¿ESTADISTAS ENTRE LA REMOLIENDA Y LAS CASAS DE CITAS?

Las acusaciones a autoridades públicas por supuestas aficiones a las mujeres “de mal vivir” y chuscas se remontan a los tiempos coloniales, como lo hemos abordado oportunamente este viaje por la historia de la remolienda nacional. Esto va más allá de las meras infidelidades o amantes, por supuesto, las que siempre han dado capítulos completos a la tradición oral sobre los mandatarios, ministros y hombres de Estado en general dentro de la sociedad chilena... Pero hay mucho más que chismear al respecto, sin duda.

De los que habrían actuado con más desparpajo ya en tiempos de la República, sin embargo, destaca por lejos el ministro Diego Portales Palazuelos quien, en los años veinte y treinta del siglo XIX, hacía noticias al respecto primero viviendo en Lima y luego con sus amigos y correligionarios estanqueros en Chile, tema al que dedica bastantes líneas Enrique Bunster en “Crónicas portalianas”. Eran célebres las fiestas que realizaba Portales con ellos en su fundo El Rayado de La Ligua, por ejemplo, con el estilo de verdaderas bacanales a las que también acudían famosas cantoras y niñas de la zona. “¿Sabe usted que la maldita ausencia de las señoras no me deja comer ni dormir tranquilo? -escribía el ministro en una de sus cartas plagadas de curiosas confesiones-. Examino mi conciencia y encuentro que las quiero del mismísimo modo que el señor San José a Nuestra Señora la Virgen Santísima”.

Lo propio sucedía durante las incursiones de Portales en La Chimba, al otro lado del río Mapocho, en esos tiempos cuando estaba el barrio saturado de chinganas “alegres” y de chiquillas igual de felices revoloteando en ellas. O bien en el famoso club particular que abrió con sus cofrades en el barrio Las Ramadas de Santiago, con cuotas mensuales de manutención. Bunster dejó escrito al respecto un retrato más decente que el señalado por las tradiciones orales, sin embargo:

La concurrencia femenina era a base de señoritas de vida decente, aunque no excesivamente recatadas, que gustaban bailar al son de arpas y guitarras. Entre ellas destacó Rosita Mueno, rutilante belleza que dio tema a la chismografía local, y cuyo nombre anduvo mezclado con el del Ministro. Es fama que este no bebía, pero podía estarse hasta las 12 de la noche -límite de las trasnochadas de entonces- rasgueando la guitarra o “haciendo raya” en el tablado. Por algo declaró a sus partidarios políticos que no cambiaría la Presidencia de la República por una zamacueca.

Bastante comentada y conocida es, también, la carta de Portales a su amigo Antonio Garfias, fechada el 10 de diciembre de 1831. En ella se acuerda varias veces de sus posibles amigas de la remolienda, rechazando todas las voces que ya entonces lo requerían de vuelta en el gobierno:

Dígale Ud. a los cojudos que creen que conmigo sólo puede haber gobierno y orden que yo estoy muy lejos de pensar así y que si un día me agarré los fundillos y tomé un palo para dar tranquilidad al país, fue sólo para que los jodidos y las putas de Santiago me dejaran trabajar en paz. Huevones y putas son los que joden al gobierno y son ellos los que ponen piedras al buen camino de este. Nadie quiere vivir sin el apoyo del elefante blanco del gobierno y cuando los hijos de putas no son satisfechos en sus caprichos, los pipiolos son unos dignos caballeros al lado de estos cojudos. Las familias de rango de la capital, todas jodidas, beatas y malas, obran con un peso enorme para la buena marcha de la administración. Dígales que si en mala hora se me antoja volver al Gobierno, colgaré de un coco a los huevones y a las putas les sacaré la chucha. ¡Hasta cuándo... estos mierdas! Y Ud., mi don Antonio, no vuelva a escribirme cartas de empeño, si no desea una frisca que no olvidará fácilmente.

No desea escribirle más su amigo,

D. Portales.

Los límites del desenfreno recreativo con la remolienda sexual propiamente dicha todavía se divisan difusos entre mandatarios del cambio de siglo, sin embargo, tal vez no pudiéndose hablar aún con total propiedad de una prostitución comprometiendo a los moradores del Palacio de la Moneda en todos los casos donde hubo sospecha. Además, la hipocresía y dualidad moral de la sociedad chilena decimonónica quedaba bastante desnudada con el tema específico del tema de los lenocinios y sus formas de abordarlo, precisamente. No pocas veces corrió una noticia “confirmando” la presencia de otras importantes autoridades y hombres públicos visitando los mismos lupanares que eran tan condenados por las élites y los sectores más conservadores a los que muchos de ellos pertenecían.

El entonces parlamentario adversario del gobierno de Balmaceda y futuro presidente de la República después del Centenario Nacional, don Ramón Barros Luco -a cuya vida también bohemia y sibarita debemos la existencia del sándwich de carne y queso con sus apellidos según la leyenda- habría sido uno de aquellos hombres púbicos que se hicieron grandes visitantes de los burdeles santiaguinos del siglo XIX. De acuerdo a autores como Jaime Collyer en “Chile con pecado concebido”, además, el distinguido personaje acudía después a parrandear hasta otras casitas que quedaban por el sector más céntrico de la ciudad.

Más aún, el periodista y poeta Juan Rafael Allende, alias El Pequén, en la revista satírica “Don Cristóbal” de julio de 1890 sugería como castigo al entonces diputado Barros Luco que este fuera obligado a casarse con alguna de las niñas de calle Rosas 198. Esto porque allí era donde tenía una favorita, llamada Aurora, a pesar de que ahora estaba concurriendo hasta otro burdel en la dirección de Maturana 29.

Se sabe también que hubo incluso mandatarios quienes tuvieron fama pública de chineros, como fue desde muy joven don Federico Errázuriz Echaurren, a pesar de su escaso atractivo. Asumido en el cargo supremo en 1896, vivía como un bohemio vernáculo y bebedor aventurero intentando en vano pasar inadvertido durante sus trasnochadas en establecimientos como el copetudo restaurante Le Tour Eiffel, de San Antonio con Monjitas, hábitos que harían su parte en llevarlo a la tumba. Cierta tradición decía que las fiestas con niñas en su casa en la costa comenzaban cuando se oían las campanadas de la iglesia cerca de Playa Ancha. Habría tenido por favoritas a unas tales Pan de Huevo y Adelita, según su propio mito.

Pero sucedía que don Federico había contraído matrimonio con la distinguida Gertrudis Echeñique Mujica: ella aceptó el anillo sabiendo la fama de galán y perseguidor de muchachas que tenía el entonces aspirante a diputado, debiendo soportar después tales aventuras e infidelidades durante toda la relación. Esto ha sido comentado en fuentes como “Para saber y contar. El pasado nos sonríe”, de Hernán Millas, y también por Collyer.

Hay menciones interesantes comprometiendo a aquellos hombres de la política y la aristocracia en el artículo “Erotismo, humor y trasgresión en la obra satírica de Juan Rafael Allende”, de Maximiliano Salinas, publicado en la revista “Mapocho” del primer semestre de 2005. Encontramos allí que el ya mencionado redactor arremete  también contra Eduardo Mac-Clure recordándole la existencia de “otra hembrita que usted tiene en su quinta del Parque Cousiño”, en la gaceta “Pedro Urdemales” del 29 de octubre de 1890. En tanto, a Alberto Edwards los tilda de “sarnoso”, adjudicándole amoríos con una tal María Luisa Pardo en la edición del 5 de noviembre de la misma revista satírica. El presidente Domingo Santa María también cae en acusaciones de ser “picado de la araña” e irse a bailar zamacueca “donde la Chueca”, de acuerdo a “El Padre Padilla” del 11 de febrero de 1886.

Hemos señalado en otra parte que, con sólo 15 o 16 años, la futura tía Carlina Morales de Vivaceta trabajó en un prostíbulo de la dirección Moneda 22, regentado por una tal Mami. Siguiendo las pistas dejadas en el libro “Yo, Carlina X” de Martín Huerta, el infatigable investigador Joaquín Barañao nos recuerda en la “Historia Freak de Chile” que, en el incendio que destruyó a aquel establecimiento prostibular en los años veinte, habría muerto un ilustre diputado de la República, amigo de las chiquillas de la casa y de la propia Carlina, quien en vano habría intentado rescatarlo. El escándalo no fue mayor ni llegó a tener peores efectos gracias a la discreción y tolerancia de la jefatura policial, cuyo director y buena parte del personal de seguro figuraron también entre la distinguida clientela.

Retrato póstumo del vividor ministro Diego Portales, basado en el que hizo para la Casa de la Moneda el artista francés Narciso Desmadryl, hacia el año 1854.

La mítica tía Carlina Morales, hacia principios de la década del setenta, en una de las pocas fotografías que se ha conocido de ella. Desde su juventud trabajando en una huifa de calle Moneda, la tía Carlina habría estado relacionada con importantes figuras gubernamentales que fueron clientes. Fuente imagen: diario "Las Últimas Noticias".

El presidente Arturo Alessandri Palma caminando con su perro Ulk junto a un vendedor callejero, en los años treinta. La misteriosa muerte del ex mandatario fue, por largo tiempo, un generador de varios chismes sobre las circunstancias de su deceso. Imagen de las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Presidente Gabriel González Videla, de quien dice la leyenda -hoy indemostrable- que fue un gran visitante de la remolienda instalada en barrios como Los Callejones de Santiago.

La calle Santiago Bueras en el diario "La Tercera",año 1997. En ella habría tenido su refugio de amores el presidente Salvador Allende.

No hay noticia del supuesto fallecido en aquella tragedia, sin embargo, por lo que caben dudas sobre la veracidad de la información transmitida por el folclore oral alrededor de la tía Carlina. Sin embargo, por cuenta propia el abogado radical Andrés Sepúlveda J. estuvo rastreando el dato en 2024 y llegó así a certezas interesantes en su ejercicio: fecha un incendio en la madrugada del sábado 26 de marzo de 1927, en calle Moneda esquina nor-oriente con San Antonio, desastre que destruyó varias viviendas y locales comerciales del sector. También localiza una nota de agradecimiento para la Primera Compañía de Bomberos de Santiago, por el combate y control del siniestro, extendida por dos conocidos diputados liberales: los señores Luis Dávila Larraín y Emilio Bello Codesido. Este último, nieto de don Andrés Bello y yerno del presidente José Manuel Balmaceda, “fue también víctima del siniestro” según informó el diario “La Nación”, medio a la sazón en manos de su correligionario liberal Eliodoro Yáñez.

La prenda de gratitud para los bomberos incluía donaciones y gestiones para una cesión del mismo terreno arrasado por el fuego, con miras a destinarlo para la construcción de un cuartel. Así, aunque nada se verifique sobre diputados caídos “en acción” ni se dieran más detalles al respecto en el señalado diario, Sepúlveda se preguntaba si Bello Codesido pernoctaba en el barrio aquella madrugada cuando logró sobrevivir al fuego, y si su gratitud con bomberos era algo más bien personal. En tal caso, habría sido el primero de muchos otros hombres de Estado que tuvieron alguna cercanía y hasta complicidad con la celebérrima tía Carlina a lo largo de su vida.

Ya en otro aspecto y otra época, durante el largo tiempo en el que funcionaron los prostíbulos del barrio Los Callejones junto a avenida Diez de Julio los vecinos y demás clientes de aquella remolienda frenética aseguraban haber visto a importantes hombres públicos, ministros y hasta presidentes de la República haciendo visitas allí con sus escoltas, sobre todo en los clubes más elegantes de la misma concentración de huifas. Este dato se repetía demasiado y en primera persona entre testigos de la época como para fingir que no pueda ser relevante, aun sin ser demostrable hoy.

Sobre lo anterior, el arquitecto Osvaldo Cáceres González dejó algo escrito en su crónica “Sobre barrio 10 de julio”, premiado, seleccionado y publicado por el concurso “Voces de la ciudad. Historias de barrios de Santiago”, en 1999. Dice allí que uno de los boliches de Los Callejones, una especie de motel y lupanar más elegante que allí se recuerda, era visitado incluso por el último de los presidentes de la Era Radical, don Gabriel González Videla. Lo señala cuando se refiere a los prostíbulos del mismo barrio Diez de Julio:

Habían otros, en calle Madrid, donde fuimos por primera vez a mirar y estar un rato nada más, por falta de dinero, se entraba por esa calle y salía por otra casa de unos de los citées laterales. Pero los callejones de Ricantén eran los verdaderos grandes prostíbulos, concentrados como citées en pequeñas casas, dando a callejones con muchas mujeres en las puertas, ventanas, esperando y peleándose por la clientela. De estos habían unos más selectos como el de Ricantén y Dr. Brunner en su esquina nor-oriente donde iba el Presidente González Videla, aun bajo su gobierno en la década del 40.

El testimonio de Cáceres González nos ha sido reafirmado por otros visitantes de Los Callejones que allí estuvieron en aquella época y con los que alcanzamos a entrar en contacto hacia inicios de la actual centuria, aunque no sólo para el caso de González Videla. Irónicamente, un liceo con su nombre existe hoy a poca distancia del lugar de sus supuestos desmadres, por el lado de calle Argomedo.

Cabe recordar, además, que entre los ríos de tinta y huracanes de murmuraciones que hizo correr la especulación sobre la extraña muerte del ex presidente Arturo Alessandri Palma, el 24 de agosto de 1950, está una que lo colocó, sino en un lupanar, cuanto menos en cama ajena y acompañado de una prostituta o de una querida cuando falló su anciano corazón. Desde esa habitación habría sido tomado, vestido y llevado sigilosamente aquella madrugada hasta la propia por amigos y correligionarios del Partido Liberal, quienes habían sido alertados por la misma dama misteriosa a través de llamadas telefónicas.

Como comenta Collyer, sin embargo, la principal leyenda de la muerte de Alessandri habla hasta hoy no de una misteriosa compañera de la noche, sino de una conocida artista del ambiente bohemio de esos años como su última aventura: Ester Soré, la Negra Linda, diosa de los escenarios y las candilejas, con la que el estadista sí había tenido cierta cercanía demostrada, además. Empero, el autor aclara preventivamente que “puede ser un infundio”, pues hubo tantos aspectos nunca quedaron bien aclarados sobre la muerte de Alessandri Palma que se volvió huerto fértil para las teorías y hasta para los disparates, incluyendo la posibilidad de que su último aliento haya quedado perdido en algún secreto lupanar, motel o casa de citas.

Finalmente, debe observarse que en uno de los edificios de esquina de la antigua calle Coronel Santiago Bueras de Santiago, específicamente en el primer piso del 170, el futuro presidente de la República, doctor Salvador Allende, tenía un departamento personal que ha cargado con sus propias leyendas urbanas, discusiones y supuestos: no exactamente lugar de remolienda, diríamos, pero sí como la casa de citas particular del líder socialista. De acuerdo a su ex colaborador Orzen Agnic, autor de "Allende. El hombre y el político", esta residencia era utilizada como su oficina privada y se sabe que a veces daba allí sus entrevistas o tenía reuniones con cercanos, de hecho. Pero parece que pudo haber servido también para algo más, haciendo que este caso sea uno de los más discutidos y controversiales dado el alto nombre comprometido.

El abogado y ex periodista de "El Siglo" y Radio Moscú, Eduardo Labarca, publicó después un controvertido libro titulado "Salvador Allende. Biografía sentimental", en donde comienza la polémica: asegura que serían reales algunos rumores que, en su momento, fueron especialmente sabrosos para los opositores del presidente, aunque también para algunos de sus propios compañeros y amigos. Dice así que Allende ocupaba el departamento de Bueras más bien como un nido de sus aventuras y citas amorosas, a espaldas de la mirada pública, afirmaciones que provocaron una acalorada discusión con Agnic a través de los medios, de hecho, ya que este negaba tales funciones dadas a la residencia.

A mayor abundamiento, asegura Labarca que, después de haber celebrado su triunfo en las elecciones presidenciales de septiembre 1970 en la sede de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), Allende pasó toda o buena parte de aquella noche celebrando en su escondite de Bueras, bajo el cuidado de su leal guardaespaldas Mario Melo Pradenas, a quien vio ya en horas de la mañana y aparentemente con frío:

¿Qué hace allí “El Hombre”? ¿Qué hace Salvador Allende en la madrugada de la victoria? ¿Con qué ceremonia celebra el suceso culminante de su vida en esa callejuela que desde el punto de vista de la seguridad es una ratonera? ¿Con quién?

En ese instante, en ese rincón de la capital se unen dos órbitas de la vida de Salvador Allende. Una se inició en los años juveniles en que decidió que el objetivo de su vida sería la lucha contra las injusticias y por el cambio de la sociedad (...) Pero existe otra órbita que viene de más antiguo y hunde sus orígenes en el medio eminentemente femenino que rodeó a Salvador Allende desde su nacimiento. Esa órbita gira en torno a la necesidad que siempre ha tenido Allende de rodearse en ciertos momentos de mujeres. De seducirlas y visitarlas (...) En su órbita femenina está en Bueras, la calle Coronel Bueras, el departamento de Salvador Allende en Bueras que los cercanos llaman a secas “Bueras”.

Cabe añadir que el vigilante Melo era alguien de confianza entre algunos personeros de la Unidad Popular, pero también despreciado en ciertos círculos de la izquierda chilena y cubana por acusaciones de homosexualidad, anatema bastante generalizado en la sociedad de esos días. El ex militar cargaba con el peso del supuesto intento de violación de un compañero en las escuelas paramilitares de Cuba y, según detalla Labarca, fue forzado a un tratamiento psiquiátrico a pesar de lo confuso del incidente. Cuando la noticia llegó a Chile, fue expulsado del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y del Grupo de Amigos Personales de Allende (GAP), aunque volviéndose un hombre de confianza y confidente de varios personeros del gobierno. Figurará después del golpe de 1973 como detenido desaparecido.

Fueron muchas más las hoy indemostrables y acaso calumniadoras leyendas sobre ministros y presidentes buenos para las chiquillas, pero creemos que con los ejemplos expuestos se puede hacer un bosquejo íntegro y amplio de tiempo sobre cómo la remolienda nacional se habría sentido compañera incluso de diferentes figuras públicas y de alto valor histórico, durante toda la historia de la República de Chile… Y es que nadie está libre.

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