LOS ÉTERES PERDIDOS DE LA DIRECCIÓN MAIPÚ 6

Casas-burdeles de calle Maipú llegando a la Alameda, en enero de 1908, en revista "Sucesos". La casa en donde se ven las personas corresponde a la del número 6.

Mucha bulla provocó un caso policial en enero de 1908, en uno de los celebérrimos lupanares de calle Maipú: el ubicado en el número 6, en la primera línea de fachadas con inmuebles pareados de la controvertida calle. De acuerdo a lo que informaron entonces las revistas y páginas policiales, había sucedido que una de las muchachas asiladas allí denunció a su propio jefe dueño del lenocinio, por haber dado muerte a un soldado y enterrar el cuerpo bajo una escalera, en un pasadizo oscuro de la residencia.

Sin embargo, grande fue la sorpresa del juez sumariante, señor Cruz Cañas, al llegar con el personal hasta la señalada dirección y constatar, al mismo tiempo que se realizaban excavaciones, que había también toda una trama siniestra de delitos dentro de aquel sitio cercano a la Alameda de las Delicias: corrupción de menores, secuestros, robos, estafas, etc. La prensa llamó al caso "Los crímenes misteriosos de calle Maipú", demonizando al antiguo boliche de remolienda que, para entonces, ya llevaba sus buenos años allí establecido, remontándose quizá a la primera generación de los que llevaron esta oferta al barrio.

El lupanar de Maipú 6 parece haber continuado siendo por largo tiempo una gran atracción en este barrio de prostitución desatada. En agosto de 1928, aparecía la dirección en los avisos clasificados de prensa: "Necesito hombre viejón. Atender billares. Maipú 6". Era, quizá, el más inmediato de todos los lupanares de calle aunque lidiando con el desprestigio. Esto es por el costado poniente de la cuadra y muy cerca de la esquina, entre un grupo de residencias que fueron muy solicitadas en el mismo rubro casi en la esquina misma con la Alameda, enfrente a la concurrida Plaza Argentina desde donde salían a todo Santiago los tranvías. El boliche era, además, uno de los más populares de Maipú todavía a mediados de siglo.

Existen algunas referencias interesantes sobre uno de esos mismos burdeles vecinos al de Maipú 6 (¿o sería el mismo, acaso?) y al entonces famoso restaurante Colo-Colo, en el libro "Historiando el barrio" de Joel Guerrero. Dicho restaurante y club existía justo en esta esquina de Maipú con la Alameda y en él se bailaba tango, rock, rancheras y otros estilos, siendo un lugar peligroso en el que muchos se sentían amedrentados por el clima, según testimonios de la época. El burdel inmediatamente vecino a esta taberna era uno de color café y verde, que se distinguía porque tenía adentro, por la entrada, un Cristo de lata de color rojo. No nos ha sido posible confirmar que se haya tratado del mismo de Maipú 6.

De esa forma, las primeras cuadras de la misma Maipú y otras de sus alrededores solían encontrarse siempre atestadas de prostitutas, clientes y borrachines por aquellas décadas, especialmente en la noche, pero a veces también en horas diurnas. Maipú 6 solía tener una gran cantidad de asiladas, así que no sería extraño que ya entonces las niñas se asomaran a la calle para captar atenciones en semejante competencia. Las señaladas esquinas con Alameda, tan cercanas al mismo burdel, eran las más famosas tanto por la presencia del Colo-Colo como de otros establecimientos próximos, incluido el Teatro Alameda.

Ya más moderno y renovado, el burdel siguió destacando en el barrio por su ubicación privilegiada en la entrada de calle Maipú. De hecho, todas esas primeras casitas de huifa en la ruta roja tenían una posición favorecida para la prosperidad del negocio, si bien la calle completa era un reino prostibular, de punta a punta. En el caso de Maipú 6, lo hacía captando público masculino desde las estaciones de trenes, tranvías y trolebuses, o bien desde el intenso comercio popular desplegado en los alrededores. Como sucedía con la demás prostitución del barrio de la Estación Central, este burdel recibía clientela incluso desde los restaurantes y salas de espectáculos, como el mencionado Teatro Alameda o el Cine Alessandri, ubicado este último sólo unos pasos más al oriente de su inmueble y en donde existe desde 1993 la conocida discoteca y centro de eventos Blondie.

El famoso burdel del 6, ese lugar de fiestas desenfrenadas y pérdidas de inocencia de tantos santiaguinos, pasó a ser regentado después por un conocido hampón de la capital apodado el Negro Carlos, de quien haremos caudal también, oportunamente. No era su mejor época ya, sin duda, pero el negocio se mantendría firme hasta el verano de 1962, cuando este temido personaje que ya se creía inmune sólo por la pronunciación de su nombre, acabó su vida apuñalado por otros pérfidos murciélagos en el paseo del Rompeolas de Cartagena. Por causa o coincidencia, el deceso en picada del lupanar comenzó por esos mismos días.

El juez sumariante en el patio de la casa de los crímenes denunciados en calle Maipú, en 1908, mientras interroga a una de las mujeres del burdel. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Otras imágenes de las investigaciones realizadas a inicios de 1908 en la residencia de calle Maipú, publicadas por "Sucesos".

Así quedó el "salón de honor" de la casita de remolienda después de la redada, en imagen publicada por la revista "Corre Vuela" de esa misma temporada.

"Flores de fango del jardín de la calle Maipú", decía al pie de la imagen la revista "Corre Vuela", mostrando a las muchachas residentes del burdel, reunidas afuera durante la redada.

Así publicó el diario "La Tercera de la Hora" la noticia del asesinato del temido Negro Carlos, en una riña callejera de Cartagena, año 1962.

El llamado "mall de los pobres" de Alameda con Maipú (Paseo Comercial Alameda-Maipú), inaugurado en 1997, se construyó sobre lo que eran terrenos ocupados por algunos de los últimos lupanares de estilo antiguo en la famosa calle.

Imagen de la entrada de la calle Zuazagoitía con Maipú en 1997, antes de la apertura del centro comercial que existe en el lado de la Alameda y ocupando los terrenos que antes pertenecían al burdel y las casas vecinas. Fotografía publicada por el diario "La Tercera".

Sector de calle Maipú (vista hacia la Alameda, primera cuadra) donde estaba el antiguo burdel del número 6. El lupanar se hallaba más o menos en donde se observan los vehículos estacionados. El edificio que ocupa todo el sector pertenece al Paseo Comercial Alameda Maipú.

Maipú 6 intentó seguir en servicios después de perder a aquel capitán, pero las cosas ya no eran las mismas sin su imperativo y disciplinario rector. En la madrugada del 27 de junio de 1968, hizo noticia otra vez cuando dos de sus jóvenes chicas residentes se cruzaron a puñaladas: Ana María Elorrieta Ibarra, de 21 años, y Magdalena Barrera Molina, de 18 años, ambas pasadas de copas y con mutuos resquemores contenidos. Esta última estaba bailando y riendo con un cliente amigo de Ana María, por lo que sus celos exigieron venganza y la mayor de ambas fue a desafiarla para ir a enfrentarse con armas blancas. La entonces encargada del lupanar las mandó a la calle para evitar escándalos. Craso error: la pelea empeoró y, para desgracia de la desafiante, la joven Magdalena manejaba menor el puñal. Su contrincante terminó tendida sobre el pavimento, mientras que la triunfadora fue puesta a disposición del Cuarto Juzgado del Crimen.

Con el destino ensañado contra aquella cuadra, el miércoles 18 de octubre de 1972, a las 23.30 horas, fue advertido un grave incendio en Maipú 20, dirección de otro burdel de la cuadra. Las llamas se expandieron con inusitada violencia, alcanzando no sólo al famoso refugio del número 6, sino también a los del 8, 10, 12 y 16 de la manzana.

Para entonces, el prostíbulo de Maipú 6 era regentado por Mario Venegas Vargas y habitado por Flor Figueroa Figueroa, de 28 años, y María Reyes Reyes, de 33 años. La chismosa prensa de entonces reveló también los nombres de las asiladas de los otros inmuebles dañados: en el 8 regentaba Luis Gutiérrez Canales y vivían Miriam Ramos Ramos, de 26 años, Ximena Paredes Carrasco, de 25 años, Laura Oyarzún, de 24 años, Sonia Leyton Ramos, de 14 años, María Muñoz Muñoz, de 22 años, y una tal Eliana, de la que no se supo mucho más. En el 16, en tanto, el prostíbulo era dirigido por doña Ana Torres Salazar, de 50 años, teniendo por asilados a Luis González Rivas, de 25 años, Marta Varas Cubillos, de 24 años, Rosamel Soto Rubilán, de 26 años, María Duarte Moya, de 29 años, y Graciela Ramírez Varas, una menor de cuatro años.

Las residencias fueron reconstruidas, pero el alicaído y lesionado burdel de Maipú 6 nunca pudo hallar un nuevo regente que lo sacara a flore, cambiando de propietarios y desapareciendo tiempo después, según entendemos ya casi totalmente olvidado y superado por el semblante de la nueva ciudad de Santiago. Como muchos otros lupanares de la urbe, además, su cuartel terminaría siendo echado abajo sin piedad: la totalidad de ese tramo de la cuadra en el que se encontraba fue demolido, desapareciendo todo posible nuevo nido para las mujeres que alguna vez pasearon por allí ofreciéndose al mejor postor, o acaso al primero en aparecer, cuando ya no había tanta selectividad.

Rehabilitada parte de la huifa en la cuadra, sin embargo, las cosas cambiaron radicalmente. Con el arribo de la prostitución homosexual al barrio habían llegado protagonistas de otra generación como Katty Fontey, quien se estableció exactamente al lado en el número 8 de Maipú. “Justo frente a la casa estaba el poste del alumbrado público y yo me ponía ahí”, revelaría en la obra “Otras vidas”, razón por la que este era apodado el Poste Ocho. Allí trabajó con otros transformistas que se hacían llamar Marcia, Bebé, Chalva, Princesa, Milenka, Bambi, Coneja y Lucha.

La demolición de todos esos inmuebles para la construcción del mall popular que forma la esquina con la Alameda terminaría a apagar hasta sus cimientos aquellos recuerdos de la remolienda en la misma calle, en los años noventa. Desde entonces, esta ha quedado muy marginal y relegada a pequeños enclaves decadentes y en permanente oscuridad social.

...Y del célebre burdel de Maipú 6 con un siglo o más de tradiciones remoledoras a cuestas, por supuesto, ya no queda ni una sola huella a la vista.

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