UN CLÁSICO BARRIO DE PUTERÍO EN ESTACIÓN CENTRAL Y LO CHUCHUNCO

 

Hotel Alameda, ex Hotel Melossi y Brink, al lado de la Estación Central y la Plaza Argentina de los tranvías, en la revista "En Viaje", 1939. A principios del siglo, los bajos del Melossi habían sido adaptados para algunos de los primeros combates y entrenamientos de boxeo en Santiago. En sus tiempos de decadencia también fue refugio del amor con tarifa.

Lo Chuchunco fue un extenso terreno rural ubicado al poniente de la entonces pequeña ciudad de Santiago, sector del valle mapochino que, en tiempos coloniales tardíos, era también refugio de rufianes o salteadores, juegos clandestinos, proscritos partidos de chueca y carreras ecuestres que solían estar cargadas de apuestas ilegales. Más tarde, se volvería el páramo en donde eran recibidas las visitas ilustres desembarcadas en Valparaíso y venidas a la capital, partiendo desde allí los desfiles militares hacia la zona más céntrica. Su condición marginal y aislada dio origen al concepto popular de que se trataba de algo perdido en los mapas y distante, condenado a quedar relegado “pa' Chuchunco”.

La fisonomía rústica y primitiva de aquel arrabal perduró hasta más o menos la medianía del siglo XIX, cuando la implementación ferroviaria y la prolongación de la Alameda de las Delicias, con sus caminos derivados y empalmes, permitió que el crecimiento de la ciudad quebrara la barrera histórica del sector poniente: Chuchunco Abajo, como se le llamaba en forma un tanto desdeñosa, o Bajos de Pudahuel, según la señala Benjamín Vicuña Mackenna en su libro sobre la historia de Santiago. La aparición y expansión del barrio se dio a partir de dos poblados principales, además: las poblaciones Echaurren y Ugarte.

La Estación Central de Ferrocarriles, llamada también Estación Alameda, fue inaugurada en 1857 con su primer cobertizo más bajo y sencillo que la segunda estructura de dos galpones, levantada allí en 1884 por la flamante Empresa de Ferrocarriles del Estado. El artístico actual techado de factura francesa a dos aguas, reloj y figuras de grifos fue armado en 1897, período que coincide con el peak de la importancia comercial de la efervescente zona urbana, con proyectos de grandes edificios como el Portal Edwards y el Teatro Politeama apareciendo en el mismo período. Dada la relevancia mercantil y vial del barrio actualmente dividido entre las comunas de Santiago y Estación Central, este llegó a ser considerado una especie de segundo centro urbano de la gran capital.

Con aquellos y otros vecindarios obreros nacidos de las urbanizaciones e incorporaciones al plano urbano, aparecen los actuales sectores de la Estación Central, Matucana, Quinta Normal y Pila del Ganso, alrededor del viejo reducto chuchunquino y otrora suburbano. Como era obvio, entonces, en aquellas latitudes obreras aparecerán también varios burdeles históricos, siendo de los más clásicos que se recuerden aquellos que inspiraron los escenarios que elaboraron autores como Joaquín Edwards Bello y Alberto Romero. Calles como García Reyes ya eran conocidas hacia fines del siglo XIX por sus prostitutas, de hecho. Desde tiempos muy tempranos, entonces, los pasajes y cités adyacentes a la terminal ferrocarrilera y los callejones paralelos a avenida Matucana serían reconocidos por aquella fuerte efusión de actividades nocturnas, caso del burdel La Gloria en calle San Francisco de Borja, aunque no es más que uno de los inagotables ejemplos que hubo en la misma vía hacia inicios del siglo XX.

La Estación Central, así como la Plaza Argentina con su revoltijo de tranvías saliendo hacia todos los destinos, permitían que hubiese allí una demanda para prácticamente todo, incluyendo hotelería, alimentación y remolienda. Armando de Ramón nos ilustra un poco más sobre aquel mapa social, en su libro sobre la historia de Santiago:

A esta plaza confluían un vecindario heterogéneo, ya que, mientras por el este de dicha estación se levantaban las poblaciones Echaurren y Ugarte, todas habitadas por familias de clase media, por su costado oeste existía una población “brava” llamada Chuchunco o Valdés. La existencia de numerosas fábricas en torno a la avenida Matucana, al norte de la misma estación, y de muchas bodegas y barracas de madera, más las ferias de animales Tattersall por la avenida Exposición, hacían que la plaza de la Estación o Plaza Argentina fuera paso obligado de todo tipo de vehículos, desde los tranvías y coches de alquiler, carretas y carretones, hasta piños de ganado que se llevaba a dicha feria; todo lo cual se confundía con una muchedumbre abigarrada que, permanentemente, copaba el espacio público allí existente.

Aquellos recovecos entre feudos industriales mutaban hacia un amplio grupo de cuadras bullentes de fiesta, cantinas fétidas, casitas de tolerancia, cafés chinos y otros refugios del amor furtivo o remunerado. Todo ello sumergido, además, en una intensa actividad de trasnochadas, bohemia, oferta culinaria popular y folclore de ciudad. Memorables fueron allí también las incursiones de las jóvenes hermanas artistas Hilda y Violeta Parra, principalmente por esa ruda escena obrera de Matucana en los inicios de lo que sería su brillante legado musical. Fue en donde la autora de “Gracias a la vida” conoció a su futuro cónyuge desde 1938, Luis Cereceda, quien era trabajador de los ferrocarriles.

Es discutible si la bohemia y la remolienda de Estación Central y Matucana llegaron a tener la magnitud, densa concentración y orden vistos en otros barrios legendarios dentro del oficio, como el de Los Callejones de Ricantén junto a avenida Diez de Julio. Sin embargo, no cabe duda de que estuvieron claramente sumidos en las mismas características genéricas, virtuosas para unos y deplorables para otros. Este ambiente prostibular involucró también a los varios recintos hoteleros del barrio, como el Hotel del Sur en Alameda por el sector de San Alfonso y Bascuñán Guerrero, muy antiguo y mencionado ya en la guía titulada "¡Una visión del porvenir! o El Espejo del Mundo" de Benjamín Tallman, de 1875. Waldo Urzúa Álvarez, por su lado, dejó registrada una descripción incluso más bien oscura de él en "Esas niñas de Ugarte”:

Era de gran divertimiento el Hotel del Sur, en la Alameda a la altura de Bascuñán Guerrero. Una vieja y amplia casa de campo, con un corredor testero y algunos bancos. Refugio de maleantes, albergue de provincianos pobretones, que dormían de a dos o de a tres, sin conocerse, en una misma pieza. Y paraíso acogedor de los enamorados clandestinos que, por cincuenta centavos, encontraban lecho...

La Subdelegación Rural de Chuchunco, ya parcialmente urbanizado, en el "Plano de Santiago con las divisiones políticas y administrativas, los ferrocarriles urbanos y a vapor, establecimientos de instrucción de beneficencia y religiosos", de don Ernesto Ansart, 1875. La Alameda de las Delicias pasa a llamarse Avenida de Chuchunco desde la Estación Central hacia el poniente, mientras que Ecuador es el Camino de los Pajaritos, que avanza hacia el poniente y doblaba al sur por la avenida de ese nombre.

Vista del anterior edificio de la Estación Central. Las carretas y los caballos dan un indicio de los detalles de vida semi-rural que aún perduraban en el sector del ex páramo de Chuchunco, a pesar del avance de la ciudad sobre sus terrenos.

Carretas y victorias estacionadas frente a la antigua Estación Central, hacia 1885. Puede advertirse cuánto ha crecido el barrio en su entorno.

Café y Hotel del Sur cerca de la Estación Central de Ferrocarriles, en fotografía publicada por Carlos Peña Otaegui en su "Santiago de siglo en siglo". Fechada cerca de 1900 según el Archivo de Baltazar Robles.

El edificio del Portal Edwards cuando recién había sido inaugurado, hacia 1901.

Plaza Argentina de la Estación Central y su actual gran galpón. Imagen tomada el 27 de marzo de 1920.

Imagen del archivo Chilectra, c. 1920, a la altura de Alameda de las Delicias con Bascuñán Guerrero.

También se irían sumando otros centros hoteleros derivados de la intensa actividad generada por la Estación Central, como el aún existente edificio del Hotel Brinck casi al lado de la estación ferrocarrilera, luego llamado Melossi y más tarde Alameda, en la entrada de calle Exposición. El Melossi fue el lugar de gran atracción bohemia y célebres centros sociales como el bar Chiquito del zócalo, en cuyo sótano comenzó a cultivarse en Santiago el boxeo deportivo a partir de 1899, además.

También estuvieron en esas calles el Hotel Unión, que después de un incendio fue remodelado y convertido en el Hotel Palace de Alameda con San Alfonso; El Lux de Bascuñan Guerrero 83, refugio de malhechores en los sesenta; el Atenas con su restaurante en la esquina de la misma vía; y el Royal Hotel en el propio Portal Edwards, con mejores pretensiones. Ni hablar de la cantidad de pensiones modestas que había en el mismo barrio, unas legales y otras clandestinas, también cediéndoles espacio a los amores de ocasión y con tarifa. La entretención la ponían establecimientos como el famoso Casino Bonzi en el zócalo del mismo portal, en donde llegó después el bravo y pecaminoso cabaret Viena con sus audaces bailarinas.

En “La viuda del conventillo”, de 1930, Alberto Romero describe de la siguiente manera el ambiente de la hotelería mortecina de Estación Central y sus secretillos:

Por entre los hoteluchos de mala muerte del barrio Estación pululaban las parejas de obreros y muchachas que el domingo, con el embuste del biógrafo, salen a caprichosear.

Delante de la puerta de esos cafetines, mitad albergue, mitad burdel, los hombres observaban a su compañera, a veces una chica tímida, seria, honesta; a veces una profesional.

Un farolito de color, con letras grandotas pintadas en el fanal, indicaban la índole del establecimiento: “Piezas para pasajeros”, “Camas para matrimonio”.

(…) Por calle de San Alfonso afuera, en los rincones oscuros, otras parejas -chicas acomodadas, empleaditas- charlaban quedamente y a cada dos por tres se besuqueaban, sin reparar en el qué dirán.

Desde que la importancia comercial del barrio Estación Central comenzó a descender, sin embargo, el apagón de esplendores se llevaba también al comercio que aspiró a ser más elegante y al propio prestigio de los grandes hoteles del sector, confundiéndose ahora con los pequeños y sucios. Con estas alteraciones, el vecindario completo entró en un período de decadencia similar que han experimentado varios otros de la capital, incluso en nuestra época, afianzándose su rasgo sólo como refugio de vividores, gente de vida licenciosa y formas clandestinas de comercio. Los bares obreros, algunos garitos y las infaltables casas de remolienda continuaban proliferando, apoderándose de cuadras casi completas y de algunas calles del mismo sector.

Todavía existen entre la punta de diamante de la Alameda con calle Ecuador al oriente, cerca de la entrada principal de la Universidad de Santiago, y la calle Wencesleao Sánchez por el poniente, una secuencia de pasajes a medio camino entre el concepto de conventillo y cité, seccionando de norte a sur aquella larga manzana en forma de triángulo. Se trata de uno de los planteamientos habitacionales más antiguos que se conservan de este tipo en Santiago, de principios del siglo según investigadores Marcela Pizzi Kirschbaum y María Paz Valenzuela, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile (“La vivienda obrera asociada al patrimonio arquitectónico industrial en torno al ex FFCC de Circunvalación de Santiago, oportunidad de recuperación”, año 2007). Originalmente siete, algunos son pasajes con números por nombre y otros llevan títulos como El Progreso o Las Camelias. El querido folclorista Nano Núñez había vivido su infancia en estos lares, justamente, hacia 1915.

Aunque no tenemos noticia confirmando que la actividad de la prostitución se diera normalmente y por períodos largos dentro de aquellos estrechos pasajes, un dato poco conocido es que los inmuebles del mismo sector de la Alameda, vecinos a la Estación Central, fueron por un buen tiempo conocidos también como otra concentración de casas de citas y lenocinios dentro de sus dependencias, a vista y paciencia de todo el mundo. También habría funcionado esta clase de comercio en inmuebles de enfrente, cruzando la avenida.

En efecto, entonces, algunas de sus residencias, por la década del veinte al treinta y quizá aún después, operaron como cuartos para la remolienda principalmente obrera. Los números de Alameda 3405 y 3406, por ejemplo, oficiaban como pensiones con piezas "por ratos", probablemente en servicio de casas de citas. Y si seguimos las notas de Edwards Bello al respecto descubrimos que, paradójicamente, aquellos inmuebles de Alameda desde el frente de calle San Borja hasta Pajaritos y Ecuador, justamente en el antiguo camino de Chuchunco, pertenecían al Arzobispado de Santiago, como gran parte de este casco histórico. El cronista había sido censurado en 1918 por decir que este barrio y el mismo del burdel La Gloria que inspiró parte de su novela “El Roto”, tenían tan santos dueños.

Publicidad para el restaurante Atenas en "La Nación", temporada de Fiestas Patrias de 1932.

El Palace Hotel de Alameda de las Delicias con San Alfonso, en los años treinta. Existió en donde estuvo antes el Hotel Unión y en donde se construyó el Hotel Real, hoy llamado Imperio.

Página de revista "En Viaje" con publicidad para el Cabaret Viena, en abril de 1934.

Imagen del sector al exterior del Mercadillo La Viseca en una revista "En Viaje" de 1961, en el sector de Exposición con Salvador Sanfuentes, donde se observan los canastos, pavos y pollos en venta.

El Portal Edwards hacia sus últimos años aún operativo, poco antes de su destrucción después de ser del terremoto de 1985. En su característico zócalo estuvo el Casino Bonzi y después el Cabaret Viena. Aunque geográficamente pertenece a Santiago Centro, desde su origen estuvo vinculado a la actividad de la Estación Central que da nombre a la vecina comuna. Fuente imagen: diario "La Tercera".

Publicidad para los interesados en arrendar locales en el Nuevo Portal Edwards, en junio de 1988, poco antes de su inauguración. Una nueva época comenzaba en el barrio, aunque ya en decadencia. Aviso publicado en el diario "La Tercera".

Como puede advertirse, además, se trataba muchas veces -y a esas alturas- de cahuines muy pobres, carentes de toda distinción y también sin mucho decoro que ofrecer. Volvemos a las descripciones que formula Romero para trazar con mayores precisiones el bosquejo mental sobre el aspecto de esas mancebías:

A inmediaciones del cuarto, en una casa ruinosa húmeda, el chino Antonio había instalado un burdel al que acudían vagos y rateros y uno que otro campesino conchabado en la estación, a la que el canaca nunca dejó de mandar un par de niñas para que pilotearan gente.

-Véngase conmigo y alojamos juntos, pa cuidarlo -era la frase de mayor éxito en estos casos.

Los pobres primerizos no conocían ni un hotel, ni aun las calles. Con sus pesitos y unas ganas locas de divertirse “pa tener qué contar” a la vuelta, aceptaban la invitación. Cogidos en la ratonera, echaban sus copas con las mujeres y los amantes de las mujeres, y cuando estaban ebrios se iban a la cama. De madrugada notaban que la compañera había desaparecido y también los pesos, y a veces la ropa. El chino, impuesto del suceso, lloraba de indignación. ¿En su casa, una casa seria? ¡Imposible! El hurto debió verificarse en otro sitio: a la bajada del tren, por ejemplo. En resumen, nada.

Y eso se repetía semana a semana, siempre.

Agrega el autor que, durante el invierno, la ficticia pero a la vez realista casa del proxeneta, llamada Colmenar, olía humo de carbón de espino mal quemado, mientras que en verano apestaba “a cerveza agria, a vino, a sudor rancio”. Los amigos de las niñas llegaban en la hora de la siesta, estallando con frecuencia altercados en su interior, pues era la forma en que Antonio resolvía todas las diferencias cuando no encontraba cómo zafar.

Otro punto de contacto entre el mundo de la fe y la prostitución fue el templo del Sagrado Corazón de Alameda llegando a Matucana, elevado a sede parroquial en 1912 y alguna vez sede la Vicaría Pastoral Obrera. Su ubicación geográfica lo hizo, además del lugar favorito de los usuarios del ferrocarril que pedían seguridad divina en sus viajes, un refugio espiritual para muchas asiladas o trabajadoras de las casitas en los alrededores. Incluso en tiempos recientes, antes que la prostitución terminara de ser corrida de calles como Maipú y San Borja, había chiquillas -y no tan chiquillas- que iban a hacer sus oraciones y ruegos al altar de San Judas Tadeo que existe dentro de este templo.

Uno de los antiguos y verdaderos burdeles del barrio fue el de calle Toesca 2855 cerca de Bascuñán Guerrero, en los deslindes con el sector de avenidas República y España, propietado por Hernán Letelier del Campo y funcionando de manera clandestina. Revelando lo ingrata que llegaba a ser la tarea de los encargados municipales del control de los lenocinios alrededor de la Estación Central, en julio de 1917 se reportó allí un ataque a balazos contra el inspector sanitario Genaro del Barrio González, cuando fue hasta el mismo cahuín cumpliendo con sus labores. Aunque las balas disparadas por un tipo llamado Eulogio Celis Chacón no dieron con su cuerpo, otros dos matones llamados Víctor Riveros Lecaros y René Clavarí Cerda lo atacaron a golpes y trataron de robarle. Los tres agresores terminaron en la Octava Comisaría y desde ahí derivados a los Juzgados del Crimen, el sábado 14 de ese mes.

Por todo lo descrito no parecerá tanta coincidencia o cuestión azarosa, por lo tanto, el que la sociedad benefactora Cruz Blanca haya instalado en los ex barrios de Chuchunco su Casa Reformatorio y Colegio de Preservación en 1920: ocupó la antigua Capilla de Dolores, en el cruce de calle Antofagasta con Dolores, en un tramo de esta última hoy llamada Jesús Diez Martínez. Esto era enfrente de la planta gasífera Gasco que aún existe, a no mucha distancia también de la Estación Central y el Club Hípico. De acuerdo a la historiadora Ana Gálvez Comandini en “Ganar con el cuerpo”, su capacidad era para 100 internas, niñas o jóvenes en riesgo de ser corrompidas y explotadas sexualmente. Además de aquel albergue, Cruz Blanca tenía otro servicio llamado el Refugio de la Misericordia, el que desde 1926 recibía a prostitutas o mujeres casquivanas con interés por enderezar sus vidas.

A pesar de las precauciones de las madames del barrio, las medidas de salubridad seguían siendo una fuerte e insistida razón de multas dentro del ambiente de esos años, alcanzando frecuentemente al propio barrio ferroviario. Gálvez Comandini reproduce, por ejemplo, el parte cursado a mediados de marzo de 1927 a doña Sofía Estivil Silva, regenta del lupanar de calle San Alfonso 130, en esos mismos recovecos. Su desliz fue infringir las normas del Código Sanitario, algo bastante frecuente por entonces. 500 pesos perdería la cabrona por su falta, pero, tras otras dos órdenes de detención, la porfiada misiá Sofía terminó haciendo 100 días y luego 250 días en la Casa Correccional de Mujeres.

Fue tanto lo que se extendió la prostitución propia del barrio de Estación Central hacia el sur, que incluyó a famosos aunque dispersos casos como la casita del Kaiser en calle Bascuñán Guerrero mucho más al sur, llegando a fusionarse con el aire "rojo" que también estaba presente en el barrio del Parque Cousiño y el Club Hípico, para avanzar incluso más allá. Se pudo valer, por lo mismo, de la interacción ambiental que permitían populares quintas y boîtes de aquellos años y en esos barrios del actual Parque O’Higgins, como la Hostería La Nave, El Rancho Grande, Los Guatones, el La Ermita de avenida Viel, el Mervilles y la Posada Tarapacá, entre otros casos; unos más discretamente que en otros.

Finalmente, regresando al núcleo, uno de los últimos cahuines clásicos sobrevivientes de todo aquel amplio territorio en donde antes se encontraba el paisaje olvidado de Chuchunco fue la casita de la tía María en calle Ecuador, la que llegó activa hasta la primera o segunda década de nuestro actual siglo, curiosamente. Aunque ya muy debilitado y dejando atrás muchos de sus rasgos que habían sido más característicos en otro tiempo, este burdel era conocido -entre otras cosas- por encontrarse muy cerca de la centenaria “picada” Pancho Cauceo de la esquina con Toro Mazotte, en la actualmente llamada Pequeña Caracas de Estación Central.

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