LA ESQUINA MÁS RISUEÑA DE LA CALLE ALDUNATE

Reconstrucción aproximada del grupo de residencias desaparecidas de calle Aldunate con Matta en donde existió la casita de remolienda.

Calle Aldunate aún existe con este nombre en el centro de la capital chilena, pero en el pasado era mucho más colorida y alegre de lo que podría creerse hoy incluso con una mirada zahorí, además de haber alcanzado gran popularidad en el conocimiento de los vividores santiaguinos. Esta vía va paralela a San Ignacio de Loyola pero, a principios del siglo XX y cuando ya cargaba con su fama de centro de diversiones nocturnas y prostitución, abarcaba un tramo más corto que el de hoy: desde la desaparecida calle Lacunza, por el norte y en donde está ahora el final del Parque Almagro, hasta pasada la calle Ñuble por el sur, ya en las puertas del barrio Matadero y Franklin.

Como puede suponer, entonces, Aldunate era otra de las principales arterias tomadas por los lupanares y contubernios folclóricos de aquellos años. Lo propio sucedía en parte con su vecina calle Lord Cochrane, otro núcleo prostibular desde los tiempos en que era llamada aún calle Duarte en el siglo XIX, especialmente entre Lacunza y Eyzaguirre, incluso con escenas de exhibicionismo denunciadas por la revista satírica “El Padre Padilla” en 1884… Así de antigua era ya la buena y mala fama del barrio.

La jarana nocturna y los moteles del terror fueron parte de aquel paisaje, probablemente con muchos o la mayoría de ellos operando en forma clandestina. De acuerdo al relato de Zacarías Norambuena en uno de los textos escogidos para la obra “Voces de la ciudad. Historias de barrios de Santiago” (“Barrio Matadero”, 1999), Aldunate también era reconocible por la cantidad de talleres de calzado y de trabajos artesanales en cuero que había prácticamente casa por medio, todos de carácter familiar, impregnándola de los olores volátiles de los pegamentos con solventes.

Eran barrios peligrosos, además, de constante atención policial y con algunos casos de cierta connotación social sucedidos durante el larguísimo período en el que acogió a aquella efervescente remolienda de Santiago todavía ofreciendo sus formas más tradicionales y clásicas que acá hemos descrito. Su influencia como núcleo de actividad huifera había llegado incluso a calles paralelas como Roberto Espinoza, prolongándose también por bastantes años.

Uno de los últimos burdeles de Aldunate -tal vez definitivamente el último, sospechamos- funcionó en un desaparecido caserón del 1060, ubicado hacia la esquina con Manuel Antonio Matta. Regentado en sus buenos años por la tía Carmela, fue uno de los más longevos aunque con más de una gerencia a la cabeza. No sólo eso: también era uno de los más populares entre todos aquellos que estuvieron en la calle de marras y, por extensión, alrededor del Parque O’Higgins y los reinos de lupanares distribuidos entre Matta, Nataniel Cox, Blanco Encalada y varios más de aquellos antiguos barrios señalados.

En su tesis para la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, titulada “La urbanización obrera en Santiago sur, 1905-1925. De arrabal decimonónico a periferia proletaria”, de 2014, Waldo Vila Muga consulta documentación disponible en el Archivo Intendencia de Santiago de noviembre de 1920, sobre una redada realizada policial que involucró al mismo lupanar de nuestro interés, ejecutada por personal de la Cuarta Comisaría:

Visitó el prostíbulo de Carmen Franccini, Aldunate 1060 (esquina Av. Matta) donde demoraron gran tiempo en abrir la puerta, encontrando en el salón de dicha casa a cuatro individuos que remolían con las asiladas, y, aunque no se les sorprendió bebiendo licor, en el patio del prostíbulo se encontraron botellas de licor que habían ocultado en una gran canasta escondida entre los árboles, por lo que se denunció al prostíbulo (...)

De los cuatro individuos que remolían en el salón, uno de ellos llamado Melitón Cortés, Aldunate 1250, se encontraba en evidente estado de ebriedad, por lo que fue detenido y puesto a disposición del Juzgado.

Cabe comentar que, en el mismo operativo de aquella noche, los agentes se dejaron caer sobre otros refugios como el prostíbulo de Flor María Chávez, en la dirección de San Francisco 934. Como era muy esperable a esas alturas, allí también encontraron clientes bailando con las asiladas y casos de ebriedad entre los enfiestados.

Doña Carmela o Camen (era llamada de ambas formas), tomó precauciones inmediatas y puso resistentes cierres a partir de ese momento, bloqueando a los instrusos las puertas de su burdel de Aldunate. Sin embargo, cuando los agentes regresaron hasta allí durante la noche siguiente y encontraron los seguros de trancas y cadenas cerrando el ingreso, volvieron a exigir la apertura de la puerta apelando a su autoridad. Nuevamente encontraron en el salón a clientes remoliendo y botellas vacías confirmando que las restricciones a la venta y consumo de alcohol seguían sin ser acatadas. Dichos dispositivos para dificultar el ingreso, como sucedía en muchos otros lenocinios, estaban dispuestos no para detener el ingreso, sino principalmente para retrasarlo ganando tiempo y así intentar deshacerse de esas u otras pruebas inculpadoras sobre las ilegalidades que casi siempre estaban presentes en esta clase de negocios.

En ciertos avisos económicos de prensa advertimos, también, que el burdel de Aldunate 1060 contaba con cocina y comedor, aparatos de recepción radial que eran la novedad en esos años, y después con salas de billar para los visitantes. De hecho, ofrecía a la venta algunos de estos muebles y artículos de este último juego (mesas, bolas, tacos, marcadores, etc.) hacia mediados de 1937, tras lo que pudo haber sido una renovación de sus espacios, suponemos. Figurando como dirección de Luis Miranda V. en aquellos años, el negocio allí alojado sobreviviría incluso a la vida de la propia tía Carmela, hasta tiempos bastante posteriores pero en las mismas y exactas actividades.

El lenocinio y su gente tampoco fueron inmunes a quedar salpicados por hechos criminales, desgraciadamente: la que parece ser su segunda regenta, doña Antonia Sonia Bonilla Ávila, fue asesinada con un tiro de revólver hacia las 19.30 horas del domingo 11 de diciembre de 1955 por el teniente de gendarmería Jorge Sánchez Tucci, en la Escuela Técnica de Prisiones. La cabrona había ido a visitar al teniente llegando acompañada de dos amigas, no se sabía exactamente por qué, pero durante el encuentro se desató una discusión y el sujeto sacó su arma de fuego provocando la tragedia. Es poco lo que aportó la prensa para comprender el extraño caso.

Tras décadas de servicios, la última propietaria del inmueble fue Ana Jaramillo Beltrán, quien lo arrendó a Pedro Guillermo Luna Zamorano para ser usado como hotel, o más honestamente como motel y casa de citas. Sin embargo, el negocio no resultó y volvió a la administración de la dueña, quien se quedó también con la patente de alcoholes que le cedió el comerciante hotelero. Una clausura efectuada por efectivos de Carabineros de Chile en 1990 intentó poner fin a la actividad meretricia en el lugar, aunque recursos presentados por el abogado de doña Juana intentaron revertir la medida. Sin embargo, a pesar de su testarudez, el lugar de todos modos terminaría cerrando y con la mirada de la ley encima del mismo, tras un largo pleito que tuvo también algunos alcances polémicos, con posibles visos de tráfico de influencias o faltas a la probidad pública.

Hallándose ya completamente desendemoniada la cuadra, entonces, con casi total ausencia de la actividad del pasado que la hiciera por tantas décadas el centro de remolienda más recordado de Aldunate, la vieja residencia con patios interiores y diseño un tanto solariego fue demolida hacia inicios del actual siglo, por el año 2004. Se erigió sobre sus escombros el conjunto residencial que domina desde entonces la otrora esquina más risueña de esta calle, ostentando el aparatoso nombre Edificio Jardines del Parque O’Higgins.

Un pequeño fragmento de las viviendas de la misma época olvidada ha sobrevivido justo en el vértice y la línea de fachadas que da a avenida Matta, sin embargo, con establecimientos comerciales y talleres en sus primeros nuveles. Servirían de memoriales para que los nostálgicos puedan llorar y ofrendar velas al recuerdo de lo que fue aquella antiquísima casita de huifa.

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