Fuente imagen base: airpac.navy.mil (American Navy).
Puede sonar extraño, pero el famoso e imponente portaviones USS Ronald Reagan (CVN-76), reconocido por ser el más grande del mundo en la actualidad, fue la ruina de algunas de las más clásicas casitas de remolienda que quedaban operativas en Valparaíso a mediados del año 2004. Muchas leyendas se tejieron sobre la visita del coloso marino estadounidense a Chile en aquella ocasión, muchísimas a decir verdad; algunas bastante oscuras también, pero esta en particular parece haberse ido perdiendo de la memoria colectiva, por alguna extraña razón.
La historia comienza más o menos así: ni bien se conoció la noticia de que tocaría puerto chileno el portaviones y sus buques de apoyo en junio de 2004, con cerca de 6.000 tripulantes, 4.800 de ellos hombres, las cabronas y cafiches porteños desataron el más delirante frenesí para atraerse a los marines y asegurar el año con extensos números azules aprovechando semejante visita. Los visitantes han tenido una histórica y tradicional fama de aventureros y sexualmente disipados en sus periplos por el mundo, por reales o inventadas que sean estas creencias. Se cuenta, de hecho, que muchos de ellos cuentan con sus propias fans o groupies que los siguen por tierra y aire de puerto en puerto para complacerlos, o que llegaban a ser capaces de reservar de antemano algunos burdeles completos escogidos de entre los más elegantes que hallen en cada destino.
Sin meditar en cuánta realidad o fantasía había en esas historias sobre el libertinaje del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, en Valparaíso hubo quienes invertirían hasta lo absurdo en decoración, muebles nuevos, banderitas, licores importados e incluso consiguieron unas notas de prensa valiéndose de "contactos" con la televisión. Los preparativos formales del puerto hermoseando sus espacios, pintando caserores y decorando los lugares de la recepción iban acompañados de aquel secreto e invisible preparativo dentro de una gran cantidad de casas de remolienda y cabarets, algunos establecimientos de estos más conocidos que otros. Las regentas incluso hicieron traer más niñas desde otras ciudades del país para tenerlas como asiladas pasajeras, y se importaron a otras desde Argentina, Brasil, Colombia, Bolivia y Perú, convencidas de que el habitual o corriente recurso humano del puerto no podrían dar abasto con la demanda que se venía encima.
Se mandaron a confeccionar e imprimir pequeños volantes y tarjetas con direcciones de casitas de huifa, algunos bastante humildes y poco tentadores, destinados a ir a parar a las manos de los miles de visitantes. Días prósperos para peluqueros, estilistas y modistas del puerto, de paso. Estandartes de Chile y los Estados Unidos decoraban cruzados las fachadas de los lupanares, sus salones y habitaciones interiores, con nuevos e impecables cubrecamas en estas últimas. Las emprendedoras con contactos en medios lograron más notas de prensa hablando de sus previsiones para recibir a los extranjeros, además. La prostitución homosexual y travesti también cayó en el entusiasmo general y se armó a la espera de interesar a los marines, seguros de que harían fortuna en unos pocos días.
¡Cuán diferente iba a ser la amorosa recepción de los norteamericanos comparada con el Caso Baltimore en octubre de 1891, cuando la muerte de dos marinos gringos en manos de porteños durante una vulgar riña de ebrios casi condujo a una guerra entre Chile y los Estados Unidos! Ahora, todo aquel preámbulo de fuego y pasión predispuesta sucedía ante la mirada escandalizada de los grupos más conservadores y los moralistas, especialmente cuando la prensa y la televisión comenzaron a hacerse eco de las campañas de renovación y los preparativos en las huifas de Valparaíso. "Valparaíso no es Sodoma y Gomorra", proclamó por entonces el compungido gobernador Iván de la Maza, advirtiendo que el comercio sexual no estaría permitido. Hasta el cardenal Jorge Medina protestó escandalizado, en su momento, por lo que sucedía con tal desparpajo.
Llegó así el día D... Unas 1.500 chiquillas esperaban atentas al portaviones en el borde del puerto ese 25 de junio, coincidentemente un viernes. Llegó acompañado por el crucero Thomas Gates, el destructor Benfold y el petrolero Camden, con sus respectivas tripulaciones. Decían que la misma cantidad o tal vez el doble de mujeres esperaban también en las casitas de huifa, ansiosas de conocer a sus atléticos y buenos mozos nuevos huéspedes. 21 cañonazos anunciaron la bienvenida de Valparaíso y una impresionante muchedumbre de turistas permanecían agolpados en el borde costero admirando la enormidad del portaviones en la distancia (debió echar anclas a unos tres kilómetros del molo) o esperando poder ir a hacer las visitas guiadas a bordo. Entre el gentío casi podía adivinarse quiénes eran las entusiastas niñas, por su maquillaje recargado y sus vestimentas provocativas, a pesar de sus intentos por parecer más sobrias. Algunas de ellas se habían pasado celebrando toda la noche anterior, además, por lo que andaban trasnochadas.
Entre 8.000 y 10.000 condones repartió gratuitamente el Ministerio de Salud en bares y discotecas, especialmente al enterarse de la cantidad de prostitutas extranjeras que había llegado a Valparaíso durante esos mismos días. Sólo desde Argentina habían arribado más de 500, según las estimaciones que se hicieron entonces, por lo que la mirada de gran parte de Hispanoamérica estaba vuelta hacia el puerto chileno. En tanto, la ministra de Relaciones Exteriores, Soledad Alvear, hizo un llamado público a los habitantes del puerto para que cuidaran la imagen del país durante los días en que estuviesen los visitantes. "Marinos estadounidenses se toman los burdeles de Valparaíso", titularon medios de comunicación internacionales como "El Tiempo" de Colombia.
Sin embargo, sucedió algo que nadie se esperaba: sólo una fracción de los visitantes se sintió seducida por la invitación de los burdeles y clubes nocturnos, con una demanda inferior a la cantidad de prostitutas que en ese momento atestaban al puerto. De hecho, muchos de ellos se dedicaron a recorrer la ciudad, conocer sus restaurantes y bares históricos, visitaron localidades vecinas o viajaron a Santiago hasta el Palacio de la Moneda y centros de esquíes como El Colorado o Valle Nevado, sobre todo el primer par de días. Sólo los más audaces, varios de ellos de origen hispanoamericano según decían las mismas chiquillas, se quedaron en la costa y prefirieron los night clubs y cabarets como el Scandinavian, en donde también los esperaban prostitutas más astutas quienes no apostaron a encerrarse en los burdeles o sentarse a aguardar ingenuamente a que sonara el timbre. La expectativa de una llegada en masa hasta los lenocinios, entonces, se cumplió muy escasamente.
Influyó mucho en aquel comportamiento -bastante más sobrio de lo que se hubiese esperado- la advertencia llegada desde el alto mando: "Compórtense, porque Uds. son embajadores de los EE.UU". Los marines también habían recibido una recomendación de sus superiores que hería el orgullo porteño: Valparaíso podía ser peligroso, así que era mejor ir a divertirse en las noches en la vecina Viña del Mar. Esto, sumado a los señalados viajes a Santiago y otras malas noticias para el gremio, influyó bastante en la insatisfacción de su sed por recibir dólares. "Decepción en Valparaíso porque marinos estadounidenses pernoctarán en Santiago", titulaba el medio Cooperativa el mismo día del arribo, pues esto afectaba también las expectativas del comercio lícito.
En otro aspecto, la buena estampa y elegancia uniformada de muchos de los marines hizo innecesaria a muchos alguna clase de trato con la prostitución. De hecho, cierto mito aseguraba que después hubo muchos nacimientos de niños hijos de aquellas aventuras, aunque en honor a la verdad esta clase de cuentos se han repetido en otros lugares visitados por las flotas de los Estados Unidos. En alcances más siniestros, sin embargo, hubo también algunas acusaciones de tono más policial sobre trata de blancas, otro de los muchos enigmas y hechos nebulosos que dejó la visita de 2004. Las chicas más afortunadas, como Marita y Samantha del club Kenny's, declararon a los reporteros que los gringos no resultaron ser tan "buenos amantes " como ellas esperaban, pero que de todos modos "gastaron lo suficiente", así que no podían quejarse.
Habiendo así quienes sí aseguraron haber logrado la bonanza en tan pocos días entre los cafiches y locatarios nocturnos de Valparaíso, mismos quienes hicieron creer con algo de soberbia profesional en el éxito desbordante de la visita de los marines para la prostitución local, lo cierto es que para otros fue una apuesta desastrosa, por no decir nefasta. A diferencia de las chicas más jóvenes y ligadas a clubes nocturnos, los más afectados fueron boliches de travestis y de prostitutas más veteranas, así como aquellos más modestos o poco elegantes, en donde el consumo fue prácticamente nulo. Muchas de las viajeras extranjeras llegadas a probar suerte en Valparaíso de manera independiente también debieron quedarse con el resabio amargo de una apuesta perdida. "Las niñas están llorando de pena, desconsoladas", confesó una de las más conocidas regentas a un medio escrito, tanto o más triste que sus asiladas y luego de ver todas sus inversiones y proyecciones truncadas.
El gastadero de energía y dinero de varios de los emprendedores que fallaron sus cálculos señalaría la crisis de sus huifas. También fue la baliza cuya luz puso en alerta a muchas trabajadoras, anunciándoles de la peor forma la hora del retiro. En su espacio de opinión dentro de los noticiarios, en cambio, el sacerdote Luis Eugenio Silva describió casi satisfecho el fracaso de quienes vieron cómo tantos de los marines no habían sucumbido a la oferta sexual y se habían dedicado principalmente a conocer la Zona Central del país.
Concluida su visita el 29 de junio de 2004, las 100.000 toneladas de desplazamiento del USS Ronald Reagan se retiraron de Valparaíso tras aquella singular aventura en tierras criollas. Las deudas y contabilidad al debe comenzaron a penar en las casitas de varios emprendedores, y algunos no tuvieron más remedio que cerrar o cambiar de giro maldiciendo el nombre del portaviones que los hundiera en plenos tiempos de paz y amor.
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