La presencia de prostitución en la ciudad de Calama, en la Región de Antofagasta, es algo que lleva presente allí desde los orígenes de la actividad minera en la provincia, desde los tiempos del salitre hasta la fiebre cuprífera que permitió la fundación de poblados al estilo far west dedicados especialmente a la diversión, como fue Punta de Rieles en la vecina mina de Chuquicamata. Ya hemos visto la historia de este pequeño sitio y su relación con la remolienda de la zona.
Cuando Punta de Rieles cerró y fue desmantelado en la década del treinta, espantando lejos a todos sus forajidos y tras haber estado atrayendo trabajadores hasta la huifa desde inicios del siglo XX, muchas cabronas y prostitutas debieron emigrar hasta la ciudad de Calama para complacer los todavía demandantes apetitos de entretención y trasnochadas que traían los mineros al final de las faenas y durante sus períodos libres. Esto se habría traducido en un aumento del personal y los establecimientos tipo burdeles y cabarets en la ciudad, característica de vida nocturna que permaneció casi intacta por muchos años más. Una de ellas fue la legendaria María Centenario, reina de las noches por largo tiempo más.
María había sido inicialmente una de las chiquillas disponibles en el ambiente minero y se había hecho su propia gran fama entre fogosos bohemios de su tiempo, hacia mediados de la centuria, con acceso a algunos clientes de buen pasar económico y social. Aunque nos resultó extraordinariamente difícil encontrar información o testimonios sobre ella, todavía había veteranos que conservan parte de su historia en los recuerdos a inicios del actual siglo, permitiendo reconstruir algo sobre la alguna vez famosa cabrona calameña.
Sabemos así que, tras haber trabajado como mariposa nocturna, condujo un burdel propio en Punta de Rieles que recibía el sugerente nombre de Saloon de María Centenario, hasta donde los parroquianos llegaban a caballo o carretas, según el cronista nortino Alejandro Álvarez en su "Geobiografía. Leyenda y poesía de la Provincia de El Loa". Sin embargo, viendo ya que los años y el agotamiento físico le pasarían la cuenta y siendo inevitable que aquel pueblito fuera cerrado tanto por voluntad de las autoridades como de los gerentes de la firma explotadora de Chuquicamata, la avezada cabrona estableció una compañía de chiquillas que hacía fiestas paseando por diferentes localidades y luego comenzó a capitanear un lupanar en Calama, también orientado a su leal público minero.
La misma leyenda segura que el cahuín de la tía María Centenario, con algo de vieja posada y de cabaret, fue el más visitado de su tiempo por los mineros, contando con una gran cantina propia en donde leemos que la chispeante cerveza se vendía tibia, curiosamente. Como sucedía con las compañías de teatro y circos que paseaban por la región, además, la regenta dispuso por largo tiempo del mencionado servicio itinerante que hacía periplos por los campamentos mineros.
El escritor argentino Bernardo Kordon menciona a María Centenario y su antro entre sus relatos del libro "Vagabundo en Tombuctú" de 1956:
Contra la muralla de la cordillera relucía la constelación de luces de Chuquicamata.
-Vamos a tomar un trago -invitaron.
Se acodaron en el mostrador del cabaret de María Centenario. En la pared había un mural de inspiración bíblica y la técnica primitiva. Separado por un cortinado, el salón de baile, donde atronaba la batería de una jazz de novena categoría.
Dominaba la sed: el caldillo condimentado y el vino espeso me ardían en la sangre. Cuando pedí cerveza helada, la vieja que tejía en una sillita de mimbre levantó la cabeza:
-Aquí hay todo, menos hielo.
Pero ese "todo" me tenía sin cuidado. No necesitaba mujer, ni cocaína boliviana, ni pisco de Elqui, ni whisky escocés. Repentinamente el desierto abrasaba con su sed salitrosa y sólo quería una cerveza helada. Y la vieja María Centenario siguió tejiendo una "chomba" con un gesto de indiferencia. Vestía como una trapera y parecía dominada por el más terrible aburrimiento. Y sin embargo era una de las más conocidas aventureras del desierto, donde hubo "cabronas" tan famosas como sus millonarios. Esa mujer había seguido la marcha del salitre y del oro, y cuando surgía alguna mina, y se levantaba una salitrera, y tomaba importancia un puerto, María Centenario llegaba a los campamentos con mujeres jóvenes y una orquesta. ¿Qué cosas no vieron esos ojos fríos? Las euforias más exaltadas terminaban en las peores muertes. La fortuna, el desastre, la locura generosa y la crueldad gratuita. En síntesis quedaba esa indiferencia mortal en los ojos de María Centenario. Se le calculaba una fortuna de millones. Era una poderosa socia de la alegría y de la muerte y sólo podía extrañarse que alguien pidiese una cerveza helada. Todos empinaban el codo con bebidas a la temperatura natural; estimaban que al helarse el alcohol perdía fuerza y pasaba a ser otra cosa.
La abadesa del burdel procuró armarse también de un equipo de moradoras estéticamente acordes al gusto de sus clientes obreros, pero también de los muchos personajes de mejor pelo social que llegaban frecuentemente hasta la casita. Estos últimos habrían sido personajes de la administración pública, reputados comerciantes o industriales locales y peces gordos con altos cargos en las oficinas del mineral de Chuquicamata, incluidos gerentes, jefes, capataces, inspectores, ingenieros y agentes, entre otros. Hacia inicios los sesenta eran secreto a voces las visitas reservadas de tantos ilustres, imposibles de esconder en una ciudad que todavía era pequeña.
Por aquellas razones y como invariablemente sucedía en todos los prostíbulos al centro y al norte del país, la ya vieja María había reclutado también a muchas chicas sureñas que llegaban hasta localidades del desierto a probar suerte, varias de ellas huasitas, de hecho. Muchas se embarcaban decididas a ingresar al oficio o lo tomaban ante el fracaso de sus expectativas, ya que el territorio minero no era laboralmente tan acogedor con las mujeres. La selección de aquellas trabajadoras era la forma usada por María para mantener el interés del público por su personal y la calidad-cantidad necesaria de niñas.
Una de las sureñas llegadas a su burdel en aquellos años fue una joven prostituta oriunda de Concepción llamada Irene del Carmen Iturra Sáez. La menuda y juvenil mujer había nacido en 1942, era de rasgos dulces y medía 1,65 metros de altura, pero ya había trabajado desde la adolescencia en el mismo oficio en la conocida calle Orompello de su ciudad. El entretenido escritor y cronista talquino Fernando Lizama-Murphy informa en "Crónicas chilenas de cielo, mar y tierra" que Irene también había tratando de encontrar empleo en Calama primero como empleada doméstica, pero resultaba demasiado bella o exótica para los celos de las dueñas de casa, quienes no la contrataban por temor a que fuese tentación de sus respectivos maridos.
Sin más posibilidades de subsistencia, entonces, Irene comenzó a ofrecer sus servicios sexuales hacia 1960, llegando así al burdel que era regentado por la tía María en donde fue alojada y alcanzó a vivir parte de los últimos años en la edad dorada de la remolienda minera de la provincia. A pesar de que la muchacha era un tanto tímida y bastante religiosa según se recuerda de ella, se volvió muy popular y fue una gran novedad para la clientela del burdel, todos queriendo conocerla. Por este motivo, la cabrona se iluminó y comenzó a reservar la disponibilidad de Irene para el servicio de los concurrentes más elegantes y adinerados del mismo lupanar, muchos de ellos vinculados al gobierno local y a la compañía minera como hemos dicho, ofreciéndola con tarifas más altas.
Retrato de Irene o Botitas Negras en su propia tumba-animita actual. La asesinada habría sido una de las niñas de la casa de María Centenario.
Autoridades judiciales y policiales revisando el lugar del hallazgo del cuerpo, en fotografía publicada por la prensa de entonces (Diario "La Estrella del Norte").
La tumba y animita de Botitas Negras poco antes de su último mejoramiento, en el Cementerio de Calama. Fuente imagen: diario "La Estrella" de Antofagasta (2009).
El mausoleo con la animita de Botitas Negras en la actualidad.
Aunque hallamos discrepancias en la memoria de algunos consultados, se cuenta que aquella huifa de doña María en Calama pudo haber estado por el lado noroeste de la ciudad en la Población Independencia, posiblemente al poniente de la avenida Granaderos y cuando esta recién estaba tomando forma antes de su fundación oficial, sucedida a fines de los cincuenta. De acuerdo a esta versión, habría ocupado una residencia adaptada al nuevo uso en un modesto barrio, más o menos cerca de un sector que era llamado popularmente Las Canchas, si entendemos bien las referencias, por haber allí un espacio abierto usado para partidos de fútbol. Estos habrían sido los límites urbanos de Calama en aquellos años.
Sin embargo, en contra de lo que pudiera esperar la vieja cabrona su empleada favorita se enamoró de un obrero de buen pasar llamado Orlando Álvarez Mendoza, algo que vemos reafirmado una información de prensa también reproducida por Lizama-Murphy. Él ya conocía a Irene: ambos habían estado en una misma época en Concepción, ella ya entonces como trabajadora sexual y él como cliente de la calle Orompello, según lo que este último aseguraba después al diario "La Estrella" de Calama. Como ahora se reencontraban y reconocían, entonces, floreció el amor y la complicidad entre ellos, por lo que iniciaron una relación en la que Orlando le propuso irse con él y dejar la vida de prostituta.
La ambiciosa María entró el desesperación al enterarse de aquella aventura y habría llegado a actos francamente ridículos para tratar de retener a Irene en el burdel, evitando que huyera con su enamorado. Incluso echó mano a prácticas sobrenaturales, supuestamente recurriendo a la magia negra para tratar de apartar a Orlando de ella, recurso que solicitó pagando por los servicios de una bruja de San Pedro de Atacama, de quien creemos correspondía en realidad a una conocida "chamana" mestiza de indígena y allá residente en aquellos años.
La muchacha siguió trabajando en el burdel, sin embargo, tal vez esperando reunir más dinero para iniciar su nueva y mejor vida. De este modo, a sus 27 años aún no podía dejar atrás la actividad de prostitución en Calama, a pesar de sus deseos y de seguir emparejada con Orlando. Fue justo por entonces cuando se la daría desaparecida, desde el 20 de agosto de 1969 para ser más precisos, por lo que su compañero fue a dar aviso a la policía tras no haber vuelto a noticias de ella desde aquel día.
Desgraciadamente, el cadáver de Irene apareció un par de
semanas después, el 7 de septiembre, en el sector de la
salida de Chuquicamata cerca de la mina Andacollo, curiosamente cerca del
desaparecido campamento Punta de Rieles. Tanto la policía como el juez
confirmaron que había sido asesinada con brutalidad
y sadismo extremos, pues su cuerpo estaba destazado, con la cabeza reventada,
con cortes filosos en el cuello y abdomen, las glándulas mamarias cercenadas,
parte del cuero cabelludo removido y con varias otras mutilaciones. Con muchos esfuerzos, pudo ser reconocida después por su pareja, principalmente por cicatrices que tenía cerca de uno de sus tobillos y otra en el mentón.
La mujer asesinada llevaba puesto vestido
floreado, un pañuelo amarillo, un calzón
que le habían bajado hasta los tobillos y unas botas de
color negro y de tacos con tapilla metálica, que dieron motivo para identificarla como "la mujer de las botas
negras" mientras se confirmaba su identidad. Se supone que usaba este calzado porque prefería ocultar la fea cicatriz de su pie y que había servido para reconocerla, como dijimos. Fue por este detalle que el
caso y la propia Irene serían recordados hasta ahora como Botitas Negras, además. La falta de uno de los tacos en esas botas hizo sospechar también de un forcejeo o resistencia de la víctima a la agresión que le costó la vida.
Desde el inicio se especuló que la asesinada debía ser una prostituta, algo que quedó confirmado después al ser reconocida su identidad en la forma ya descrita. La investigación dio con algunos sospechosos y teorías sobre el crimen, pero nunca se llegó a algo seguro en la Brigada de Homicidios. Cierta versión aseguraba que su asesino había sido un cliente obsesionado con ella, como se comenta en el artículo "La enigmática 'Botitas Negras' de Calama cumplirá 47 años de su muerte" del diario "El Mercurio de Calama", el martes 28 de junio de 2016. También se creía que intentó ser secuestrada pero puso resistencia y murió en el ataque, por lo que sus captores fueron a tirar el cuerpo y lo maltrataron intentando evitar que fuera reconocible. Nada permitió dar con una solución al caso, sin embargo.
Otra de las muchas cosas que se dijeron del asesinato fue que este había ocurrido en realidad en el propio lupanar de la tía María y que habría sido ejecutado por uno o más de sus clientes distinguidos, situación que permitió mantener en secreto las culpas. Se aseguraba, por ejemplo, la sangre de Irene había quedado salpicada por todas las paredes dentro la pieza número cinco que ocupaba en el burdel, masacre en la que había alcanzado a manchar la cama, el catre, el velador e incluso techo, de acuerdo a lo que podemos leer en el artículo "La noche eterna de la 'Botitas Negras'" del diario "El Mercurio de Calama", sábado 8 de mayo de 2004. Entonces, el cuerpo fue llevado discretamente desde allí hasta Chuquicamata en la cajuela de un automóvil y dejándolo abandonado a la intemperie, algo que efectivamente se estimó también durante los peritajes del caso. Las influencias y jerarquía del misterioso asesino habrían procurado que esto pasara inadvertido a los investigadores.
Sepultada ya Irene en el Cementerio de Calama, hubo ciertos avances y retrocesos en la investigación. El crimen mantenía aún conmocionada a la población y los prostíbulos vieron malos días para el rubro desde que habían comenzado a ser allanados o vigilados por la policía, espantando con ello a mucha de la clientela que antes los frecuentaba asiduamente. Sin embargo, la faltas de nuevas pistas, la especulación pública y el paulatino enfriamiento del caso llevarían a su cierre sin culpables, en 1971. Un horrendo asesinato había quedado impune, dicho de otro modo.
Hace mucho tiempo se extinguió en Calama el lupanar de la tía María, junto con la propia regenta. El mausoleo de Irene en el cementerio del histórico sector Topáter, sin embargo, continúa siendo uno de los principales ejemplos de la fe popular en tierra minera, convertido en animita y tumba milagrosa que recibe a muchos visitantes, devotos pidiendo favores y otros agradeciendo los ya concedidos con flores y placas testimoniales. Y, aunque la prostitución ha cambiado mucho en la ciudad desde los tiempos de Botitas Negras, su actual animita allí es visitada no sólo por modestos y ejemplares devotos de Calama, Antofagasta, Tocopilla y otras localidades cercanas, sino también por algunas prostitutas quienes se encomiendan a la generosidad y protección de la colega asesinada.
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