EL LARGO CAMINO DE LA PROSTITUCIÓN PARA LLEGAR A CHILE

Detalle del Tapiz del Apocalipsis, en el castillo de Angers... La mujer con el espejo representando a la Prostituta de Babilonia.

La definición per se de la prostitución sexual siempre estará relacionada con el uso del cuerpo como objeto o bien explotable. El concepto, sin embargo, ha recibido diferentes miradas o interpretaciones a lo largo de su historia, aunque conservando en la generalidad ese rasgo esencia de ofrecer sexo pago, sea por favores, objetos y productos para intercambiar o, simplemente, por dinero como señala la actual definición de la Real Academia Española. A su vez, su alcance se ha ido ampliando como insulto y descrédito: el acto de prostituirse se hace hoy análogo a cambiar códigos morales, políticos, laborales y principios en general por la tentación de una oferta, por alguna conveniencia al interés o sólo por lucro, parecido a eso de “vender el alma al Diablo”.

Presente ya en grandes imperios mediterráneos como Egipto (en donde se cree existieron también las felatrices, dedicadas sólo al sexo oral) y en la seductora Grecia, además de haber sido practicada con connotaciones sagradas en Sumeria, los primeros intentos por reglamentar aspectos de la prostitución aparecen en Mesopotamia, con algunas medidas resguardando las propiedades de las mujeres que lo ejercían y estableciendo ciertos derechos para las hieródulas, esclavas de cultos divinos quienes también oficiaban como prostitutas, en el Código de Hammurabi Mesopotamia, por el siglo XVIII antes de Cristo.

La primera normativa directa para el rubro en Occidente, sin embargo, parece ser del estadista y reformista ateniense Solón, entre el siglo XVII y el XVI antes de Cristo: con la intención de aplacar el desenfreno social y controlar los ímpetus sexuales de la juventud, estableció sitios especiales o dicteriones para ellos, dirigidos desde la administración del Estado y vigilando aspectos sanitarios en los mismos. Eran tiempos de esclavitud, por supuesto, apareciendo más y nuevos establecimientos sexuales de este tipo por iniciativas independientes o particulares.

A pesar de haber tomado aquel modelo greco, la mirada despectiva hacia la prostitución ya estaba instalada en la Roma pagana. Los burdeles tenían allí algo de baños públicos, además, aunque llegaba a imperar en ellos un ambiente casi orgiástico, reafirmado por la mucha decoración e iconografía sexual dentro de los mismos establecimientos, con famosos ejemplos como las pinturas murales eróticas de Pompeya. Por aquella connotación reprochable, además, en tiempos imperiales cásicos el consumo de servicios prostibulares era usado para denostar a enemigos políticos valiéndose de acusaciones -reales o inventadas- de practicarla, de hecho. Sin embargo, la tendencia habría sido la de considerar principalmente a los proxenetas como sujetos despreciables, más que a los clientes.

Se sabe que sólo en el barrio de Subura llegó a haber 46 burdeles dirigidos por el Estado, por ejemplo, de modo que una recaudación importante debió provenir de la actividad en todo el territorio imperial. Pero, como siempre ha sucedido en torno al tema (incluso hoy), había bastante de cinismo en la visión romana de la prostitución, considerando que sus casas de práctica eran una de las grandes entretenciones de aquella sociedad. Incluso existe la teoría de que la famosa Luperca, la Loba Capitolina que amamantó a los gemelos Rómulo y Remo en el mito fundacional de Roma, habría sido en realidad una prostituta o lupa (“loba”): era el nombre que se les daba a estas mujeres, justamente, y del que proviene la denominación lupanar (“lugar de lobas”). Los proxenetas, en cambio, eran llamados lenón o lenós, desde donde proviene la palabra lenocinio.

Los romanos, ya tenían categorías para las mujeres que vendían sexo, además, tendencia que se repite hasta nuestra época, aunque con diferentes parámetros. Para ellos una meretrix era la mujer que trabajaba el sexo pero de forma registrada y oficial, incluso más abierta o pública, de donde procede la denominación meretriz. En contraste, una prostibulae, la prostituta propiamente dicha, lo hacía de forma más bien clandestina y marginal, sin figurar en registros. Evidentemente, las primeras tenían una categoría muy por encima de las segundas.

La prostitución de tiempos bíblicos ya era representada como anatema, no sólo por el desacatado sexto mandamiento revelado a Moisés, sino como algo que se hará evidente en la actitud de los primeros cristianos. Lo vemos en la definición de Babilonia como la Gran Ramera del Apocalipsis, por ejemplo; o en las advertencias a las mujeres de entregarse a cultos paganos en el Deuteronomio, además. San Pablo advierte en las Epístolas a los Corintios que “el que se junta con ramera, es hecho con ella un cuerpo”, advirtiendo así de su reprobación. “Mas vosotros venid acá, hijos de hechicera, descendientes de adúltero y ramera”, se leía también en el Libro de Isaías. Incluso resulta despreciada aquella forma de comercio sexual que fuera con intercambio de bienes de subsistencia por pago, como se lee en el Libro de Oseas: “Pues su madre se prostituyó; la que los concibió se deshonró, porque dijo: ‘Iré tras mis amantes, que dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida’”.

Cabe observar que los emperadores Augusto y Alejandro Severo habían mostrado algún grado de alergia a los escándalos de los lupanares y las orgías, tomando medidas en sus respectivos gobiernos. Ya terminada la persecución religiosa por Constantino El Grande, otro soberano enemigo de aquellos problemas, la Iglesia Católica paleocristiana extendería la mirada crítica hacia el oficio de las prostitutas. Fueron influidos por esta nueva moral religiosa, entonces, emperadores como Valentiniano y Teodosio, este último considerado el primer abolicionista clásico por algunos, ya que mostró su rechazo aboliendo reglamentos tales como la percepción de dineros para las arcas públicas recaudados sobre el concepto de aquella clase negocios.

Puede observarse que la posición de la Iglesia, en ciertos casos, parecía más mansa ante el tema, pero en otros se acentuaba su repulsa, condenándola de manera rotunda. Se la entendía así, por ejemplo, en la opinión de San Atanasio de Alejandría, quien en el siglo IV daba un paso más allá y representaba la condición de María, casta y purísima Virgen, como digna de adoración en la fe, a diferencia de lo sucedido con Eva, la primera mujer, a quien pone a la altura de una ramera por estar en el lado totalmente opuesto de la virginidad mariana.

Un trabajo de 1926 titulado “La prostitución. Evolución de su concepto hasta nuestros días”, fue publicado por la Liga Chilena de Higiene Social. Fue elaborado por el doctor Luis Prunés R. para su tesis de titulación como profesor extraordinario de enfermedades de la piel y sífilis en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, y en él podemos encontrar seis etapas históricas que el autor propone e identifica como aquellas por las que ha pasado la prostitución en el mundo. Dichas etapas corresponden a las siguientes:

1.° La condena religiosa;

2.° Necesidad religiosa e ímpetu sexual (Solón);

3.° Persecución, Condenación y Tolerancia;

4.° Tolerancia y necesidades sociales;

5.° Necesidad fisiológico-social – Reglamentación; y

6.° Supresión gradual – Educación.

Ajustándose a aquella secuencia, entonces, sucedió que cierta tolerancia al oficio comenzó a extenderse durante la Edad Media. Sin embargo, también pesaba aún la condena moral la práctica: tras acusaciones hechas por el cronista Liutprando, obispo de Cremona, por ejemplo, se estimó que el pontificado de Juan XII (955-964) llegó a convertir el famoso Palacio de Letrán, la antigua casa de los papas en Roma, en una sede de fiestas llenas de prostitutas. Aunque la credibilidad de la fuente es bastante relativa (Liutpandro era amigo del intervencionista emperador Otón y, además, enemigo del pontífice), dejó sentada la leyenda negra sobre el papa y su relación con las meretrices y los comportamientos pecaminosos, reforzada por la creencia de que el mismo Juan XII murió asesinado en manos de un marido celoso, quien lo había descubierto en el lecho con su propia mujer.

A pesar de la moralina, en aquellos años los burdeles europeos operaban muchas veces en las narices de las autoridades o con plena complicidad de las mismas. Volvemos a las palabras del Dr. Prunés, sobre la situación de la prostitución en territorio medieval español, panorama no demasiado diferente de lo que pasaba también en Inglaterra, Francia o Italia:

En España se establecieron “mancebías” y en Valencia, una “tan grande como un pueblo, cerrada por murallas, y con una sola puerta convenientemente guardada. Había también, en este pueblo 3 o 4 calles, llenas de casitas, ocupadas por 200 o 300 mujeres ricamente vestidas, lo que hace que Jaime I, las reglamente”.

Esta indulgencia llega, como hemos visto, a constituir una verdadera trata de blancas por cuenta del Estado y a conceder a las meretrices privilegios especiales (asistencia, por invitación, a la recepción de los príncipes extranjeros).

Alfonso XI había ordenado incluso que un burdel municipal comenzara a ofrecer servicios en Sevilla en el siglo XIV, haciendo clausurar los establecimientos en donde se daban las citas, infidelidades y meretricios. Paradójicamente, muchas de aquellas casas eran alquiladas órdenes religiosas y hospitales que figuraban como propietarios.

Todo cambia en el siglo XV, cuando se restituye la amplia condena social a la prostitución al cundir las enfermedades de transmisión sexual como la sífilis, que hizo estragos en el Viejo Mundo a partir de fines de la centuria. Ya entonces se la vería como un vicio marginal, decadente y propio de comportamientos bárbaros, a diferencia del realizado por las prostitutas cortesanas que, desde hacía siglos, también ejercían la actividad pero entre las élites, con licencias propias y a un nivel considerado más elegante y autojustificado.

Empero, como las tradiciones religiosas y el derecho canónico habían ido banalizado el rango más insultante del concepto de la prostituta hasta relacionarlo también con mujeres promiscuas, “malas mujeres”, “de mal vivir” e incluso las amancebadas, dejándolo en campos amplios e imprecisos, cuesta apostar a que algunos casos de las crónicas y los registros coloniales para el caso del Nuevo Mundo, se refirieran a la auténtica prostitución, una vez que comenzó en el mismo período de la Conquista. Sí se sabe, sin embargo, que hubo nociones parecidas entre pueblos precolombinos, particularmente en el caso de quienes ejercían el oficio por algo como paga, aunque no se trate de las formas de prostitución criollas que venían.

Cabe recordar que el Concilio de Trento de 1545 a 1563 volvió a poner en el banquillo de los acusados al ejercicio de la prostitución. Este sentir perdurará en la opinión de los líderes cismáticos durante la Contrarreforma, además, tendiente a condenarlo también con las penas del Infierno. Salvo por algunos períodos y elementos casi a la deriva, entonces, esta visión se mantendrá por siglos entre católicos y protestantes.

Con una visión más piadosa, el papa Sixto V (1585 a 1590) trató de destinar el espacioso recinto del Coliseo de Roma para talleres de hilatura y fabricación de paños de lana en un iluso intento por rehabilitar a las prostitutas de la santa ciudad, sacándolas de la miseria y ocupándolas como operarias de esta singular fábrica. La idea que no tardó en fracasar y provocó la hilaridad de los romanos, motivando un dicho popular de esos días: "Volvieron los espectáculos la Coliseo". Sin embargo, volverían a verse otras experiencias muy parecidas en Europa y América durante los tiempos venideros.

Los intentos de Felipe IV por frenar la prostitución en España, en 1623, se traducirían en el cierre y la destrucción inmisericorde de varios burdeles. Sin embargo, ni en la Península ni en Hispanoamérica el problema iba a poder resolverse sólo con medidas represivas ni persecuciones. Sus medidas, en consecuencia, sólo acabarían demostrando que el problema ya era irreversible y estaba generalizado… De hecho, tras haber atravesado todo el mar Atlántico ya se estaba demostrando como un problema en suelo americano, iniciando una nueva etapa en la historia de la prostitución universal, así también de la explosión epidémica de la sífilis en la que, como era esperable, las trabajadoras del sexo serían señaladas entre las principales responsables de las transmisiones.

En “Fragmentos para una historia del cuerpo en Chile”, Rafael Sagredo también deja escrito algo que nos resulta de utilidad e interés para el mal visualizado tema de la prostitución colonial que involucraría también a la modesta colonia de la Capitanía General de Chile, particularmente, perdida al sur del mundo y a la cola de los grandes virreinatos del continente:

Junto con la promoción de la normativa que restringía la práctica sexual libre, la corona debió ocuparse también de otra que involucraba directamente el uso del cuerpo: la prostitución. Al igual que con las conductas trasgresoras que incidían en la representación erótica del cuerpo, también la prostitución se desarrolló con un cierto grado de autonomía en el período colonial. La aparición de mujeres de “mal vivir”, como se definía en la Colonia a las prostitutas, generó un problema social desde la instalación de los españoles en América. Al principio, las autoridades debieron elegir entre permitirla, reglamentándola, o prohibirla. Es probable que la autoridad haya sospechado que la última alternativa podía provocar una proliferación de las transgresiones cuyo efecto lo sentirían, sobre todo, las mujeres de la elite.

Podemos suponer, entonces, que la práctica también acompañará al Santiago de la Nueva Extremadura casi desde sus propios orígenes, no mucho después de haber sido fundado alrededor de la Plaza de Armas y en lo que había sido la sede de un antiguo asentamiento indígena subordinado al Tawantinsuyo. Al crecer la población e incorporarse más mujeres blancas, criollas o mestizas quedando atrás las traídas como yanaconas, entonces, se hizo inevitable la aparición del oficio que ya cumplía miles de años vigente y que tenía hilos históricos con las clásicas civilizaciones del Viejo Mundo, a pesar de lo difícil que resulte distinguirlo en el pasado nacional mirando a través de la niebla desde la actualidad.

Comentarios