LAS MOTORES DE LA SERENA Y TODO UN MUNDILLO A ESPALDAS DE LA RECOVA

 

Una recreación gráfica sobre cómo se veían las chiquillas del Motores en sus años de apogeo, a pasos de La Recova de La Serena.

Hacia 1997, todavía era posible encontrar frecuentemente a las chiquillas del Motores paseando a plena luz del día por el  Mercado de La Recova de La Serena, hacia el lado posterior por calle Rengifo. Destacaba por entonces una extraña muchacha vestida y maquillada de mantera bastante picante, con el pelo teñido "rucio" e intentando exacerbar su sensualidad a la vez que exagerar sus ya naturalmente abultados atributos. Muy seguras de sí mismas e indiferentes a las miradas de las señoras escandalizadas, contrastantes con las de naturaleza lasciva de sus maridos, las llamadas niñas motores siempre aparecían por allí con sus caras recargadas por el delineador de ojos o los coloretes y sus caderas metidas a la fuerza en estrechos pantalones de mezclilla o cuerina.

Hasta su último día en servicio, el Motores fue el prostíbulo más famoso de La Serena, probablemente también el más longevo, llegando a tocar la primera década del actual siglo allí en calle Vicente Zorrilla, escasos metros del mismo mercado y de célebres cantinas populares del barrio como el Yolito's. Con sus esbeltas o curvilíneas chicas se lo reconocía en la provincia como un exponente de la edad dorada de la bohemia y los burdeles en la hermosa y turística ciudad, aunque se remontaba a tiempos aún más antiguos: a principios del siglo XX según se recuerda, cuando muchas de las calles serenenses estaban aún sin asfalto y pasaban los huasos a caballo por ellas, a veces por afuera de la propia casona del prostíbulo.

En un reportaje del diario "El Día" del 28 de julio de 2013, titulado "Sexo y erotismo en la ciudad colonial", se afirma que la huifa de las motores ya era bien conocida en los años veinte, y que fue, de hecho, "la primera casa de remolienda en la capital regional", aunque ciertos testimonios orales sugieren dudar un poco de esta última categórica afirmación. El autor de la nota, Juan Carlos Pizarro, agrega sobre la historia e influencia cultural del lenocinio:

Un refugio que sus más asiduos clientes procuraron guardar en secreto hasta que más no pudieron. Y es que por esos años tomaba forma lo que para algunos fue por largo tiempo el sino de la identidad serenense: Guardar las apariencias en la medida de lo posible, para luego, bajo el fuero del anonimato, transformase. "Somos de día beatos y de noche gatos", escribió una vez el sociólogo y académico Julián González.

La dirección del antiguo local del Motores no era la que pudo conocerse después atrás de La Recova, sin embargo: había comenzado su existencia en calle Libertador Bernardo O'Higgins enfrente de la fábrica de Cervezas Floto, opinión que es confirmada por el historiador y académico Gonzalo Ampuero. Ahí se ganó tan extraño apodo, de hecho: esta industria, llamada en realidad Fábrica de Cerveza y de Hielo de La Serena, era propietada por don Alberto Floto en aquellos años y fue de enorme importancia en la ciudad, pero también para la denominación que cargó por tantos años el burdel como señala Ampuero:

...le pusieron ese nombre por los motores de la Cervecería Floto, que llegó a traer la luz eléctrica a la ciudad en una época en que no había electricidad, entonces todo se iluminaba y los caballeros les decían a sus esposas "oye, voy a ir a ver los motores", y se iban a la casa de remolienda.

A mayor abundamiento, la compañía tenía sus cuarteles en calle Balmaceda 280, ocupando la cuadra entre Brasil y Colón hasta el lado de O'Higgins, justo enfrente del viejo burdel. La firma cervecera destinó sus ruidosos equipos de autoabastecimiento eléctrico para lo que sería después la Empresa Eléctrica de Adolfo Floto, proveedora de esta valiosa energía no sólo a La Serena, sino también a varios pueblos vecinos. Los famosos motores reales de la planta y que legaron su nombre al lenocinio, entonces, eran dos Wolff a vapor y tres de tipo Diesel, a los que se agregaron hacia 1929 tres generadores hidroeléctricos.

Sin embargo, había una versión oral alternativa sobre el origen etimológico del Motores, que señala este nombre como una alusión lisonjera para las notables capacidades de trabajo de las niñas: talentosas a la hora poder "remoler como máquinas", según decían con picardía. El dato cierto, no obstante, es que el nombre más popular del prostíbulo había sido desde temprano aquel alusivo a la ingeniería y mecánica, manteniéndolo cuando su regenta y asiladas se cambiaron a la calle Zorrilla.

Muchos mitos han circulado desde entonces sobre aquel centro de amor mercenario atrás de la Recova. Se decía que iban a pasarlo bien allí desde la plebe más baja hasta los refinados señoritos de la provincia. Célebre personajes de la ciudad, como el Burro Willy (supuestamente apodado así por el notable tamaño de su órgano sexual), debieron cargar con algunos chismes sobre su presunta concurrencia asidua al mismo burdel, algo que parecía ser más bien una más de varias leyendas en su caso, algunas no muy apropiadas para detallar en los memoriales. También se comentaba que hasta el futuro presidente Gabriel González Videla iba a cachetearse con las muchachas en esas salas empapeladas, hacia esos años que coinciden con los de su entrada en la Juventud Radical y mientras trabajaba como abogado en la ciudad. Historias parecidas de él se cuentan cuando ya estaba en el Santiago, dicho sea de paso.

Planta industrial de la cervecería Floro y su barrio adyacente, en donde comenzó su vida el Motores. Imagen de 1929 publicada en el libro de los expositores chilenos en la Feria Internacional de Sevilla.

Tramo donde estaba el Motores en calle Zorrilla, ya en ruinas. Se observa el bello portalón del acceso, de estilo neocolonial.

Calle Zorrilla de noche, allí donde estaban los lupanares. Se distingue la animina de esta vía.
 

Paradero de colectivos frente al ex Motores. La fachada de atrás sería del ex Savoy.

Las motores lograron inspirar también a algunos creadores y hombres de letras. En "Las hermanas González", por ejemplo, anota René Peri Fagerstrom en 1968 que este era "el mejor prostíbulo de la ciudad, con mayor razón si tiene algunos tragos en la cabeza y un fantasma libidinoso alborotándole las gónadas", mencionado a la célebre tía Chira como la regenta del entonces elegante local, con mujeres a su cargo finamente vestidas ya que el público tendía a ser un tanto selecto. Según lo que entendemos esta patrona fue muy conocida en su tiempo, aunque se habla también de una tal tía Cuto que parece haber sido su sucesora.

El burdel apareció mencionado, ademas, por Hugo Pineda en "El intruso del Sur" y por José Miguel Varas en "La novela de Galvarino y Elena". De acuerdo a la descripción que elabora este último, se deduce que en los años cuarenta era un típico puterío folclórico pero elegantón de la época más pintoresca que tuvieron estos establecimientos, aunque fue adaptado a petición de los comensales en aquella ocasión descrita en el libro, para que el lugar se viese más recatado y moral, y así no ofender a un religioso visitante que iba con ellos:

Cuando llegamos, todo marchó de maravilla. La salita que había arreglado la dueña de casa era de lo más respetable. Hasta había colocado un gran Corazón de Jesús enmarcado, que al parecer ella tenía en su dormitorio. Las niñas, cuatro o cinco, andaban bien vestidas, sin escotes ni mangas cortas y se comportaban como colegialas unidas, sin levantar la vista. Al rato entramos en confianza, se sirvieron unas copitas de mistela, unos dulcecitos y hasta cantó una de las niñas, un vals romántico, acompañándose en guitarra. Cierto que un poco desafinada. La jefa de "Las Motores" parecía una gran dama y se persignaba a cada rato. Un poco demasiado.

De acuerdo a los demás datos que logramos reunir, el Motores siempre conservó parte de su estilo original proveniente del lupanar clásico con ponchera de vino o arreglado, aunque más tarde reemplazó este elemento inconfundible por cervezas y bebidas fuertes. Su cocina era de prestigio, además de su bar y el propio ambiente, pues se hicieron celebraciones importantes en él y fue una especie de centro de reuniones sociales para caballeros de su buena época. Contaba con grandes y elegantes espejos, cuadros polvorientos en las paredes, finos muebles con tapices de brocato y terciopelo. En la calle, en tanto, frente al local, a veces se producían las clásicos escenas de mujeres de distintas edades y contexturas asomándose con las polillas entre la luz nocturna, en una cuadra con varios boliches y cantinas para los nocherniegos, además.

Como sucedía con muchos prostíbulos antiguos, sin embargo, los clientes de aquel rincón serenense no llegaban necesariamente buscando servicios sexuales: algunos sólo iban a tomarse un traguito, comer de los abundantes platos y hasta bailar un rato con algunas de las niñas, descritas como muy bellas en su mejor tiempo. Varios comensales las tenían de auténticas y sinceras amigas, además.

La casita de las motores no estaba sola allí, sin embargo, casi a mitad de la cuadra de Zorrilla entre Rengifo e Infante: justo al frente de ella se encontraba el quizá segundo o tercer burdel más famoso de La Serena y complemento directa de este, llamado pomposamente El Savoy. Con algo también de casas de citas y motel, alguna vez fue célebre como centro de recreación, instalado en un suntuoso caserón de estilo art decó que ofrecía, además, ciertas características de taberna. El de las Motores, en cambio, destacaba en contraste por su bello portalón neoclásico hecho de piedra, en el 853-855 de la calle.

La presencia de ambos centros prostibulares en la calle, más otros menores y las cantinas, dio a este sector adyacente al mercado una rasgo de pequeño "barrio rojo" que perduró por muchos años. Tal como sucedía con otras casitas de huifa de mismo vecindario, destacando una conocida como la casa del Chico Fabricio por el lado de Rengifo, contaban los viejos de la ciudad que más de una vez se intercambiaron las niñas que trabajaban en uno u otro sitio de esas mismas cuadras, aunque parece que la convivencia entre todos los competidores era bastante más cordial de lo que pudiera creerse. Los taxistas y colectiveros de la época conocían bastante bien a todos estos personajes y los pormenores de lo que sucedía en los cahuines.

Aunque no son muchos los serenenses quienes admiten hoy haber pasado por las colorinches y antiguas habitaciones de las casonas que ocuparon los burdeles de la cuadra "roja", parece que quienes sí tienen buenos recuerdos que confesar de aquella epopeya son esos mismos taxistas y colectiveros, o al menos los más veteranos de la ciudad. Coincidentemente, además, justo en este tramo de la calle enfrente de lo que son las ruinas del último hogar de las motores, se colocan en fila ahora los colectivos que salen repartiendo ciudadanos por todo el resto de La Serena.

En sus últimos años de actividad, el cahuín del Motores había ido adquiriendo también ciertas características de cabaret o night club más que de viejo burdel. Esto venía sucediendo desde hacía tiempo, en realidad, al comenzar la debacle nocturna en los años de rigores militares. Aunque siempre preservó parte de su identidad original cuentan que terminó sus días convertido en una especie de penosa y lúgubre hostería, en la que sólo se quedaban borrachos terminales y mendigos como moradores. No hubo forma de salvar al negocio: en los noventa el "barrio rojo" se encontraba ya en sus últimos momentos, sus estertores agónicos, viviendo en el fuego de la colilla de aquello que le quedaba a su historia.

Al parecer, hubo uno o dos intentos para tratar de  reabrir la casita de huifa de Zorrilla, pero no prosperaron. De un momento a otro, entonces, la vetusta casona fue abandonada en forma definitiva y comenzó a deteriorarse a velocidad vertiginosa. Dicen también que problemas de su última regencia con la justicia, por explotación de menores de edad, puso encima la bota al negocio. Otros aseguran que sólo fue por temas administrativos, tal como sucedió con El Savoy. El olvido de su tiempo también cundió con cada grieta y desmoronamiento en los viejos inmuebles, por supuesto. Ya estando cerrado y figurando como negocio de un señor Campillay, figuraba con deudas en los registros municipales.

Dicen los vecinos que un trágico accidente ocurrido afuera del legendario recinto del Motores, hacia el año 2000, dejó allí una dolorosa animita, muy cerca de su portalón ahora entre ruinas: la de Eledén Gordillo. Historias sórdidas hablan, sin embargo, de crímenes y otros hechos sangrientos vinculados a la historia de este y otros prostíbulos que hubo en la calle, aunque no tenemos más antecedentes para confirmar si fueron hechos ciertos o sólo parte del nutrido legendario urbano que circula en La Serena con relación al pasado más pecaminoso y nocturno.

Como sucede con varias viejas residencias de este sector a espaldas del Mercado de La Recova, la propiedad fue comprada por una comercial y lleva varios años a la espera de su inminente demolición, llevándose esa parte de la historia de las ciudades que rara vez se escribe en serio y que, con frecuencia, va a parar como una vergüenza bajo la alfombra de las crónicas urbanas.

 

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