El acceso al cabaret de doña Olga, con su alero y plantas enfrente de los estacionamientos dentro del mismo recinto. Fuente imagen: canal Soy Concepción.
La pecaminosa calle Ongolmo, tan cercana a la Laguna Las Tres Pascualas y la Plaza Condell de Concepción, fue un reino por décadas plagado de lupanares, cabarets y boîtes de luces ácidas. Era, básicamente, el corazón palpitante del "barrio rojo" y de diversiones nocturnas formado por Ongolmo y Orompello entre Las Heras y Manuel Bulnes. Como todo reino, tuvo también a su soberana con corona: la tía Olga Monti, con su corte real en Ongolmo 1153, entre Bulnes y General Cruz. No hay penquista viejo que no sepa de su leyenda en aquel lado de la ciudad, capitaneando los años de apogeo en la desparramada huifa local.
Aunque ha sido objeto de debate la fecha de nacimiento de la monarca de calle Ongolmo, se sabe que la reputada y muy elegante dama vino al mundo con el nombre Olga Valdivia Torres. El columnista y cronista de la ciudad, Luis García Díaz, aseguraba en su libro "Setenta... y tantos", de 1992, que la futura tía había llegado a Concepción en los años de la Segunda Guerra Mundial, trabajando primero como recepcionista de un burdel. Tomó después el apellido de Carlo Monti, pianista con quien contrajo matrimonio.
En aquellos empleos la joven Olga aprendió todos los manejos y redes del oficio, cayendo en la tentación de fundar un cabaret propio en 1947. Por su prestigio y buena oferta, esta sería la casita más conocida de Concepción: la Boite Olga, apodada también el Portón Rojo por su característica entrada, lugar que alcanzó la fama generalizada ya en los años cincuenta, trascendiendo incluso a la región. Olga había logrado concentrar en su muy espacioso cuartel una amplia clientela que iba hasta el boliche atraída por las presentaciones artísticas, bar, salón reservado, pista de baile, buena cocina y comedores con sillas de madera y chimenea de piedra canteada. Otros, más directamente, acudían por la propuesta sexual con sus lindas sobrinas residentes. Escribió al respecto García Díaz:
Muchos habitués tuvieron la oportunidad de conocerse en el patio de la casa con motivo del terremoto de 1960, los clientes salieron despavoridos de sus piezas en ropa interior, el gerente de un banco incluso se puso los calzoncillos al revés.
Por su parte, en la revista "Nos" de octubre de 1997, había escrito Hernán Osses recordando también aquel lugar, en "Las alegres noches donde la Tía Olga":
En Ongolmo 1153, un rojo portón metálico de corredera sólo se desliza cerca de la medianoche para el discreto ingreso de clientes en automóviles o taxis. En el interior funciona una boite que recoge el nombre de Olga. La música invade la sala de 18×24 metros, en cuyo centro en un mismo nivel se encuentra la pista de baile. Alrededor de ella, reposan pequeñas mesas e incómodas sillas a la espera de los visitantes; en otras, jóvenes relucientes, rigurosamente peinadas y maquilladas, vestidas con recatado y dudoso gusto, aguardan una invitación varonil para compartir un trago o una botella de licor, bailar y transar un “polvo” al precio del mercado del sexo, que allí tiene su oferta más selectiva.
Al fondo, un extenso mesón sirve de muelle a los visitantes menos impetuosos, o aún sedientos después de una comida estimulante. Tras el mesón, tres mujeres que sirven y llevan las cuentas. Al lado izquierdo, el muro presenta una lista de precios; al centro, una improvisada estantería soporta botellas de distintas marcas internacionales para legitimar lo que se bebe. Cajas de chocolate y galletas hacen compañía más digna. A la derecha, una puerta abatible de bisagra permite la entrada del personal y de una joven inconmovible, vigilante, tras sus anteojos, de todo lo que ocurre. Por allí ingresaba Olga para ubicarse y charlar con clientes, muchas veces con aquel privilegiado que había logrado responder a sus expectativas temporales de afecto, a compartir un buen whisky.
Durante el baile las mujeres se dejan seducir con premeditada facilidad, nutriendo el machismo de su pareja. Ante un pronto requerimiento, advierten lo que cobran: 18 mil, 30 mil, 60 mil o más pesos, por "un rato", y el doble -o más- cuando se trata de toda la noche, advirtiendo que es necesario pagar también "la pieza" donde se producirá el acto. La mayoría no acepta regateos, salvo cuando viene el amanecer y puede quedarse sin cliente. "En realidad las tarifas son variables, según la belleza de la niña y las características del cliente. Los más opulentos deben pagar más. Pero los hombres -observa un cliente que, obviamente, pidió no mencionar su nombre- tienen también la habilidad de la conquista. Es decir, invierten el proceso; con una buena conversación y una despierta inteligencia convencen a la mujer. Así, uno puede 'quedarse', sin necesidad de pagar".
No faltaron las visitas ilustres a la casita entre todo ese gentío, entonces. Uno de ellos fue nada menos que el distinguido pintor mexicano Jorge González Camarena, cuando recibió el encargo del mural de acrílico "Presencia de América Latina" el la Casa del Arte de la Ciudad Universitaria de Concepción. Habiendo realizado la obra entre 1964 y 1965, la mujer "autóctona" que se ve retratada desnuda y con ojos almendrados en la parte inferior izquierda del gran mural, acompañada de la silueta de Iberoamérica a la que representa, está inspirada directamente en una de las chiquillas de la boîte de Olga: la entonces joven Alicia Cuevas, quien posó para el artista después de haber vivido ambos una ardiente aventura pasional que comenzó allí en el burdel.
Importantes cantantes y emblemas de las candilejas nacionales admitieron haber conocido el cabaret de doña Olga en aquellos años y los que siguieron, como Luis Dimas, José Alfredo Fuentes, Buddy Richard y Roberto Espinoza. Cierta nota del diario "La Cuarta" aseguraba también que fueron buenos clientes del club los humoristas Dino Gordillo, quien lo definía como un establecimiento "de ambiente familiar", y Hermógenes Conache, quien bromeaba al respecto: “Hay varios a quienes se nos quedó alguna polola adentro”.
Se cuenta también que alcaldes, parlamentarios, jueces, ministros y hasta algún par de presidentes de la República en visita por el Gran Concepción asistieron a almorzar o tomar once en la casa, alguna vez. García Díaz agrega a esto que, en su cuarto, la regenta tenía "históricas fotos junto a jerarcas del país, y más allá, junto a jefes norteamericanos de la Operación Unitas". El ex senador demócrata cristiano e izquierdista cristiano Alberto Jerez, sin embargo, confesaba que fue imposible convencer a Eduardo Frei Montalva para que asistiera al cahuín de la tía Olga. Los radicales, en cambio, parecen haber sido buenos concurrentes y sin remordimientos, hasta sus últimos día de funcionamiento. Osses agrega que había allí también médicos, abogados, militares, empresarios, comerciantes, turistas, seminaristas, boxeadores, fubolistas y músicos, pero que un segundo grupo iba solamente por la oferta sexual y la posibilidad de encerrarse en el salón reservado con las "top models" de la casa resguardando su privacidad y prestigio, al menos hasta que "las urgencias urinarias obligaban a las visitas a atravesar el salón principal para acceder al baño, en el lado opuesto".
La celebérrima tía Olga de Concepción, en imágenes publicadas por el periódico "The Clinic" y revista "Nos".
Boletas de la Boite Olga, en 1985 y 1998. Imágenes tomadas del diario "La Cuarta" (izquierda) y del sitio FB "Amigos Penquistas" (derecha).
Alicia Cuevas, una de las trabajadoras más conocidas de la Boite Olga, en un reportaje de "La Discusión" de Chillán del 8 de septiembre de 1985. Su figura al desnudo quedó plasmada por el pintor mexicano González Camarena en el mural de la Casa del Arte, en la Universidad de Concepción.
En el reportaje "En los tiempos de la tía Olga" del periódico "The Clinic" del 16 de octubre de 2011, del bohemio periodista André Jouffé, leemos las siguientes reflexiones sobre las personalidades que concurrían al cabaret:
Hoy es difícil imaginarse a la alcaldesa UDI, Jacqueline van Rysselberghe brindando en el bar de la tía Olga, pero sí su abuelo Enrique, que andaba siempre en mangas de camisa y sujetaba sus anchos pantalones con suspensores, y picaflor de renombre, alternó en más e alguna ocasión con las chicas del lugar.
También me mencionan a Augusto Parra entre los parroquianos de otrora. Y Anselmo Sule me confesó que de paso en esta ciudad se tomaba "unos pencazos" con las chiquillas acompañado de sus correligionarios luego de regadas cenas en el inigualable Club Radical.
Mario Palestro, recuerda un antiguo cliente, tampoco le hizo el quite a un borgoña en chirimoya servido en ponchera, en una visita a la capital penquista.
¡Qué hablar de su hermano Tito, gerente de la Lotería de Concepción!
El mismo reportaje indica que, en una ocasión, llegaron al lupanar unos alumnos de la Escuela de Derecho de la Universidad de Concepción. Aunque pretendían pasar inadvertidos y hacer su visita discretamente, cuál sería la sorpresa de todos ellos cuando, tras golpear las puertas, estas habrían sido abiertas por el propio decano: el acreditado médico y académico radical Edgardo Enríquez Frödden, quien poco después sería también ministro de Educación Pública en el gobierno de Salvador Allende. "¡Qué los trae por acá, cabos de moledera!", dijo antes de invitarlos a pasar y pagarles una corrida de tragos como regalo. Después de un rato acompañados por las chiquillas, sin embargo, al oscurecer los conminó a salir del lugar: "Ya, váyanse cabros huevones. No es correcto que un profesor tome trago con sus alumnos".
Jouffé informa también que la regenta tuvo una asistente de confianza llamada Ube (Uberlinda), quien la acompañó siempre haciendo labores administrativas y familiares, hasta que la muerte se lo impidió. Ube era también apoderada de Karina Valdivia, la hija de doña Olga, cuando esta se fue a estudiar a Santiago en el Colegio Concepción de calle Pedro de Valdivia, establecimiento al alero de la masonería. Mujer de anteojos muy enérgica y de baja estatura, la escudera era conocida y hasta temida entre los parroquianos, pues no dejaba pasar deudas ni compromisos de "fiado", anotando cada cuenta para después exigir su pago incluso cuando el deudor estaba ebrio en el local, aunque otros aseguraban que Ube era compasiva con los que estaban cortos de dinero. Solía tener cigarrillos de contrabando bajo el mostrador y "varios sostenían que, en lugar de apuntar con un lápiz el pedido de un trago, lo hacía con un tenedor", anotó Osses. Residente de una casa modesta de Bulnes, antes de cerrar el boliche en las mañanas Ube ofrecía sándwiches a la venta en un canasto a los últimos clientes y se iba a las nueve a depositar la recaudación al banco y cobrar los cheques. Todo indica que su fallecimiento fue muy lamentado en el ambiente, pues la querían bastante, a pesar de su fuerte carácter.
Se recuerda también que en los días del cumpleaños de la dueña y en algunas fechas de celebraciones locales, el lupanas se permitía hacer fiestas especiales con torta y atenciones gratuitas para los concurrentes. La leyenda dice que la tía Olga, por muchos apodada cariñosamente como Mami o Mamá (especialmente entre sus alojadas) tuvo muchas otras expresiones de generosidad con el público e incluso con las mismas chiquillas, recibiendo a varias muchachas que venían escapando de hogares destruidos o de familiares abusadores. De hecho, una de sus últimas apariciones públicas fue aportando una millonaria donación a la Teletón. "Muchos cambiaban cheques, pedían dinero prestado cuando se iniciaron las exportaciones, era generosa para fiar a la gente de confianza", señaló a Jouffé el ex diputado y empresario Haroldo Fossa, revelando que la boîte de Ongolmo servía también como banco.
Cuidadosa observadora del prestigio de su local y sabiendo de los riesgos en el rubro, había una doctora de apellido Alvear que atendía semanalmente a las asiladas de doña Olga, para controles de salud y seguridad de los clientes. Jamás aceptó a menores de edad y también procuraba vestir correctamente a sus sobrinas y darles cierta autonomía, a diferencia de otras cabronas que ni siquiera permitían asomarse por la calle a las suyas. Muchas de ellas habrían sido estudiantes, además, todas muy bellas y de rasgos finos, con una gran rotación de niñas. La exclusividad de gran parte de su clientela aseguró la tranquilidad del vecindario, además, a diferencia de otros "barrios rojos" donde campeaban inevitablemente la delincuencia y la droga.
Con aquellos ornatos publicitarios, entonces, Olga mantuvo su reinado sin ser destronada por otras famosas y resueltas competidoras del mismo vecindario, como la tía Mercedes Rehel quien, con orquesta y pista bailable, se había instalado en Bulnes llegando a Orompello, primero en una casa de la vereda sur que sobrevivió al terremoto de 1939, y luego en una desaparecida de la vereda norte, en donde le tocó resistir también el terremoto de 1960. "A media cuadra, por Ongolmo, se encontraba la 'Mena' y la 'Viviana' que, según otros testigos, se defendían con sólo tres o cuatro muchachas 'buenas', mientras el resto era iniciación de meretrices", se sincera Osses. Agrega que el llamado Huaso Washington Pizarro tuvo por largo tiempo otra amplia casa con bailarinas, nudistas, orquestas, animadores homosexuales y cantantes cerca del retiro, la que también competiría fuertemente con la tía Olga, primero en Paicaví con Rosas y luego en Orompello entre Las Heras y Rodríguez. Una cotizada bailarina de este local fue Marcia Keller, "que sacudía toda su humanidad al ritmo de los mambos de Pérez Prado, remedo penoso de María Antonieta Pons, Tongolele y otras estrellas del cine mexicano". A pesar de los esfuerzos del Huaso, entonces, no pudo destronar a doña Olga y se cambió a Talcahuano.
Interior de la sala comedor y bar, con la famosa chimenea de la sala. Imagen tomada de las colecciones de Santiago Nostálgico, de Pedro Encina.
"Boite Olga - Desde 1947", decían los neones sobre el el sector del bar, enfrente del comedor. Fuente imagen: canal Soy Concepción.
A pesar de ser tan querida y hasta saludada en las calles, la tía Olga tuvo también sus enemigos, especialmente entre la parte más religiosa y conservadora de los habitantes de Concepción, así como varias esposas despechadas que la veían como la culpable de las faltas de sus maridos. Por estas razones, muchos celebraron cuando se supo de su alejamiento del burdel, momento en el que dejaría el mando en manos de su hija. Diría Osses, sobre esta última etapa del lupanar:
Su primer local de Ongolmo contaba con una estufa de muro que, con su generoso fogón, calentaba el ambiente y a las niñas en espera de clientes. Sin orquesta -sólo tuvo un sintetizador musical en la década ya del ‘80- se defendía de la competencia con una amplia y excelente discoteca, que manejaba con habilidad Cristina, tras un mesón donde accedía a los pedidos de los clientes de mejor gusto musical. En su programación, aunque no fuera septiembre, incluía un par de cuecas y, cuando advirtió el éxito de Zorba, el griego, colocaba el disco para hacer bailar sirtaki a todos los concurrentes. En la época de los comentaristas de discos en la radio, ella fue allí reconocida como la mejor disc-jockey de la ciudad.
Hacia los años del Bicentenario Nacional la boîte todavía funcionaba establemente, abriendo su portón a las 21 horas, aunque ciertas cosas habían cambiado: ya no estaba en el esplendor del pasado, ni tenían lugar esas jornadas de celebraciones con algunas consideraciones de la casa. Las niñas que trabajaban allí lo hacían sólo por temporadas y más cortas que antaño, en muchos casos. Cobraban desde unos 50 mil pesos para arriba en esos años. El salón conservaba aún el gran bar a la vista que fue característico de la casita, manteniéndose disponible también la sala con sofás, la pequeña tarima con poste de baile allí arrinconada y las "cabañas" de madera en donde se echaba a correr el amor furtivo por las partes más recónditas del recinto, sólo con una cama y un escritorio las más sencillas de ellas. Así lo describía Osses en su señalado texto de 1997:
La casa de la Tía Olga sobrevive, sin embargo, por el prestigio alcanzado en todo el país y entre los extranjeros visitantes, y por conservar un nivel de selección y seguridad. El lugar ha sido siempre atendido por mujeres; ni matones ni guardaespaldas han tenido sitio allí, de modo que se mantiene una atmósfera de familiaridad y confiabilidad. Tampoco se sabe de robo cometido a cliente alguno.
Karina se había hecho cargo por un tiempo del establecimiento, pero su prematura muerte en 2009 llevó a que fuera ahora su hija la que intentara mantener el negocio. La tía Olga cayó en la oscuridad total por entonces, sumida en temible el mal del Alzheimer, postrada en cama por lo que serían casi 15 años y cargando las profundas depresiones que le provocó su estado de salud y la partida de su hija. Algunos cronistas intentaron traer de vuelta su recuerdo y su fama, pero era imposible a esas alturas arrancarle alguna entrevista. Falleció a principios de octubre de 2010 a los 86 años según su registro de nacimiento, aunque algunos cercanos han señalado que fue inscrita recién a los diez años, por lo que su edad sería mucho más, cercana a los 95 años. El funeral fue muy reservado, realizado sólo por su nieta y algunas trabajadoras de la boîte, haciéndose pública su muerte el miércoles 6 de ese mes.
La Boite Olga conservó el nombre y rol, pero los cambios también afectaron su prestigio. En 2011, por ejemplo, aparece comprometida en algunos entuertos judiciales, provocados por elementos extranjeros que llegaron a trabajar a la misma. Sus luces de neones acompañando el nombre del club sobre el bar con las figuras de un Martini y una rosa, simplemente estaban por apagarse para siempre. Escondida atrás de unos muros sólidos con barrotes y el portón, entonces, la enorme casa de grandes patios que soportó tantas aventuras en la clásica bohemia de Concepción iba a abandonar aquel servicio. Los problemas administrativos y financieros superaron cualquier posibilidad de extender su alicaída vida.
La propiedad fue puesta en venta en marzo de 2012, después de 65 años de tradicional servicio de remolienda. "¡Califas lloran! Cierran con candado chino la Tía Olga", tituló "La Cuarta". De acuerdo a Lucas García en artículo del mismo diario del miércoles 27 de julio de 2022, titulado "Califas recordaron con pena el cierre del mítico Tía Olga en Conce", la corredora de propiedades a cargo "pidió una postura mínima de 300 millones de pesos: una fortuna al lado de las escasas luquitas que costaba llenar una ponchera y darle lechecita al gato". Fue el poco reluciente final para un diamante que brilló por tanto tiempo en Concepción.
El final de la casa de la tía Olga fue, además, el cese de la época romántica de la huifa en prácticamente toda la provincia. Los penquistas perdieron en esa extinción masiva a otros famosos boliches de la noche profunda, como el Portón Verde de la misma ciudad o la casita de la tía Yola en Talcahuano. El propio barrio Ongolmo había cambiado bastante a esas alturas, volviéndose refugio de ladrones y microtraficantes de droga que debió ser domado a fuerza de políticas públicas y policiales. La casa de la boîte cayó en aquel tránsito y acabó demolida en 2015. Reducida a un mero sitio eriazo, aquel vacío espera aún que algún proyecto inmobiliario llegue a reclamar el terreno.
Comentarios
Publicar un comentario