mismo Instituto. El comerciante, de origen asiático, fue sorprendido también con bebidas alcohólicas dentro del boliche y en 1902 fue denunciado por no presentar a exámenes médicos a su asilada Pabla Muñoz.
- Alejandro Manten (o Montero): Instituto 1138 (o bien 1139), arrendatario. Pagaba 30 pesos al mes desde hacía dos meses. A 61 metros del Instituto.
- Miguel Pozo: Alameda de las Delicias 1960, arrendatario. Pagaba 240 pesos y completaba 15 años establecido. A 140 metros del Colegio de los Padres Franceses. Aparece también con un establecimiento en San Antonio 702, a 98 metros del Colegio de Niñas de calle Esmeralda.
Tal clase de negocios ya estaban en la mira de las autoridades cuanto menos desde que fuera promulgado en Santiago el Reglamento de 1896, primera regulación de la prostitución en Chile, ocasión en la que se ordenó también el desalojo de los establecimientos que no cumplieran con las normas legales. Además, el 21 de diciembre de 1902 se emitiría un nuevo decreto sometiendo a los cafés asiáticos y las casas de citas al mismo reglamento vigente para las casas de tolerancia, incluidas las libretas de exámenes médicos al día que debían tener las trabajadoras asiladas. Los dueños de aquellos cafés y las “casas de recibir mujeres públicas” que no acataran la obligación, se arriesgaban a tener que pagar la multa de 20 pesos por cada infracción. Si se llegaba a descubrir en ellos a menores de edad, además de la multa se abría un proceso en la justicia ordinaria.
Muchas otras de las casas de tolerancia clandestinas como las mencionadas, varias con sus respectivos disfraces comerciales, persistieron por largo tiempo más en ciudades como Santiago, Valparaíso y algunas del Norte Grande. Los cafés de oferta sexual alcanzaron a convivir con la mejor época de los burdeles y sus barrios, de hecho, habiendo existido algunos entre las cuadras de Estación Central y la misma Alameda cerca del Convento de San Francisco todavía en tiempos posteriores. Incluso se creía que hubo algunos cafés chinos entre los hoteles y prostíbulos que existieron pasado el medio siglo en la Manzana Residencial Modelo de calles París y Londres, cuando ya había decaído en importancia aristocrática.
Sin embargo, el patrón de negocios que representaban tales cafés chinos y los cafetines de prostitutas no podía competir con las comodidades y ambiente más acogedor de las casitas de remolienda o de tolerancia, al menos las más tradicionales, por lo que acabarían extinguiéndose con el correr de las décadas. Con sólo algunos escasos ejemplos llegando a superar el primer tercio del siglo XX y que conservaban de los originales nada más que el nombre, se convirtieron sólo en un recuerdo excéntrico de las fisonomías que llegaban a adoptar el comercio del placer carnal y sus complementos recreativos en el país.
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