EL SECRETO DEL MURAL "PRESENCIA DE AMÉRICA LATINA" EN CONCEPCIÓN

La figura femenina que representa a la América mestiza, única con proporciones humanas reales dentro del enorme mural de González Camarena.

Una de las piezas patrimoniales y artísticas más valiosas de la ciudad de Concepción está en la Pinacoteca o Casa del Arte de su Ciudad Universitaria. No todos saben, sin embargo, que su historia se conecta directamente con la del más famoso y visitado burdel de la misma urbe, al que hemos dedicado un reciente artículo: la boîte de la tía Olga Valdivia Torres, en la entonces pecadora calle Ongolmo 1153. Es el secreto guardado por aquella enorme pieza artística cargada de representaciones y simbologías.

En su edición de octubre de 1997, la revista "Nos" de Concepción aportó más datos interesantes sobre aquel pequeño gran detalle en la obra mural de acrílico sobre estuco, en el artículo "Las alegres noches donde la Tía Olga" de Hernán Osses. Llamado formalmente "Presencia de América Latina" y siendo una de las pinturas más conocidas del mexicano Jorge González Camarena, fue ejecutado en la dependencia universitaria entre noviembre de 1964 y abril 1965, con la colaboración de sus compatriotas Manuel Guillén, Salvador Almaraz y Javier Arévalo, y los chilenos Abino Echeverría y Eugenio Brito. Símbolo cultural e icono de Concepción, en unos 35 por 6 metros combina en el diseño elementos cubistas, surrealistas y de la representación alegórica fuertemente emparentados con la identidad de Centro y Sudamericana, apelando a sentimientos de fraternidad y mancomunidad continentales.

El mural había nacido con los raudos proyectos de reconstrucción de los edificios y el campus en la Universidad de Concepción, después del daño causado por el funesto terremoto de 1960. Uno de aquellos edificios era la Casa del Arte, que se levantó sobre las ruinas de lo que había sido antes la Escuela Dental. Esta obra surgía por un acto de generosidad del gobierno de México, el que aportó los financiamientos y, poco después, propuso al muralista González Camarena para la obra pictórica interior, ya que él se había ofrecido hacerla a través del embajador de México en Chile, don Gustavo Ortiz Hernán, eligiéndose este nuevo espacio universitario para ello.

Plagado de alusiones gráficas a la cultura y mitología americana muy propias de los contenidos recurridos por González Camarena, entonces, el mural de 300 metros cuadrados reservó parte de sí también para representar el mestizaje americano, simbolizado principalmente en una mujer desnuda y de rasgos nativos que se presenta en la parte inferior izquierda de la obra, parcialmente tapada por la figura de la Iberoamérica que alegoriza. Es una mujer que, además, está en proporciones humanas reales, las mismas de la modelo que posó, a diferencia de todo el resto de la composición... He ahí el contenido oculto del mismo mural, entonces, con esa fémina que por mucho tiempo se creía popularmente incluso era el retrato de una joven mexicana.

Había sucedido que, invitado y alentado por sus anfitriones penquistas en pleno proceso de proyectar su obra, el ya más que cincuentón González Camarena llegó hasta el entonces celebérrimo burdel de la tía Olga en Ongolmo cerca de Bulnes. Mientras disfrutaba la noche con sus colegas se presentó entonces una curvilínea mujer llamada Alicia, con particulares rasgos: boca ancha, pómulos marcados y sensual actitud, que paseaba vestida aún de bailarina y permanecía en ese momento justo al lado de una famosa chimenea en el salón de la boîte. El diario "La Discusión" de Chillán del domingo 8 de septiembre de 1985, en un artículo titulado "La mujer cuyo cuerpo simboliza a América en el más grande mural", aporta más detalles del momento en que el pintor decidió que ella debía ser su inspiradora, cuando la miro a los ojos:

-¡Ahorita, mano, encontré la modelo! -exclamó el célebre muralista mexicano, Jorge González Camarena, cuando arrastrado por la noche de alegría y alcohol, en compañía de otros artistas compatriotas y chilenos, se detuvo junto al mesón de un club nocturno de Concepción.

Alicia Cuevas Cuevas, a musa inspiradora, había nacido en la Región del Libertador Bernardo O'Higgins y dejó desde muy joven el hogar, en gran medida escapando de los abusos y violencia de su padrastro, según confesaría después. Viajó por largo tiempo entre Santiago y Punta Arenas, hasta que encontró un calor familiar en la casita de doña Olga, en el conocido Portón Rojo de Concepción. La regenta tuvo un trato casi maternal con ella, llamándola Pequeña y brindándole mucha ayuda. Trabajando como bailarina y asilada del burdel, entonces, Alicia creyó que el visitante extranjero sólo intentaba hacerse el seductor o coquetear con ella, desconociendo quién era y qué hacía en la ciudad.

La tía Olga de Concepción, en imágenes publicadas por el periódico "The Clinic" y revista "Nos". Fue en su famosa boîte donde Alicia Cuevas y González Camarena se conocieron.

Alicia Cuevas, una de las trabajadoras más conocidas de la Boite Olga, en un reportaje de "La Discusión" de Chillán del 8 de septiembre de 1985. Su figura al desnudo es la que quedó plasmada por el pintor mexicano González Camarena en el mural de la Casa del Arte, en la Universidad de Concepción.

Interior de la sala comedor y bar, con la famosa chimenea junto a la cual Alicia conoció al pintor mexicano. Imagen tomada de las colecciones de Santiago Nostálgico, de Pedro Encina.

Embelesado con ella, entonces, el artista ofreció a la mujer que posara para su obra en la Casa del Arte, pues quería que quedara plasmada allí para la posteridad. Primero pidió retratar su cara, pero después avanzó en audacia hasta pedirle mostrar esas mismas formas íntimas que tanto lo sedujeron. Dicen, pues, que el artista había quedado perdido y profundamente enamorado de Alicia, iniciando un idilio que fue mucho más allá de la mera relación de cliente con la remolienda sexual. A pesar de que ambos tenían familia propia en ese momento, se asegura que comenzarían una ardiente aventura íntima, la que duraría por todo el tiempo en que el pintor estuvo allí en tierras penquistas.

Tras una negativa inicial, pues Alicia iba a viajar a Santiago para ver a su hija, accedería a las insistencias tentada principalmente con las posibilidades de lograr fama. "Ella es la única -declaró por entonces el pintor a sus acompañantes-, ahora tengo que convencerla". Habían conversado toda esa noche, bebieron y rieron en la mesa, se reencontraron al día siguiente y mantuvieron contacto telefónico directo desde ese momento. Así, ya en confianza, al regresar desde la capital la chica se volvió modelo e inspiración para la mujer portadora del mestizaje americano en el mural, en sus proporciones reales y sólo con adiciones secundarias como el detalle de los ojos más almendrados, para reforzar el lado nativo. Tatita, lo llamaba ella por entonces, cariñosamente.

Alicia ya tenía 65 años en 1997 cuando fue comentado su caso por Osses, quien tuvo ocasión de tomar testimonio de la propia retratada:

"Me hizo pararme desnuda sobre un pequeño cajón para nivelarme con la base del mural. Luego, cogió una tiza y la pasó por todos mis contornos, para lograr la silueta a tamaño natural. Hubo que poner muchos papeles en los vidrios de la entrada de la Casa del Arte, porque todos querían verme desnuda", recuerda Alicia Cuevas. El idilio se prolongó por meses. A Jorge y Alicia se les vio con frecuencia en los restaurantes de mayor éxito de esos días, Millaray y Los Copihues, tras las jornadas en la Casa del Arte.

"Quiso llevarme a México, porque allí iba a pintar el mural La diosa del fuego, y quería que yo posara, pero no pude acompañarlo. Después, sólo recuerdos, cartas de amor y amistad", evoca Alicia los años del '50.

La historia de Alicia reúne las desdichas que por años condujeron a la mujer a venderse en sus días juveniles, un padrastro cruel y déspota; más tarde, el nacimiento de un hijo como madre soltera y, finalmente, el rechazo en el hogar por la guagua de padre desconocido. Como ella, llegaron sucesivamente muchísimas mujeres a la casa de la Tía Olga. Trabajaban allí un tiempo y luego seguían viaje al sur o norte. Algunas permanecían más tiempo. Pero la rotación era necesaria, porque la casa debía renovar la oferta a los visitantes.

Alicia recordaba también que, mientras el pintor la había colocado contra el muro y la contorneaba con tiza, exigió estar a solas con él allí y con las ventanas al exterior tapadas con papeles, como señala su testimonio. Esto, porque había muchos curiosos interesados en el proyecto del pintor e intentando mirar los avances de la obra. Un pequeño calzón transparente era todo lo que tuvo puesto durante aquella sesión.

Se cuenta que el mexicano terminó el mural con algunas dificultades y conflictos, en la última etapa. La leyenda agrega que, además de sus cinco colaboradores, contó con asistencia de la propia Alicia para poder darlo por concluido, pues ella lo ayudaba a relajarse y a no perder el optimismo en los momentos de mayor estrés, llevándolo a la playa según recordaba esta. La mujer solía vestirse provocativa por entonces y atraía tanto las miradas lascivas como las críticas en esos días, pero a González Camarena no parecía importarle esto.

El final de la obra fue el adiós entre ambos y el final a su intensa historia, pues nunca más volverían a verse en persona. El día de la inauguración se hizo con un gran acto solemne y González Camarena suplicó a Alicia asistir, pero ella desistió por temor y pena al último momento, mientras se arreglaba y maquillaba para el evento: creía que no sería aceptada en ese ambiente. El pintor se molestó mucho con su ausencia, pero acabó comprendiendo sus razones. El no haber accedido a la invitación de irse con él a México fue algo de lo que ella siempre se lamentaría después, aunque aseguraba que le era imposible dejar acá a su hija. El artista incluso le había ofrecido posar después para nuevas obras en su tierra, intentando convencerla- Y, aunque a mediados de 1970 se anunció que volvería a Chile para pintar un mural en la Escuela Municipal de Bellas Artes del balneario, la crisis económica y social seguida del golpe militar frustraron estos planes.

Una imagen de los archivos personales de Alicia Cuevas, mostrándola siendo joven y en bikini, en una playa del litoral penquista. La semejanza de sus proporciones y formas corporales es innegable con la mujer mestiza del mural realizado por González Camarena.

La figura femenina del mural en la Casa del Arte de la Universidad de Concepción. Salvo por algunos rasgos que el pintor procuró dar al rostro de la mujer, se corresponde claramente con Alicia Cuevas.

Alicia cuevas a los 54 años y a los 84 años, en imágenes que acompañaron las entrevistas realizadas por "La Discusión" y "La Estrella", respectivamente.

El periodista André Jouffé también se refirió a esta curiosa historia en un artículo titulado "En los tiempos de la tía Olga", publicado en el periódico "The Clinic" del 16 de octubre de 2011. En esos momentos ya era una mujer en el invierno de la vida, de hablar lento, quien se ayudaba de un bastón para andar mientras vivía de una muy modesta pensión, pero cuya imagen seguía siendo admirada y elogiada en la Pinacoteca aunque no todos supueran a quién representa, ni en qué circunstancias fue retratada allí. En el diario "La Estrella" de Concepción del miércoles 29 de abril de 2015, comentaba Alicia a sus 84 años al entrevistador recordando algo más sobre aquel día del retrato:

Alicia Cuevas piensa, recuerda y se ríe. "¡Yo fui bien tonta, ah!", exclama. Luego agrega: "Ese día yo andaba con una bata blanca con negro a rayas. No era muy bonita y con el tiempo la terminé botando a la basura. Tiempo después, cuando regresé a ver el mural, me di cuenta que él había hecho los mismos detalles de la tela cayendo desde mis brazos". Se termina un té, se sienta junto a su comedor y suspira mientras dice: "Debí haberla guardado, oh".

Como madre soltera y ya dejando atrás su vida nocturna de chiquilla, Alicia continuó viviendo aventuras de vida después tras período alojada en la casita de la tía Olga. Conocida como Judie entre sus cercanos, conservaba con ella una caja de fotos, recortes de prensa y otros recuerdos, como una imagen de su paso por Viña del Mar en donde aparece sentada y abrazada por el actor Alejandro Cohen. Se estableció tiempo después en la comuna de Yungay, en donde abrió el restaurante y quinta de recreo Punto y Coma, en donde trabajó con quien era entonces su marido y sus tres hijos adoptivos. A mediados de los ochenta, con 54 años y todavía activa como bailarina y vedette, viajó a Chillán para hacerse una cirugía de rejuvenecimiento que, al parecer, resultó bastante bien, pues declaraba a la prensa que se sentía ahora de 37 y hasta fue felicitada en los medios.

Tras haber perdido todo contacto con el artista mexicano y enterarse después que ya había muerto en 1980, Alicia continuaba recordándolo como un amigo e iba discretamente hasta Concepción, de vez en cuando, a contemplar en silencio su retrato en la Casa del Arte, mientras los demás visitantes ignoraban su profunda relación con el mismo. Así lo decía al mencionado diario "La Discusión", de 1985:

No digo nada, no pienso nada. Nadie tampoco es capaz de reconocerme o identificarme con el muro. Y mirarlo es ver a través de una especie de espejo donde no sólo está mi figura, sino que también los recuerdos, los imborrables recuerdos de aquellos días en que yo buscaba un destino, no era nada en el mundo y encontré un amigo de verdad...

Confesaba también que tenía deseos de viajar a México y conocer a la familia de González Camarena, pues aún sentía un fuerte vínculo con la semblanza del autor. Y, aunque en 1985 había negado los sentimientos apasionados que hubo entre ambos asegurando que sólo fueron muy amigos y que el resto de las historias eran inventos, hacia las últimas entrevistas que dio bajó algunos cambios y admitió que hubo algo más; o mucho más, efectivamente. En cierta forma, inclusive, diríamos que fue algo parecido a un gran amor de su vida, pues ella nunca pudo encontrar otra pareja con quien llevar una relación tan fuerte: se casó tres veces y se separó con gran conflicto en cada ocasión, dejando así de creer en el amor, como reconocía con tristeza.

Finalmente, Alicia mantenía el negocio de Yungay también como discoteca y centro de eventos a la sazón, pero sus infortunios no terminaban: el terremoto de 2010 destruyó el lugar y la dejó de brazos cruzados, condenada a vivir sólo de su pensión. El cataclismo derrumbó también parte de su casa y le provocó una lesión permanente, la razón de su cojera y del uso de muleta.

Reconocido desde 2010 como Monumento Histórico Nacional y restaurado en 2012, el mural de la Casa del Arte ha sido un aporte artístico, iconográfico y cultural enorme para la ciudad. Se ha vuelvo parte de sus postales turísticas, se lo presenta y describe en las visitas guiadas al lugar y había aparecido incluso en una estampilla conmemorando el aniversario 75° de la Universidad de Concepción, en 1994. En tiempos recientes, además, ha vuelto a recuperarse el nombre de Alicia Cuevas Cuevas y parte de su historia en algunos medios, reponiéndola como la inspiración que representan a toda Iberoamérica en la misma obra.

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