"Flores de fango del jardín de la calle Maipú", decía al pie de la imagen la revista "Corre Vuela", mostrando a las muchachas residentes de un burdel a inicios de 1908. Todas ellas fueron reunidas afuera de la casita durante la redada, en uno de los patios.
Cercana a la Estación Central, casi toda la vía de calle Maipú y sus cuadras adyacentes llegarían a ser una famosa concentración de lupanares regentados por famosas tías del circuito, como la Ñaña, la Jovita, la Chechi en calle Agustinas y hasta la mítica Carlina. Esta última administró y dirigió un caserón allí en sus inicios, en el 59-61 de Maipú, dato que era bien recordado por algunos contemporáneos de aquella época y cuando el barrio atraía por igual desde maleantes hasta conocidos periodistas.
Por cerca de 60, 70 años o más, entonces, la calle Maipú ostentó otra de las más importantes concentraciones de prostíbulos capitalinos que se puedan recordar. Muchas trabajadoras residentes estaban inscritas en los registros sanitarios municipales, dados los constantes controles, pero no es menos cierto que otras operaban en forma totalmente clandestina y fuera de las normas, incluso siendo menores de edad y con la complicidad de sus patronas explotadoras, como lo revelaron varios escándalos policiales. Este reinado se levantaba, además, en medio de barrios de rotos obreros y bravos, todos cercanos al clima de diversiones que imperaba en torno a la misma central ferroviaria. Allí los pañuelos de la cueca de los guapos llegaban a combinarse con los golletes usados como navajas, entonces, encerando con sangre duelas y adoquines en las casitas, en muchas ocasiones.
Los
prostíbulos de la calle, con sus viejas casonas y fachadas abruptas dando
geometría a las cuadras, parecen haber sido especialmente abundantes y
solicitados en este lado de Santiago, compitiendo con los del otro lado de la
Alameda de las Delicias. De hecho, hay una gran cantidad de menciones literarias y cronísticas
de ellos más o menos hasta los años sesenta o setenta, cuando la época más
romántica de las mismas casitas de huifa y remolienda adulta comenzó a
precipitarse por la pendiente, en una caída que jamás se detuvo y que la mantuvo
en agonía por casi tres oscuras décadas más.
Se recordaba en el barrio que muchas asiladas en calle Maipú eran devotas mujeres que se encomendaban en los altares de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, la ex Vicaría Pastoral Obrera por el lado de Alameda, con su viejo tiempo construido en dependencias del curato de Zambrano. A pesar de su filiación muy cristiana, sin embargo, a partir de las horas de la tarde la misma arteria a veces cedía lugar el ejercicio de la llamada “mercadería al aire”, en sus años de apogeo: las prostitutas mostraban sus senos bajo las puertas, marcos de ventanas y hasta las veredas cuando ya estaba más oscuro, buscando conseguir “al paso” alguna conquista temporal que se interesara en entrar. Algunas de las mismas cabronas se encargaban de echar a los adolescentes curiosos que se aparecieran por allí durante esos generosos ratos, sin embargo, llegados al correr la noticia de semejante exhibicionismo disponible a la vista del transeúnte.
Echando cuentas, sin embargo, la fama de remolienda sexual estaba depositada sobre Maipú desde mucho antes: a fines del siglo XIX cuanto menos, probablemente tras la incorporación de nuevas villas obreras al entorno del ya bastante folclórico medio urbano que era propio de la Estación Central. Es a inicios de la siguiente centuria cuando la calle ya parece consagrada masivamente a estas diversiones, sin embargo: casas en régimen de arriendo de toda la línea poniente de la primera cuadra, con fachadas de un piso pero interiores de dos, estaban registradas en el Centenario Nacional como propiedad de Menores Borlaf, mientras que la línea oriente era de doña Adelaida Castillo.
Empero, el crecimiento de la oferta aumentaba tanto en la villa que no tardaría en avanzar hacia el norte, quedando comprometida en casi toda su extensión para tales servicios, de principio a fin. Joaquín Edwards Bello describía al detalle el clima de esos antiguos burdeles y casas de citas que rodeaban por todos sus costados a la estación de ferrocarriles, en su conocido libro "El Roto” al que tanta mano echaremos acá. En el siguiente párrafo, sin embargo, hace un bosquejo de lo que podía verse en la indócil calle Maipú, también hacia la época del Centenario Nacional:
Mujeres de vida airada rondan por las esquinas al caer la tarde; temerosas, embozadas en sus mantos de color indeciso, evitando el encuentro con policías... Son miserables busconas, desgraciadas del último grado, que se hacen acompañar por obreros astrosos al burdel chino de la calle Maipú al otro lado de la Alameda.
Más distante de la Alameda, el cruce de Maipú con Erasmo Escala había contagiado a buena parte de esta última vía con el mismo influjo, por cierto, trepando por la calle con el nombre de héroe del 79 hacia las demás direcciones de su eje oriente-poniente. El mismo Edwards Bello dejó escrito en “La Nación” del 28 de septiembre de 1934 que Erasmo Escala también era parte del club de barrios bravos y “alegres” de Santiago, junto con San Camilo, Diez de Julio y calle Lingue. El temido Cabro Eulalio, gran capo de Plaza Almagro y quien por esos días hacía noticia tras un formidable atraco delictual en Buenos Aires, se paseaba impunemente también en aquella calle de los barrios Brasil y Yungay, cuando sus amplias y elegantes casas de fachadas neoclásicas habían comenzado a ser abandonas por las clases aristocráticas, llegando así representantes de los estratos más populares hasta ellas.
A mayor abundamiento, Erasmo Escala, antiguamente llamada calle del Galán de la Burra (porque, según la vieja leyenda, entre neblina, oscuridad y mala vista un joven y enamoradizo vecino terminó besando un borrica que se había acercado curiosa, creyendo que era su pretendida), fue alcanzada también por aquel semblante en medio de los problemas sociales y de salubridad que la afectaban. En junio de 1936, por ejemplo, unas familias fueron desalojadas del número 2531, luego de declararse insalubre este inmueble, denuncia que llegó incluso a la Cámara de Diputados. “A pesar de la magnificencia y riqueza de las mansiones de la clase alta santiaguina, junto a ellas se levantaban modestas viviendas y hasta insalubres rancheríos”, quedó escrito en “Imagen ambiental de Santiago. 1880-1930”, de Patricio Gross, Armando de Ramón y Enrique Vial.
La presencia de complejos industriales en el mismo sector, partiendo por la desaparecida Fundición Libertad en el cruce con la calle homónima, y la alguna vez cercana Fundición Mina, en la esquina con Esperanza, debió ser proveedora de parte de la clientela en esas cuadras semindustriales de todo barrio Maipú, muy bien integrados al sistema de tranvías, además. A su vez, la existencia de pensiones con piezas disponibles al alojo y establecimientos comerciales recreativos como bares, cafés y cocinerías, facilitaba bastante las oportunidades para el encuentro en aquel amplio vecindario de remolienda.
La mala fama de los mismos vecindarios fue un dolor de cabeza para varias instituciones respetables de aquel sector poniente del viejo Santiago, puede deducirse. Hacia mitad de los años treinta, por ejemplo, el rector del Liceo Miguel Luis de Amunátegui, ubicado a la sazón entre Esperanza, Agustinas y Maipú a un costado del Parque Portales, se había dirigido insistentemente a la Municipalidad de Santiago haciendo ver los inconvenientes de permitir tanta casa de tolerancia alrededor de su recinto educacional. Algunos vecinos más notables del barrio reclamaron por las mismas razones, pero sin grandes resultados. Los proxenetas actuaban ya a plena luz diurna y con total descaro en esos momentos, pues las tensiones entre quienes eran partidarios de la regulación de la prostitución y los abolicionistas, después de las normativas de 1931 y 1932, aún no lograban engendrar una solución razonable al problema.
Un notable hombre de medios y espectáculos, Jorge Orellana Mora, recordaba a uno de aquellos lupanares de Maipú en particular, escenario de algunas correrías jóvenes con colegas y amigos por el clásico Santiago nocturno... Era la ya mencionada antigua casita de remolienda de la mítica tía Carlina, según anota en “Una mirada hacia atrás”, ubicada en el 50-B y a la que ellos llamaban como la Boîte Caroline. Tenía prostitutas ya mayores y una orquesta con piano y batería, esta última tocada por el único homosexual quien trabajaba en el boliche: el primero de los muchos colas presentes en la vida profesional de Carlina y que, después en Vivaceta, iban a ser las estrellas absolutas de su burdel.
Casas-burdeles de calle Maipú llegando a la Alameda, en enero de 1908, en revista "Sucesos". La casa en donde se ven las personas corresponde a la del número 6.
Propiedades de la cuadra primera de Maipú y sus dueños de acuerdo al "Plano Catastral de Santiago" de Alcides Aray Santos, en 1915.
Imagen de la entrada del callejón Zuazagoitía con Maipú en 1997, antes de la apertura del centro comercial que existe en el lado de la Alameda y ocupando los terrenos que antes pertenecían a burdeles y casas vecinas. Fotografía publicada por el diario "La Tercera".
La Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, ex Vicaría Pastoral Obrera, en 2008. Ubicada en plena Alameda casi enfrente de calle Meiggs y a metros de la Estación Central, por su proximidad a la calle Maipú fue uno de los lugares favoritos para la fe entre algunas chiquillas que trabajaban en el mismo barrio.
Sector de calle Maipú (vista hacia la Alameda, primera cuadra) donde estaban antiguos burdeles del número 6 y 8, entre otros. El edificio que ocupa todo el sector pertenece al Paseo Comercial Alameda Maipú.
Conocidas fueron también las cantinas y “picadas” del mismo barrio, como el bar Colo-Colo en la esquina con Alameda. Cerca de allí, en Esperanza con Romero, instaló su feudo otro histórico establecimiento de folclore, comida típica y barricas de vino: El Huaso Carlos, chichería y restaurante popular que se mantuvo activo hasta poco antes de la muerte del querido último dueño, a inicios de 2018. Don Carlos Cárdenas había sido nieto del huaso sureño fundador y recordaba mucho sobre la época de remolienda en el barrio, además.
Liberado ya de sus atacaduras, con el correr del tiempo la calle Maipú comenzó a abandonar sus pocos escrúpulos y a empeorar su ya destartalado prestigio, en gran medida por la falta de responsabilidad de sus propias trabajadoras. La mayoría de sus huifas, tal vez todas, operaban sin permisos en algún momento, por lo que en las visitas de la policía las cabronas, los proxenetas y las asiladas escapaban hasta por las ventanas o saltando tapias. Como si los momentos de parcial desnudez pública no fueran suficiente escándalo, se fue convirtiendo también en refugio para ladrones callejeros, escamoteadores y monreros, algunos menores de edad. Redadas realizadas en 1950 confirmaron la presencia de adolescentes entre las asiladas, incluyendo una de Maipú 29 que dijo tener 27 años, pero la indagación de los agentes arrojó que tenía en realidad 19, en una época cuando la mayoría de edad era a los 21. Esta joven venía siendo explotada en el medio desde hacía tres años, además, partiendo por una cabrona llamada Adriana Ibáñez de calle General Bulnes, sólo unas pocas cuadras más al oriente.
Por su parte, el periodista policial Abraham Hirmas en el diario “La Nación” del sábado 28 de agosto de 1959, recordaba el caso de un ladronzuelo y vicioso europeo llegado a Chile, Sergio Swartz Rotenberg, chiquillo rubio y de ojos verdes con 14 años de vida en esos momentos, quien tras varios delitos entre los que estuvo el robo de una caja registradora y un talonario de cheques en un taller de la misma calle Bulnes, fue a dilapidar el dinero con las prostitutas de Maipú. Fue detenido allí por los detectives, “convertido en trapo humano, hablando como un loro”, desde donde pasó a la prisión de menores.
En el empalme sobre la Alameda llegaría a instalarse también el Cine Teatro Alameda, por cuya cuadra había tal concentración de mariposas nocturnas quienes, según anotó Luis Rivano en "El Apuntamiento", no dejaban circular normalmente a la gente por esa calzada. Entendemos que, durante los tránsitos policiales, muchas de ellas escapaban en estampida hasta el interior del teatro y las galerías comerciales adyacentes. Hasta sus últimos años de apogeo, entonces, Maipú sería territorio de constante convocatoria para la ya hastiada policía santiaguina: las redadas eran habituales y, en cada una, aparecía allí toda clase de sujetos requeridos por la justicia o en proceso de comenzar a desafiarla.
En una de aquellas arremetidas, el martes 11 de agosto de 1970 fue abatido por el detective Gabriel Bravo un peligroso hampón llamado Rubén Muñoz Araño, alias el Peloduro, quien venía escalando en la actividad delictiva y volviéndose cada vez más temerario, aunque en el barrio de calle Maipú aseguraron también que había estado tratando de enderezar su vida y trabajar a sueldo en el comando del candidato presidencial Jorge Alessandri Rodríguez, para curiosidad histórica. Ese último día suyo se encontraba bebiendo vino y comiendo pichanga en un rústico bar de la misma calle llegando a la esquina con Romero, propiedad de doña María Raquel Villagra, cuando entraron los agentes pidiendo las identificaciones de todos los presentes. Peloduro, sumido ya en los octanajes etílicos y sabiéndose choro, reaccionó con violencia saliendo hasta la calle con el cuello de una botella quebrada en mano y amenazando a los agentes. Allí cayó muerto, con el corazón atravesado por un tiro.
La energía pecaminosa de calle Maipú resistió largo tiempo más, sin embargo, habiendo noticias de nuevos casos de connotación periodística en tiempos bastante posteriores. Como parece haber sucedido en cierto grado también con calles bravas de más al norte, como Juan Martínez de Rozas, la parcial dependencia o subordinación de toda la vía a la intensidad de la actividad bohemia y sexual fluyendo en el barrio había puesto inicio al fin de la misma rentabilidad con los lupanares cayendo uno a uno, al ser incapaces de competir entre sí o con los demás de Santiago. Por esta razón, entonces, la clientela abandonó paulatinamente sus ya opacos, inseguros y pobres atractivos. Aunque esto era razón de felicidad para muchos vecinos, Maipú extendería su larga agonía por un par de décadas.
Nuevas formas de prostitución habían llegado a la calle en el intertanto, con actitudes incluso más hostiles y menos folclóricas que las de aquellas épocas revisadas. Chiquillas como esas que antes invitaban cordialmente a los señores para pasar a su morada del cruce de Maipú con Romero, irían siendo desplazadas también por muchos homosexuales “haciendo calle”. La dirección de Maipú 19 fue una de las más famosas de esa nueva etapa desde los setenta, probablemente de las primeras allí consagradas a la prostitución de los llamados colas y con cerca de 30 asilados entre estables y temporales. Las casas del número 8 y el 20 de Maipú también ofrecían este tipo de servicios con colas, mientras que la del 52 era reconocible por alojar a otro local clandestino pero protegido con macizas rejas de metal, para evitar los robos e invasiones.
Brenda fue una popular asilada de ella en esa misma década, por cierto: llamado en realidad Víctor Castillo y nacido en Valparaíso en 1949, trabajó en la entonces célebre dirección de Maipú 19 y alcanzó ciertos ribetes de dirigente dentro del mundo homosexual. Destacaron también unos personajes usando los pseudónimos Marcia y Natacha, de los que aún se dice realmente parecían mujeres biológicas. Otro astro de la calle fue la Viviana, de quien se cuenta en el medio que habría sido asesinado por la represión tras el Golpe Militar en el cerro San Cristóbal, junto a una colega llamada Juanita y tras un anodino incidente en un cabaret de barrio Independencia según ciertas versiones.
Sin embargo, siendo el
mismo barrio histórico, a esas alturas calle Maipú había rodado ya hasta el
fondo de la escalera, volviéndose también atracción de peores criminales que en
sus años “románticos”, incluidos ladrones internacionales de cepa chilena y
otros de importación. Incluso uno de sus más temidos adalides y chulos, el hampón llamado Negro Carlos, acabaría asesinado a estocadas en Cartagena durante el verano de 1962, tras haber estado varios años ligado al burdel del número 6.
Para empeorar el destino de los lupanares del barrio, además, hacia las 23.30 horas del miércoles 18 de octubre de 1972 se desató un gran incendio en la casita de huifa de Maipú 20, cuyo regente era Carlos Espinoza Salas de 26 años, teniendo por residentes a Patricio Suárez Meneses, de 21 años, María Rojas Rojas, de 24 años, y Rosa Oyarce Oyarce, de 22 años. El inmueble era propiedad de don Antonio Gurrucha, conocido vecino del mismo barrio domiciliado cerca de allí, en la dirección de Erasmo Escala 2874.
Posteriormente, las primeras demoliciones de residencias que habían sido utilizadas para la prostitución en Maipú se realizaron hacia 1977-1978. De la agonía se pasaba ya a la muerte misma del barrio, paulatinamente. Así, en los años noventa, todo el cuadrante en el inicio de Maipú con Alameda fue dispuesto para la Cooperativa de Servicios Centro Comercial Alameda-Maipú Limitada. Pasó a ser ocupado, hasta ahora, por el Paseo Comercial Alameda-Maipú, con accesos por el número 3001 de la avenida Bernardo O'Higgins, justo en la esquina con la calle de marras. 726 millones de pesos costó la obra, financiada entre la Corporación para el Desarrollo de Santiago y los propios comerciantes, quienes sortearon los puestos. El complejo fue inaugurado a fines de noviembre de 1997 y en un período cuando la Municipalidad de Santiago creaba los llamados "malls de los pobres", pues había sido abierto hacía poco también el de la segunda cuadra de calle San Diego, esquina con Alonso Ovalle.
Poco y nada mantenían como hilo conector y tradicional con sus antiguos lupanares de mitad de siglo, entonces. Parte de la intención del entonces alcalde Jaime Ravinet había sido cambiar ese semblante a la vía, de hecho, o al menos a aquellas cuadras iniciales, todo ante el aplauso de los comerciantes que se verían favorecidos y los vecinos que reclamaban desde hacía tiempo por el empeoramiento del barrio. En gran medida lo consiguió: sólo quedaron desde ese momento algunas prostitutas solitarias y un parapeto de guaridas de huifa relegadas casi exclusivamente a la corta calle Ignacio Zuazagoitía, ex callejón Maipú, que une la calle principal Maipú con Chacabuco en la primera manzana, como se lee en una nota del diario "La Tercera" del 5 de noviembre de 1997. En este callejón se mantuvo por largo tiempo visible, además, una larga banca de madera que las chiquillas usaban para reposar durante esos turnos tratando de captar a los clientes del barrio, antes de su debacle.
Muchos de aquellos refugios vetustos y agónicos de la larga historia de prostitución de calle Maipú y su barrio de entorno, aquellos que atendían de día y de noche hacia su época final, también acabaron demolidos. Como era inevitable, fueron reemplazados por nuevos proyectos inmobiliarios, galpones y estacionamientos. Sin embargo, también es un hecho el que nunca pudo expulsarse por completo a la actividad sexual del barrio, después fomentada desde una fuerte presencia del elemento inmigrante en esas mismas cuadras u otras cercanas.
Lo seguro es que ninguna de las clásicas
casitas de remolienda sexual y de fiesta guitarreada que hubo en la colorida
Maipú ha podido sobrevivir hasta nuestra época, desapareciendo las últimas de ellas hacia inicios del actual siglo.
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