PUNTA DE RIELES: LA OLVIDADA COLONIA DE LA REMOLIENDA EN CHUQUICAMATA

Estación Chuquicamata, en el tramo final del ferrocarril donde creció el pecaminoso pueblo de Punta de Rieles. Fuente imagen: captura del canal Atacama TV.

El Cerro Negro se encuentra justo al poniente de la Mina División Ministro Alejandro Hales en Chuquicamata y al suroeste de la gran mina principal, a un costado de la Ruta 24 en la Región de Antofagasta. Más al norponiente de la misma mina grande, en cambio, vigila el paisaje el cerro Chuquicamata a cuyo pie está la Estación Cere no muy lejos de la cañada del río Loa, más al oriente. En una parte de los contornos de este amplio sector pudieron distinguirse -tenuemente y por un par de décadas- trazados geométricos que fueron antiguas residencias, oficinas y senderos de un desaparecido pueblito minero llamado Punta de Rieles, también cerca del cerro Negro y al sur de la gran mina.

Punta de Rieles, con las aldeas vecinas de Banco Drummond y Placilla, había nacido en donde estuvo el final del ramal ferroviario que llevaba a la llamada Estación Chuquicamata, condición que le daba el nombre y que inspiró también el título de la cuarta novela de Manuel Rojas. Era un campamento de los mineros establecidos en la vía que conectaba con la ciudad de Calama, con antecedentes desde poco después de la Guerra del Pacífico y sus primeros atisbos de vida posiblemente hacia inicios del gobierno del presidente José Manuel Balmaceda. Su consolidación como centro urbano y residencial comenzará al iniciar el siglo XX, sin embargo, de acuerdo a fuentes como "Orígenes y desarrollo de Chuquicamata bajo la Chile Exploration Company" de Gerardo Martínez Rodríguez:

El año 1900 fue autorizado el ramal a Chuquicamata del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, mediante ley del 30 de julio de 1900. Ese mismo año fue entregado al servicio público. Dicho ramal nacía en la estación San Salvador y llegaba a Chuquicamata en un trayecto de ocho kilómetros entre estación y estación, dando origen al poblado de Punta de Rieles. Este ramal facilitó la decisión de los propietarios de pertenencias, para constituir sociedad a fin de explotar el mineral. Posteriormente la Chile Exploration Co., modificaría su trazado debido al avance de los ripios.

Al parecer, había surgido primero como un pueblo de trabajadores independientes de la minería, pirquineros y comerciantes. Correspondía a grupos de casas con unos 100 metros en su parte más prolongada, principalmente de calamina y material ligero, distribuidas en sólo tres y luego cuatro calles de tierra que conservó siempre como las principales: Uribe, Balmaceda, Aníbal Pinto y Barros Arana. A ello se sumaron otras viviendas y establecimientos comerciales dispersos en el contorno inmediato del pueblito. Esto habría sucedido casi al mismo tiempo que los Guggenheim llegaban hasta allá a sentar su gran proyecto de explotación del cobre y presentan las primeras barras de producción industrial.

El tema de Punta de Rieles ha sido tratado en el artículo "Los pueblos libres de Chuquicamata: su origen y su desarrollo en los albores del ciclo de la gran minería del cobre en Chile (1886-1930)" de Víctor Tapia Araya y Luis Castro Castro, publicado por la revista "Estudios Atacameños. Arqueología y Antropología Surandinas" en 2022. Los autores se refieren allí directamente a la relevancia que llegó a tener el lugar como núcleo recreativo obrero, probablemente uno de los más célebres de su tiempo en el Norte Grande de Chile:

Punta de Rieles se convirtió en el centro del entretenimiento a la usanza de las placillas en el Norte Chico, donde los mineros buscaban compensar sus deseos de alcohol, placer y diversión, generándose también allí el intercambio comercial en torno a variados negocios y a la estación que transportaba pasajeros y cobre.

(...) Caracterizado generalmente como un pueblo farwestiano (Latcham, 1926, p. 162), Punta de Rieles albergó, avanzado el siglo XX, no sólo las casas de tolerancia y las cantinas, sino también las tolderías, ranchos y casuchas, residenciales y casas de huéspedes, la estación de trenes que le daba su nombre, el cuartel de la Policía Comunal y, con posterioridad, el cuartel de Carabineros, una Escuela Municipal y numerosas tiendas comerciales...

Los autores indican también que "el nombre Punta de Rieles estuvo asociado a la leyenda negra", pues, a diferencia de Placilla, este no era un lugar de residencia para mineros con sus familias, sino más bien "un espacio marginal, con altos índices delictivos" que, sin embargo, no frenaron su crecimiento y expansión, así como la presencia de un fuerte comercio lícito e ilícito en sus calles, incluida la prostitución. Mucho de lo que ha quedado para el recuerdo sobre aquel lugar pertenece, justamente, al campo de las innumerables leyendas que dejó en las memorias del territorio.

El flamante pueblito prácticamente había nacido cerca del Centenario Nacional como un hervidero de lupanares, según señalaba el periódico "La Provincia" de Calama en su edición del 5 de julio de 1914, también citado por Tapia y Castro: "Como siempre las instalaciones de casas de tolerancia han batido el récord habiendo en la actualidad unas diez, que hace contraste en un pueblo de sólo cuatro calles". Algo parecido decía  "La Huasca" de Calama en su edición del 9 de abril de 1916, poniendo las alertas en el problema sanitario que involucraba el ejercicio de este oficio, dada la proliferación de enfermedades venéreas y la falta de fiscalización:

Desde la fundación de este pequeño pueblo, creado por las necesidades de los trabajadores de la Chilex, se ha establecido allí una cantidad de prostíbulos que hacen gran negocio con dichos trabajadores. Nada, por cierto, tiene de particular que se hagan este tipo de negocios, ya que son tolerados por nuestras autoridades, alrededor del que giran unos cuantos mercaderes en carne humana.

Ubicado a unos cuatro kilómetros del campamento principal de Chuquicamata, la mayoría de sus residentes de Punta de Rieles acabarían trabajado para la Anaconda Copper Mining Co. Esta y otras firmas que operaron en Chuqui, como era llamado ya entonces el mineral, tenían fama de pagar un poco mejor que otros casos del rubro y además en efectivo, a diferencia de lo que sucedía todavía por entonces en algunas oficinas salitreras y sus famosas fichas o pulperías de la misma administración. Cerca de 2.000 habitantes permanentes llegó a tener, pero entre pasajeros y población flotantes Punta de Rieles podía superar las 10.000 almas en ciertas temporadas, según información divulgada por el investigador independiente Jonathan Aguilera Plaza.

Provisto de pensiones y miserables hoteles, un servicio de telégrafos también existía allí según leemos en el periódico "El Despertar de los Trabajadores" del 5 de junio de 1915, pero era de la oficina particular del ferrocarril inglés, por lo que se su uso costaba el triple de lo que cobraba la estatal. Esto motivó peticiones de los habitantes para que la Dirección General de Telégrafos llegara hasta allá, formuladas luego de una gran reunión en el pueblo a la que concurrieron 2.000 trabajadores, según el señalado medio. Punta de Rieles contaba con su propio periódico, además, de corte obrero y titulado simplemente "El Loa".

Pero al caserío le sobraban varones: uno de los primeros censos realizados allí en los años veinte arrojó por resultado con una población de 1122 habitantes, con 643 hombres y 479 mujeres en 1925. Así las cosas, el contar con un recurso permanente de dinero en sus manos ayudaría a fomentar el vicio entre aquellos trabajadores masculinos hasta niveles insólitos según se recuerda, haciendo que la pequeña aldea se fuera transformando en un compacto gran centro de juegos y prostitución que llegó a ser el más conocido en la región de entre todos los que ostentaban estas poco luminosas características.

Fue por aquellas razones que, en las cuadras de Punta de Rieles, siempre abundaron tugurios, salas de baile, garitos para apuestas, casas de prostitutas, cantinas, figones y fondas decadentes abiertas durante todo el día. Los mineros llegaban en masa hasta ellos al final de las faenas y ni hablar de los días libres. La cantidad de chiquillas establecidas o visitantes del lugar debieron llegar a proporciones inverosímiles, pero el éxito del negocio confirma la prosperidad en que se movían, a pesar de tan modesto escenario urbano.

Había sido tal la energía bohemia allí concentrada que, a diferencia de otros campamentos mineros en donde el alcohol estaba estrictamente prohibido y sólo se podía conseguir contrabandeado por los guachucheros, los capataces y gerentes de las mineras de cobre no se atrevieron a imponer con rigor una ley seca entre sus trabajadores: por el contrario, habrían preferido hacer vista gorda a las abundantes ventas de vino y cerveza que allí se daban. En cierta forma, esta era la licencia o pacto que extendían los empresarios en la mesa para que los mismos mineros no sabotearan ni pusieran en problemas la actividad, obedeciendo a demandas sindicales o movilizaciones. Obviamente, esta falsa armonía no iba a durar mucho.

El diario "El Heraldo" de Arica, órgano oficial de la Federación Obrera, definía el singular sitio como "el feudo de Chuquicamata" y no dudaba en condenar el régimen de sometimiento practicado por la Chilex y que denunciaba presente allí. En su edición del miércoles 15 de marzo de 1922, cuando Anaconda ya preparaba la adquisición de todo el yacimiento de Chuquicamata, reclamaba aquel medio en sus páginas:

La Compañía Americana, por sobre todas las cosas exige a sus obreros que "no pertenezcan" a ninguna Federación y al efecto, antes de entrar en las funciones a que son destinados, se les obliga a firmar en un libro donde queda establecido ese compromiso del modo más formal. Aun para no ser burlados los jefes yankees, constituyen al lado del obrero no conocido una red de espías bien remunerados, para que delaten cualquier olvido de lo pactado. El espionaje se hace con un personal numeroso, ramificado dentro y fuera de los dominios de la "Chile Exploration Co.", hasta en las aldeas, villas y estaciones distantes del establecimiento, como en Punta de Rieles, Calama, etc.

Sin dejar pasar el relajo moral imperante en el pueblito, sin embargo, "El Helado" también se refiere al vicio que hacía dilapidar salarios completos a los mineros. "Pueden también los obreros ir a Punta de Rieles a gastarse los pocos cobres que le den o que corresponden al sostén de sus familias", repudiaba el articulista.

A esa alturas la situación de seguridad había empeorado bastante en el atrevido caserío, especialmente desde el retiro de un cuartel de Carabineros de Chile sucedido ese mismo año. No obstante, muchos medios impresos consideraban una exageración las descripciones dantescas de violencia y muerte que a la sazón hacían periódicos como "El Mercurio" sobre Punta de Rieles, presentando los reclamos formulados desde la comunidad de vecinos. Por este motivo "El Abecé" de Antofagasta espetaba, el 10 de agosto de 1923, que "si hay prostíbulos, también los hay en todas partes de la República y con mucha mayor razón debe haberlos en este pueblo que está rodeado de muchas faenas donde se ocupan miles de obreros". El periódico destacaba también su característica como poblado comercial, abastecedor de muchos habitantes de aquella zona.

Vista de las antiguas instalaciones del mineral de Chuquicamata. Imagen de las colecciones en Flickr de Patricio Parragué.

Plano con las ubicaciones de Punta de Rieles, Placilla y Banco Drummond en la ciudadela minera de Chuquicamata. Fuente imagen: "Los Pueblos libres de Chuquicamata. Su origen y su desarrollo en los albores del ciclo de la Gran Minería del Cobre en Chile (1886-1930)" de Tapia y Castro, elaborado por los autores con base en el plano citado en Vilches (2018).

Autoridades judiciales y policías revisando el lugar del hallazgo del cuerpo de Irene Iturra, prostituta quien apareció brutalmente muerta y mutilada en 1969 las cercanías del lugar donde estuvo Punta de Rieles, ya desaparecido a la sazón. Imagen publicada en la época por el diario "La Estrella del Norte".

La mayoría del recurso monetario de los trabajadores aún se iba en la señalada diversión: los bares decadentes, las casas de apuestas y las infaltables prostitutas. Una gran cantidad de estas últimas seguía llegando al caserío desde otras ciudades de la provincia, pero muchas también lo hacían desde el resto del país, especialmente del sur. Curiosamente, sin embargo, no era barato irse a residir a un lugar tal olvidado por la misericordia de Dios: hasta pocos años antes las pensiones de Punta de Rieles costaban cerca de 120 o 130 pesos mensuales, algo bastante oneroso para la clase obrera considerando que los ingresos medios a bajos eran de unos 7,50 pesos diarios.

Así había funcionado todo hasta el momento en que la deserción laboral, las riñas violentas y la borrachera generalizada comenzaron a salirse de control y a sobrepasar la paciencia de los jefes. Los primeros desacuerdos y expulsiones ordenados por la compañía se dan entre fines de 1919 e inicios de 1920, pero las cosas sólo irían volviéndose más opacas desde allí en adelante. Las muertes frecuentemente regaban suelo ardiente con sangre y la preocupación por la ineficacia del escaso personal policial disponible cundía. Ricardo A. Latcham se refería, en 1926, a la cantidad de muertos que llegaban a aparecer cada mañana en el sendero apenas razado por las arenas del desierto y que unía la planta de Chuquicamata con Punta de Rieles, en su ensayo social "Chuquicamata. Estado yankee".

Un personaje de la zona, don Tito Álvarez, chuquicamatino y gran conocedor de los mismos territorios, informaba de más detalles sobre aquel período en entrevista al medio "Cooperativa" (artículo "La nostalgia comienza lentamente a invadir a habitantes de Chuquicamata", martes 21 de agosto de 2001):

En las cercanías de los minerales los prostíbulos han existido siempre, en este caso Calama es el lugar que tenía todas entretenciones pero, según Tito Álvarez, "a un empresario se le ocurrió que Punta de Rieles quedaba más cerca, a ocho kilómetros del campamento, entonces este empresario tuvo una buena visión y fue el hombre que trajo el primer cabaret. Atrás de él llegaron muchos empresarios y, por supuesto, llegaron muchas prostitutas de Tocopilla, de Antofagasta y de la misma Calama". Pero también hay otro tipo de historias no tan divertidas, como cuando la ley del "far west" predominaba en la zona, según recuerda el propio Álvarez. "Había un puente que era de la fundición de cobre que tenía un desagüe en esos tiempos y en ese puente se escondían los bandidos y cada noche había un muerto, a veces dos y a veces tres, porque no había mucha policía y en ese tiempo existían los guardias especiales".

El comercio a precios más convenientes que en el sistema de pulperías del campamento principal también habría provocado que Punta de Rieles comenzara a ser visto con desconfianza por las jefaturas, comenzando a cundir la mentalidad de clase y las demandas sociales dentro de los pobladores. Así habían ido apareciendo sedes políticas de izquierda y, entre 1918 y 1920, se dieron algunas visitas de dirigentes como Luis Emilio Recabarren, el fundador del Partido Obrero Socialista y después del Partido Comunista. Incluso el futuro presidente Pedro Aguirre Cerda alcanzó a realizar alguna visita y encuentros allí, ya que el acceso al complejo de Chuquicamata fue restringido.

Por supuesto, los burdeles también se veían involucrados -de un modo u otro-en los frecuentes casos delictuales del poblado. Aunque Tapia y Castro también consideran como parte de la leyenda negra al desprestigio general que caía sobre Punta de Rieles, citan un caso desde el medio "La Industria" de Calama del 12 de marzo de 1918: había sido capturado un sujeto llamado Idelfonso Pérez, alias el Pato, quien había inferido heridas graves a otro tipo llamado Jesús Pizarro, asilado en el prostíbulo de doña Isabel Ríos en el mismo pueblo. Era, sin embargo, sólo uno de los muchos casos del día: otros otros fueron detenciones por uso o porte de armas prohibidas, hurto de carne en el negocio de un comerciante y las habituales ebriedades. "Hace falta el aumento de dotación de guardianes de policía, pues su número actual es sumamente escaso y no pueden atender debidamente por esta causa la vigilancia del pueblo", sentenciaba el periódico.

Lamentablemente, más allá de las exageraciones y sensacionalismos el lugar se habría ido colmando también de chulos, hampones y traficantes de mercaderías, quienes a veces llegaban dispuestos a todos por unas cochinas ganancias, de modo que el ya frágil clima de tolerancia a la decadencia humana no resistió más. La falta de higiene y los peligros de seguridad dieron exclusa a varias intervenciones de la compañía y las autoridades, incluso con órdenes municipales de demolición en el mismo período. Estos problemas ya habían sido observados en 1920 por Eulogio Gutiérrez y Marcial Figueroa en "Chuquicamata. Su grandeza y sus dolores", aunque se los veía presentes también en el Campamento Nuevo de la compañía, más al norte:

La promiscuidad, la miseria y el abandono en que vive nuestro pueblo, ha generado allí el libertinaje, el desenfreno y la corrupción.

Y cuando se dice que Punta de Rieles y el Banco Drummond, dos poblachos inmediatos, son el foco donde se contraen las enfermedades sociales más repugnantes, no se ha dicho toda la verdad, porque en el propio campamento nuevo de la Chile, en fuerza de las circunstancias expresadas, miseria, hambre y desnudez, se prostituye a la madre como a la púber que debió ser retoño lozano de la nueva generación.

Para intentar revertir la grave situación de violencia, remolienda desenfrenada y delitos sangrientos en Punta de Rieles, los jefes de la minera contrataron a un controvertido ex capitán de Carabineros de Chile, personaje de modos violentos quien ya andaba por los cuarenta años y había sido expulsado de la institución. Llamado en realidad Enrique Maturana Díaz, lo apodaban Ajicito pues era de apariencia engañosamente enclenque o débil. Este actuó en el rol de sheriff contra los criminales y a la cabeza de una guardia policial por él organizada. En los años veinte paseaba incluso montado a caballo, portando una carabina y usando unos finos bigotes de punta, obrando con tal severidad que llegó a quitar la vida a varios rufianes, medio centenar según la creencia. Se aseguraba que con esto trajo mucha paz al problemático pueblito, pero también sembrando tropelías y abusos. Muchas leyendas se contaron sobre el desalmado Ajicito y la indiferencia con la que usaba su sable hasta fines del siglo XX, por parte de los testigos de aquellos años.

En tanto, como haber ido exigiendo pagos de contribuciones y caducando las patentes de ventas de licores o depósitos no tenía grandes efectos en la intención de sofocar Punta de Rieles y borrarla del mapa, la compañía cuprífera echó manos e intentó comprar las precarias viviendas usadas por el comercio. Tras gran insistencia, cantó victoria arrasando el lugar con una ola de desalojos, iniciada en 1930. Es de suponer que muchas de las trabajadoras sexuales expulsadas se mudaron a ciudades cercanas durante el mismo período, partiendo por Calama y Tocopilla.

A pesar de todo, la resistencia de vecinos como el croata Simón Ivanovic obligaron a medidas aún más violentas en 1936: fue sacado por la fuerza para proceder a dinamitar su local, según lo que señalaba Aguilera. Cosas parecidas se vieron durante esos años en otras localidades de la región, como el pueblo de Pampa Unión, también famoso por sus casinos de juego y burdeles, o en Las Bombas, que se había levantado cerca de la oficina Pedro de Valdivia y que acabó reducido a cenizas por un gran incendio que se presumía intencional.

Si bien Punta de Rieles había sido casi totalmente desmantelada desde la última arremetida de los años veinte y treinta, quedaron residiendo algunos pocos porfiados por allí, quienes sólo extendieron el desprestigio de aquel suburbio minero en ruinas y condenado a extinguirse. Cuentan en la provincia que un voraz incendio había arrasado o que quedaba del poblado y que muchos juzgaron que el siniestro fue algo provicado, siendo la principal razón para que quedara definitivamente desierto. Tal vez se trate de las varias leyendas que dejó para el recuerdo aquel lugar.

El final de Punta de Rieles, medio sepultado entre los ripios de la minera, fue casi un anticipo de lo que sucedería después con la propia ciudad de Chuquicamata, desocupada a principios del actual siglo y parcialmente sepultada también por el crecimiento del área de trabajos y depósitos de la minería. Sus restos fueron territorio fantasmal y temido durante mucho tiempo, hasta que se esfumaron sin dejar huellas. Famosas regentas como del pueblo, sin embargo, como la mítica tía María dueña del Saloon de la María Centenario, se llevó su cabaret y prostíbulo hasta Calama, haciendo otra gran historia allí.

Sin embargo, la mala fama del desaparecido lugar se perpetuó incluso sobre esas ruinas y recuerdos, llegando a infundir miedo y asombro: cerca de allí, en 1969 apareció el cadáver brutalmente maltratado de una prostituta residente en Calama  y asilada de doña María Centenario: se llamaba Irene Iturra, quien por calzar un par de botas oscuras fue llamada entre los habitantes de la zona como Botitas Negras. Aunque el o los sanguinarios asesinos de la mujer nunca pudieron ser identificados cerrándose sin culpables el caso sólo un par de años después, la tumba de Botitas Negras es muy venerada en el cementerio calameño y se la considera una popular animita de la región.

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