Vista de la Alameda de las Delicias hacia el cerro Santa Lucía en 1874, en el "Álbum del Santa Lucía" de Benjamín Vicuña Mackenna. En la línea de fachadas de izquierda a derecha, por la vereda norte, vemos los muros del convento y la iglesia de las monjas claras más algunos establecimientos (en donde están ahora la Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional) y, a continuación, en donde se encuentra ahora la Plaza Vicuña Mackenna, el edificio del cuartel militar donde antes existió la Casa de las Recogidas.
La existencia de prostitutas coloniales en Santiago se verificará en parte con la creación de la llamada Casa de las Recogidas. Es un tema de alcances discutibles y hasta controversiales, pero el hecho es que esta extraña institución apareció en la ciudad entre fines del mismo siglo XVII y principios del XVIII, existiendo algunos casos de servicios similares en otros países de las Indias Occidentales, además.
En esenia, la Casa de las Recogidas estaba destinada a acoger y albergar mujeres abandonadas, adúlteras, menesterosas y las “de mal vivir”, aunque es posible que muchas de ellas no hayan sido más que promiscuas, infieles, casquivanas o liberales pasadas por el anatema sexista de su tiempo. Esta especie de internado había sido traído a Santiago por solicitud directa de un escandalizado y chismoso fray Diego de Humanzoro, en carta al rey en 1672. En su correspondencia, el obispo franciscano reclamaba ahora por el deplorable estado moral de la capital chilena, esa calamidad que tanto venía atormentando sus ancianos escrúpulos. Agrega Armando de Ramón al respecto, en su libro sobre la historia de Santiago:
Cuando se trató de establecer la Casa de las Recogidas se habló de que su objeto era recluir a “las mujeres inhonestas y escandalosas, para que se eviten los escándalos que ocasionan” y así limpiar la ciudad “de personas de esta calidad que la perturban y escandalizan”. Al parecer, las parejas clandestinas usaban cualquier sitio para sus desahogos, como lo relataba el Cabildo a propósito de los terrenos baldíos, desiertos y desamparados “que no sirven de otra cosa que de ocultarse en ellos a jugar y a hacer otras indecencias en deservicio de Dios Nuestro Señor”.
La recién habilitada Casa de las Recogidas estuvo alojada, primero, dentro del recinto conventual de las monjas claras, complejo ubicado junto a La Cañadilla, actual Alameda, hacia donde está ahora la Biblioteca Nacional de Santiago. Empero, ya hacia 1697 o 1698 aproximadamente, se decidió trasladar el internado al pie del cerro Santa Lucía, hasta la entonces llamada Plaza de San Saturnino, por donde hoy se encuentra la Plaza Vicuña Mackenna. No pudo ser inaugurada allí sino hasta 1723 según las fuentes, principalmente por la gestión del gobernador Gabriel Cano y Aponte antes de morir en un trágico accidente durante unas fiestas de la Plaza de Armas. Su presencia en el lugar fue, además, la razón por la que su calle lateral, actual Miraflores, fue llamada por entonces calle de las Recogidas.
Se sabe, sin embargo, que hubo casos en que algunas de las internadas escapaban de sus claustros para reunirse con sus amantes y pretendientes haciendo travesuras nocturnas entre las rocas del vecino cerro. Por entonces, el Santa Lucía no era más que un peñón estéril y lleno de cómodos escondrijos para el amor. Esto llevó a que la administración de la Casa de las Recogidas pasara directamente al Cabildo de Santiago, a partir de 1734.
En 1773, a sólo unos meses de haber tomado la gobernación de Chile que se le había asignado durante el año anterior, el capitán general Agustín de Jáuregui y Aldecoa establecía en su draconiano 8º bando de buen gobierno que toda mujer juzgable como “compañera sospechosa” y sorprendida con un hombre después del toque de queda, iría a parar a la misma Casa de las Recogidas. Sus disposiciones también establecían duras penas para los agitadores, revoltosos y delincuentes, dicho sea de paso. Medidas parecidas fueron las que después promulgó recién asumido en el cargo don Gabriel de Avilés y del Fierro, en sus propios bandos de 1796 donde ordenaba que “nadie fuera osado andar por las calles después de las diez de la noche con compañera sospechosa”.
Varias prostitutas (o mujeres con comportamientos así definidos por el anatema y los recatos) de la Colonia tardía debieron ir a parar a la correccional de marras durante el largo período en que estuvo en funciones el servicio de las recogidas, ciertamente. Hay información interesante al respecto en fuentes como “Descorriendo el Velo II y III: Jornadas de investigaciones historia de la mujer”, capítulo “La Casa de las Recogidas en Santiago” de Patricia Peña González.
Placa conmemorativa empotrado en calle Miraflores, recordando su antiguo nombre de la calle de las Recogidas, derivado de la institución del mismo nombre que existían en su entrada.
Sin embargo, aunque la casa había sido creada para albergar no más de 30 recogidas, para 1789 llegaba a las 80 almas, además de siete beatas, cinco voluntarias y seis niñas de las beatas. Era evidente que se hallaba por completo superada en sus capacidades dado el número de internas, arrojados en un informe que es citado por José Toribio Medina en “Cosas de la Colonia”. Allí encontramos también esta reveladora definición de las internas: “mujeres escandalosas de las que se había removido del comercio de la República”, lo que va en el sentido de confirmar que las prostitutas debieron ser las principales “mujeres de mal vivir” que iban a parar a la mentada casa correccional o, cuanto menos, una parte muy importante de ellas.
Tras haber asumido la presidencia de la gobernación en 1788, don Ambrosio O’Higgins inició una serie de gestiones para reunir 150 mil pesos necesarios para el proyecto de construcción del último tajamar colonial del Mapocho. Los fondos los obtendría en parte por modificaciones al sistema de impuestos para yerbas de infusiones, azúcar y el llamado derecho de balanza, provocando gran molestia popular, aunque obtuvo el grueso de los mismos cobrando 121 mil pesos vacantes del tesoro del rey y que originalmente estaban orientados a la manutención de la Casa de las Recogidas, precisamente. Esto puede haber sido el principio del fin para el mismo servicio, dada la prioridad que se dio destinando los dineros a construcción de las obras pendientes del río, cuyo mal estado mantenía expuesta a la ciudad a los ataques del Mapocho. Los trabajos del tajamar serían destinados al arquitecto italiano Joaquín Toesca en 1792, quien se vería involucrado lastimosamente también en el tema de las damas “de mala vida”, curiosamente...
Las mujeres infieles pero ajenas a la prostitución, en tanto, también corrían con destinos parecidos al de las meretrices y acababan siendo tratadas casi igual que si fueran tales, al menos en la ponderación social de la Colonia. Las que no acabaran en la casas de internadas podían ser recluidas también en conventos o lugares de retiro también manejados por órdenes religiosas. Conocido fue en aquel período, entonces, el escandaloso caso de los comportamientos disipados de la joven esposa del propio arquitecto Toesca, el mismísimo autor de nuestro Palacio de la Moneda, algo que habría de dar tema a la habladuría popular alrededor del mate o la jarra de chicha por muchos años más.
A mayor abundamiento, Toesca había contraído matrimonio con la hermosa Manuela Fernández de Rebolledo y Pando, en 1782, convencido de que la vida le daba un premio. Sin embargo, la muchacha resultaría ser sumamente ardorosa e infiel, escapando de casa seguidamente para sostener sus aventuras. Después de varios desentonos y descarríos, sin embargo, ella terminó encerrada en la Casa de Ejercicios en Peumo, lugar al que llegó por consejo del obispo Blas Sobrino y Minayo. Más que por sus aventuras humillando al italiano constantemente, esto había sucedido después de otro gran escándalo, en el que incluso habría intentado asesinar a don Joaquín durante una discusión. Curiosamente, la desleal Manuela era muy celosa: se permitía escribir desde el cautiverio a su amante exhortándolo a no meterse con chusquisas o chuscas.
Ya cayendo en la obsolescencia e inutilidad, después de los primeros chispazos independentistas de 1810 la curiosa Casa de las Recogidas cesó operaciones junto al cerro Santa Lucía y su recinto acabaría remodelado y convertido en un cuartel de artillería, lugar que fue escenario de una gran revuelta sediciosa en 1851: la controvertida intentona revolucionaria del general Pedro Urriola. El servicio general de las recogidas, en tanto, funcionaría como tal hasta el año 1818, quedando convertido desde entonces en un recuerdo relicario de los tiempos de la Colonia en Santiago.
Comentarios
Publicar un comentario